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El espacio postsoviético explora nuevas identidades

Rusia y Bielorrusia: juntas pero no revueltas

Putin y Lukashenko conmemoran el 20 aniversario de un tratado que une a sus dos países

Juntos, pero no revueltos. Así puede resumirse la actitud del presidente de Bielorrusia Alexandr Lukashenko con relación al tratado de la Unión (TU) entre su país y Rusia, un documento de cuya firma se cumplen 20 años el 8 de diciembre.

Putin y Lukashenko el pasado verano en un templo de la región de Leningrado.
Putin y Lukashenko el pasado verano en un templo de la región de Leningrado.KREMLIN

El TU aspira a una mayor integración económica, jurídica y financiera entre los dos países y fue firmado por el primer presidente ruso Boris Yeltsin (fallecido en 2007), y su colega Lukashenko , que llegó al poder en 1994 y es hoy el líder nacional más veterano de Europa.

El nivel de integración y la división de competencias previstos por el TU evocan (a escala de dos) el modelo organizativo de la Unión Soviética, un Estado formado por repúblicas federadas que oficialmente eran también Estados. De todos los aliados de Moscú en el entorno postsoviético, Bielorrusia es el más próximo, pero, aún así, para crear el llamado Estado de la Unión “no se dan las condiciones” aún, según la posición oficial de Minsk y Moscú.

Un sondeo del Taller Analítico de Bielorrusia de agosto pasado indicaba que el 75,6 % de los bielorrusos son favorables a una relación de amistad entre Bielorrusia y Rusia, como países independientes con fronteras abiertas, sin visado y sin aduanas y el 15,6 % están por la unidad en un solo Estado.

El régimen del presidente Lukashenko depende económicamente de Moscú, que abastece a Bielorrusia de gas y petróleo y que de hecho subvenciona su economía. El régimen de Putin ve a Bielorrusia como el principal aliado geoestratégico en la frontera con la Alianza Atlántica y también una ruta exportadora de hidrocarburos a Europa.

En los noventa, cuando se gestaba el TU y Yeltsin estaba ya muy debilitado, sectores de la oposición política rusa acariciaban la idea de que Lukashenko, muy popular en las provincias rusas, se convirtiera en líder de un futuro estado unificado. Esta ambición se disipó en 2000 cuando Vladímir Putin ocupó la presidencia de Rusia. Los objetivos de Lukashenko hoy son más modestos: preservar la independencia e integridad de Bielorrusia y permanecer en el poder. El líder ya ha anunciado que se presentará a los comicios de 2020 y de 2025. En lo que va de siglo, los observadores de la OSCE no han reconocido ninguna de las elecciones presidenciales y parlamentarias celebradas en Bielorrusia como acorde con los criterios internacionales y esto incluye las parlamentarias del pasado noviembre.

Bielorrusia es el objeto más cercano para la política restauradora del Kremlin, que ha presionado a Minsk para que acoja una base militar aérea y pague así en especies y servicios por los bajos precios de los combustibles rusos, en parte reexportados tras su refinado en Bielorrusia.

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“Lukashenko no tiene voluntad política de una mayor integración, porque lo que quiere es que le subvencionen su régimen”, dice Alexandr Feduta. Según este analista que trabajó en la administración del presidente bielorruso en 1994, Putin ha renunciado a emplear el Estado de la Unión como estrategia para perpetuarse en el poder (mediante elecciones para iniciar una nueva época). Una presidencia supranacional podría reproducir la situación del presidente de la URSS Mijaíl Gorbachov tras la intentona golpista de agosto de 1991, es decir,un presidente sin vinculación con el electorado en conflictiva relación con los líderes de los Estados miembros.

Lukashenko es ducho en el arte de sacar partido de la ubicación geográfica entre Rusia y Occidente, algo en lo que fracasó estrepitosamente el ucraniano Víctor Yanukóvich en 2014. Su éxito se debe en parte a su astucia y capacidad retórica y en parte a los cambios que se han producido en el entorno, pues la intervención de Rusia en Ucrania en 2014 “ha asustado a todos” y la UE ha aprendido a apreciar la “estabilidad” de Bielorrusia, afirma Feduta.

