La memoria de Colombia en las tablas
Exguerrilleros de las FARC y el ELN, ex paramilitares, víctimas del conflicto y exmiembros de la fuerza pública comparten escenario en 'Victus'
Hace tres años la actriz colombiana Alejandra Borrero los convocó para un proyecto artístico y les pidió que pusieran el oído en el corazón del otro. Una fila de desconocidos con el oído puesto en el pecho del otro. Sin saber nada de ellos, solamente que venían de algún sector del conflicto armado colombiano. Nada más. ¿Eran víctimas, ex paramilitares, exguerrilleros o militares? Les pidieron no presentarse, solo escuchar los latidos, hablar de cuando eran niños.
- ¿Tienen miedo?, les preguntó la actriz colombiana y todos los convocados asintieron.
- Nosotros también, completó la directora de Victus. La Memoria, que se refería a todo su equipo de Casa E, el teatro que dirige.
Fue así durante un buen tiempo. Pocos días después de ese primer encuentro, Julisa Mosquera supo que entre sus compañeros de obra había miembros del grupo armado que abusó de ella: Raúl Estupiñan, ex militar que perdió una pierna por una mina antipersona, entendió que actuaba con ex combatientes de la guerrilla que ponía esos artefactos explosivos; Gloria Salamanca, madre de un desaparecido conoció personas que podrían saber del paradero de tantos hijos. Cada uno de los diecinueve convocados a ese experimento sufrió contradicciones, dificultades, resquemores. “Llegaba a la casa todos los días y les decía a mis hijas ‘no puedo’; todos los días quería no volver, y en cada rostro de las mujeres paramilitares veía a la mujer que me llevó”, contó Julisa en una oportunidad.
Para ese momento ya eran amigos. Y un día, cuando empezaron a contar sus historias, la catarsis las hermanó. De todos lados habían sufrido abusos, abortos obligados, desapariciones y muerte. Difícil sacar algo poético, artístico de tanto dolor. Y sin embargo, sobre el escenario, los Victus le entregan al público un rompecabezas del conflicto para armar y se ponen como evidencia de difícil pero posible reconciliación.
“Walter Benjamin dice que la guerra es el escenario más árido, que es la experiencia más pobre y miserable. Entonces, parte de la propuesta pedagógica era cómo partir de lo que ellos conocían, siempre con dignidad. Demostrarles que ellos son portadores de memoria y cultura”, dice el compositor León David Cobo, codramaturgo de Victus. La música fue uno de los caminos para proyectarlos. Se reconocieron como excelentes imitadores de los sonidos de la selva, como cantantes y narradores e hicieron poesía fonética. Toda la música de la obra es compuesta enteramente por ellos, en conjunto. Como esta balada que también ha sido corrido prohibido y rap:
Solo tenía 9 años cuando llegaron al pueblo / mataron a mis profesores/ tengo vivito el recuerdo/ Estando ya reclutada el mundo se vino al piso/ mi niñez quedó enterrada /ese fue mi único aviso / mientras el pueblo se mata/ la guerra engorda a unos pocos/ si alimentamos los cuervos siempre nos sacan los ojos/ Toditicos somos iguales aunque pensemos distinto/ si nos vemos como humanos se acabaría el conflicto.
La canta Alejandra Hernández, pero es coreada por muchos. Casi todos los que estuvieron en grupos armados perdieron su infancia como cuenta Anderson Vargas, autor de una de las escenas más impactantes de Victus: un combate narrado con sonidos hechos por él mismo. Las balas, el helicóptero, las caídas, el silencio. Beat box construido en vivo por este joven mientras lo mezcla con movimientos de break dance. Entre sus dos aguas: el recuerdo de la guerra y su futuro en el hip hop.
“Sobrevivir con un fusil de palo, ver morir a mis amigos siendo un niño, a cada paso sentir ese miedo, el sonido de los helicópteros, es como que te arrancan parte de tu alma”, dice después de la obra cuya estructura va desde sus latidos, infancia, reclutamiento, pasa por la coca como el motor de la guerra, la vida del combate, un tributo a los muertos y termina hablando de sus sueños.
Además de la música, el proceso pedagógico, que estuvo acompañado por María Victoria Estrada, apeló a los inventarios: el uso de las palabras con las que cargaba cada uno. Porque no se trata de una obra con diálogos escritos, sino que parte de sus vivencias. Aunque estas fueran duras. El proceso fue también un “elogio de la dificultad”. Como una vez que hicieron el inventario de las palabras de la guerra y apareció ésta de la manera más cruenta
-AK47, Galil, fusil, Motosierra, tigre, culebras, leones…enumeraron quienes las portaron. Mientras las víctimas se sintieron afectadas.
Aún hoy, después de 60 funciones por varias regiones de Colombia, los Victus, como se autodenominan, siguen sintiendo miedo. Esta vez, a la reacción del público, a recordar cada uno de los hechos que vivieron, al temor por el regreso de la guerra. Vestidos de blanco hueso, todos iguales, se presentan con sus historias desnudas ante el público.
“Victus toca al público, en el que siempre hay víctimas o desmovilizados. Y, por otro lado a quienes han vivido el conflicto por televisión, como la mayoría de los colombianos. Cuando vives la guerra a través de narrativas de 30 segundos o por la radio repiten como una metralleta ‘violaron, secuestraron’, eso pasa y ya no te conectas. El teatro o el perfomance en vivo permite esa conexión, estás escuchando al otro respirar ahí, las moléculas del aire que salen de la voz del otro te llegan al oído en ese instante de manera única e irrepetible y eso hace que se establezca otro tipo de conexión con eso que nos ha tocado a todos que es la guerra”, completa Cobo.
El público aplaude y se apagan las luces, pero es ahí cuando realmente comienza la obra. Los Victus se quedan hablando con los espectadores, respondiendo preguntas, abrazos. Para ellos, el diálogo es la parte más importante del proyecto. Un punto de partida muchas veces doloroso para una obra intensa, brutal como la guerra misma.
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