Esperando a un Adolfo Suárez argelino
Abdelaziz Buteflika, enfermo, recluido en una habitación de hospital en Ginebra, rodeado por las manifestaciones en Argelia, mantiene su candidatura. ¿Cómo es posible que todavía resista y que piense incluso en ganar por desgaste?
A diferencia de lo que ocurrió en España tras la muerte de Franco y la transición hacia la democracia, el sistema Buteflika no ha previsto o imaginado la posibilidad de un Adolfo Suárez. Las comparaciones son siempre imprudentes, pero la experiencia de la “salida” de España habría podido interesar a los argelinos. Una dictadura militar, “desaparecidos”, una extrema derecha rentista, movimientos de protesta reprimidos a menudo entre sangre y una gestión de la “memoria” colectiva que tropieza con obstáculos. Resulta que España es el país europeo más próximo a Argelia en cuanto a la geografía y el más “invisible” en cuanto a la historia. Las élites se interesan por Francia igual que los inmigrantes ilegales y los veraneantes se interesan por la Costa del Sol. “Ustedes ven el resto del mundo a través del filtro francés”, me confiaba un día un amigo diplomático español destinado en Argelia.
A pesar de las inmensas protestas y del rechazo espectacular que se suceden desde hace tres semanas, Buteflika resiste aún por varias razones. Para empezar, este hombre no es solamente un enfermo recluido en Suiza, sino todo un clan: su propia familia, el comandante en jefe del Ejército argelino, un círculo de hombres de negocios muy ricos y agentes sindicales, y los partidos políticos de apoyo, en el seno mismo de la nebulosa islamista que controla la economía sumergida. Esta galaxia gira en torno a grandes presupuestos públicos y al entramado de la gigantesca corrupción que la acompaña. Esta oligarquía no se plantea una salida que no sea segura para las familias y los capitales. De momento, ningún Adolfo Suárez propone una amnistía favorable a esta élite.
A estas se añaden otras razones, razones “ideológicas”. El régimen argelino siempre ha sabido rentabilizar la memoria de la descolonización de Argelia. Sus partidarios se reclutan en el seno de la familia de excombatientes, sus parientes cercanos y sus descendientes. También en este caso se trata de un sistema de renta, privilegios fiscales, acceso al empleo y al mercado público, y tratos de favor que han unido a una familia entera, la llamada “familia revolucionaria”. La memoria de la guerra de liberación se consolida con la memoria de la guerra civil de la década de 1990 que el régimen ganó frente a los islamistas. Así el régimen puede invocar su estatus de “libertador del país” en 1962 y de “salvador del país” en 2000. Primero frente a la colonización, después frente a los yihadistas. Y de momento, el relevo generacional sigue bloqueado por la gerontocracia: para aspirar a tener responsabilidades en el seno del régimen, es necesario haber hecho la guerra de liberación o estar al servicio de este clan. Adolfo Suárez tenía 40 años cuando ascendió a lo más alto del Gobierno. En Argelia tener 40 años equivale a no ser nadie a ojos de la gerontocracia. No hay un hombre que garantice el relevo generacional, y por lo tanto, la transformación de las crisis en memoria y consenso. El Adolfo Suárez argelino es poco más que un prefecto, un directivo exiliado a Europa, un hombre de segunda mano. La revuelta en Argelia es también (sobre todo) demográfica y no tiene figuras.
El sistema Buteflika resiste todavía, porque no hay una monarquía que arbitre el cambio, como en España en la época de Suárez. Del lado del sistema, los partidos políticos de la oposición, vacíos y sin influencia en la calle, por una parte, y por otra, el Ejército, la policía, los partidos de apoyo y los círculos rentistas; y enfrente la “calle” argelina, joven, libre, sin líderes y por lo tanto incapacitada para sentarse a las mesas de negociación. No hay relación entre los tres. El sistema Buteflika siempre ha creado el vacío y ha impedido que surja un liderazgo alternativo. Esta dictadura obtusa ha fabricado un monólogo que hoy es una trampa: a fuerza de rechazar las oposiciones partidistas reales, se encuentra sola. Esta trampa es a la vez su fuerza y su debilidad.
Por último, el sistema Buteflika gana tiempo a falta de mejores opciones. Frente a él solo hay una nebulosa. Y esta ausencia de alternativa y de una figura consensuada es la baza principal con la que juega el régimen. Sabe que los argelinos temen profundamente el caos y la inestabilidad y aunque las amenazas de sirianización de Argelia en caso de sublevación no han funcionado, el vacío, el silencio del régimen, pueden acentuar la angustia. Argelia está en una situación en la que el verdadero rey es el actual jefe del Estado mayor (fiel entre los fieles al clan Buteflika), que se niega a elegir un Adolfo Suárez que no existe, frente a una oposición en la calle que no propone todavía una alternativa seria y consensuada para permitir la transición sin un elevado coste. Con un detalle decisivo añadido: el Franco argelino aún no ha muerto.
¿Cómo va a evolucionar este enfrentamiento? Nadie lo sabe: la familia Buteflika ya ha perdido, y lo sabe. Lo que está en juego es la prórroga para una salida segura y lo que amenaza es la recuperación de ese impulso popular ya sea por el Ejército o por los islamistas que esperan. Una tercera posibilidad: una lenta, auténtica, costosa y posible democracia en Argelia.
Kamel Daoud es escritor y periodista argelino.
Traducción de News Clips
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