El líder bielorruso se posiciona como un amigo íntimo de Rusia y hace reproches públicos que los líderes del Kremlin no tolerarían viniendo de otros colegas menos cercanos. Con vehemencia teatral, Lukashenko muestra indignación por el materialismo de Moscú y argumenta que la abnegada Bielorrusia es capaz de hacer grandes sacrificios por su “hermano mayor”. Como la retórica no conmueve al Kremlin, Lukashenko ha tenido que ceder a Rusia el control de importantes activos estatales, incluida la empresa Beltransgas responsable del tránsito de gas por Bielorrusia.

Lukashenko no apoyó a Rusia en la anexión de Crimea ni en la intervención en Donbás. En marzo de 2014, el presidente decía al periodista Savik Schuster que él sería “el primero en ir a combatir solo” si se producía una intervención exterior en Bielorrusia y sus soldados estuvieran en sus bases “escondidos como ratones debajo de escobas”. “Pues me ha elegido el pueblo para que defienda nuestra tierra”, sentenció.

Encuestas realizadas por el Instituto Independiente de Investigaciones Sociales y Políticas de Bielorrusia en 2016 mostraban que el 70,9 % de los bielorrusos era contrario a la ayuda militar tanto a Kiev como a los independentistas. Aproximadamente un 10% de la población apoyaba la acción militar de Ucrania y otro 10% la de los insurgentes.

Lukashenko ha aprovechado la crisis de las relaciones entre Rusia y Ucrania para presentarse como mediador y fue en Minsk donde en febrero de 2015 se firmaron los protocolos por los que Rusia y Ucrania, con el apoyo de la OSCE y Francia y Alemania tratan de resolver el problema de Donbás. Hoy, la UE parece dispuesta a mirar hacia otra parte ante transgresiones de la democracia que antes no perdonaba. Tras las truculentas elecciones presidenciales de diciembre de 2010 Bruselas impuso sanciones a Minsk, pero en 2015 Lukashenko liberó a los políticos apresados entonces y la UE eliminó el grueso de las sanciones, dejando solo un par de medidas simbólicas.

En economía, Lukashenko está también dispuesto a sacar partido de la guerra de sanciones y contrasanciones entre Rusia y Occidente, y se enfrenta a la hostilidad de las grandes compañías agrícolas y ganaderas rusas, dispuestas a ocupar ellas mismas el hueco dejado por los productos agrícolas occidentales. Bielorrusia se ha convertido en distribuidor de mercancías prohibidas en Rusia procedentes de países de la UE. Mediante un tratamiento adecuado, estas mercancías se convierten en productos bielorrusos (por ejemplo el pescado de Noruega, adobado), lo que les permite circular por el espacio de la Unión Económica Euroasiática (de la que son miembros también Rusia, Kazajistán, Kirguisistán y Armenia). Moscú defiende su mercado con el “procedimiento veterinario de castigo” por el que, con distintos pretextos, veta la importación de lácteos y cárnicos de Bielorrusia, señala el experto económico Alexandr Alesin.

Recientemente en Moscú se celebró un foro sobre el futuro del Estado de la Unión. Los ponentes bielorrusos subrayaron que Rusia y Bielorrusia ven la historia través de prismas diferentes. Para Bielorrusia, Polonia y Lituania son parte de una identidad y un pasado estatal común (en la mancomunidad de Polonia y Lituania por ejemplo). Bielorrusia mantiene una política igualitaria que tiene sus raíces en la URSS y es más respetuosa que Rusia con las tradiciones soviéticas. Minsk es reticente ante la fiesta del 4 de noviembre, con la que Rusia ha sustituido la celebración comunista del 7 de noviembre. Moscú conmemora ahora la expulsión de los polacos del Kremlin en el siglo XVII y no está excluido que entre los bielorrusos de hoy haya descendientes de aquellos polacos. Por otra parte, en el foro se constató que entre los estudiantes bielorrusos es popular el programa Erasmus plus que les da la oportunidad de pasar un tiempo en universidades de la UE. El Estado de la Unión de momento no ofrece algo semejante.

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