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Argelia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El miedo ha cambiado de bando en Argelia

Buteflika, por su enfermedad y la monstruosidad de su reinado inmoral, representa la lenta agonía de esta casta que se niega a morir

Kamel Daoud
Manifestantes protestan contra la candidatura de Buteflika a un quinto mandato este viernes en Argel.
Manifestantes protestan contra la candidatura de Buteflika a un quinto mandato este viernes en Argel.MOHAMED MESSARA (EFE)
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Un helicóptero da vueltas en un magnífico cielo azul. Quizá esté filmando una escena inverosímil e inesperada en Argelia: decenas de miles de manifestantes, jóvenes, ancianos, familias y niños que gritan consignas contra Buteflika. Hace apenas unas semanas, dos jóvenes fueron arrestados y condenados a seis meses de prisión por mostrar, en una ciudad del interior, una pancarta que decía: “No al quinto mandato”. Estos jóvenes no son los primeros: el régimen argelino se enfrenta con virulencia al nuevo liderazgo surgido de las redes sociales. Muchos están en la cárcel, o lo han estado ya, por mostrar una imagen de Buteflika, un eslogan, una caricatura. Cuanto más se hundía el régimen de Argel en el surrealismo de una dictadura descarnada, más cruel se mostraba con la generación más joven. Una especie de infanticidio de larga duración cometido por la generación de descolonizadores, todos mayores de 75 años, contra los niños del nuevo mundo argelino. En Argelia, el techo de cristal es generacional: si no se ha tomado parte en la guerra de liberación o no se es un pariente cercano de la casta de los descolonizadores y sus secuaces, hay que exiliarse, marcharse, huir o callarse.

Buteflika, por su enfermedad, su degradación física, su obstinación, la monstruosidad de su reinado inmoral, representa la lenta agonía de esta casta que se niega a morir; el anuncio de un quinto mandato de “la momia”, como lo llaman los argelinos, ha abierto la cerradura del miedo.

En Orán, yo estaba entre esas decenas de miles de argelinos. A la una de la tarde, en el centro de la ciudad, la gran plaza frente al Ayuntamiento. Solo unos pocos. Tuve un momento de angustia: si hoy la movilización no es espectacular, el régimen ganará. Así que esperé junto a otros: selfis, primeras retransmisiones en directo en Facebook, preparación de pancartas. De repente, un hombre toma la palabra y milagrosamente la multitud se multiplica: “No nos avergoncéis: ni violencia ni destrozos. Los malos son ellos, no nosotros. Los policías son como tú y yo: hijos del pueblo”. Le aplauden. “No debe correr ni una sola gota de sangre, de lo contrario, será un pretexto para sumergirnos de nuevo en la década oscura”. La década de 1990, la de la guerra civil entre islamistas y soldados. A su alrededor, los jóvenes escuchan atentamente. No son activistas, sino jóvenes que sueñan con tener un visado, llegar a España o ser reclutados como policías a cambio de un salario. En media hora, la multitud se convierte en “pueblo”: es la hora de la salida de las mezquitas. El régimen ha tratado de usar a los imanes para calmar los ánimos, pero no ha servido de nada; los fieles han abandonado las mezquitas revolucionados.

Una hora después llegan las marchas, fabulosas, enormes. Vibro, me dejo llevar, emocionado, sin nombre. Las consignas se convierten en aliento. Los manifestantes se dirigen hacia las escaleras del Ayuntamiento, bloqueadas por los antidisturbios. No se mueven. Caras cansadas. Saben que están en el lado equivocado de la barrera. Los eslóganes son un programa y respuestas ingeniosas a las últimas declaraciones de los apparatchiks del régimen. Primero el famoso “Silmiya, Silmiya”. Traducción: marchas pacíficas. “Ciudadanos, policías, hermanos y hermanas”, para oponerse al chantaje del régimen que repite desde hace días que el país correrá la misma suerte que Siria. Luego vienen los debates: “Argelia no es una monarquía, es una república”. Aparecen enormes banderas. El ruido de los helicópteros rasga el cielo. Seguramente están grabando; el régimen parece observar desde detrás de las persianas. Por primera vez desde la independencia, la gente puede invadir la calle sin miedo. En general esto se traduce en una dura represión, violencia. Esta vez, no. El miedo ha cambiado de bando.

Pero el eslogan más “nacional”, el más popular, y que es imposible de traducir, es el enigmático “No habrá 5º [mandato] oh Buteflika, aunque traigas al BRI, o aunque traigas al Trueno”. Es difícil traducirlo, bajo el hermoso sol del momento: el BRI, son las Brigadas de Investigación e Intervención. Los “Truenos” son unidades de élite de la policía. Se grita con el corazón y con el cuerpo. ¿Quiénes son? A las tres de la tarde eran jóvenes, en moto, a pie, chicas y chicos. A las cuatro, se les unen familias, niños, personas mayores, toda la ciudad. Banderas en los balcones de los edificios, barcas. Camino bajo el sol con un amigo, algo aturdido. La multitud gira, recorre las calles, canta. En el fondo, quiere marchar sobre Argel y allí, tal vez reunirse, amenazar la sede de la Presidencia. Tal vez invadirla en un último gesto extraño: esta Presidencia lleva años desierta. Buteflika, un hombre enfermo, ya no vive allí. Vive en su residencia hipermedicalizada de Zeralda, en la costa de Argel. La Presidencia es la sede de un poder fantasmal, de los testaferros, de los clanes del régimen, secuaces de la familia Buteflika.

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¿De qué estará hecho el mañana? Buteflika y su familia pueden disparar contra la multitud o coger un avión. Pueden apostar por el desgaste; ya han malgastado 20 años. Juego peligroso. Regreso. Mañana empezaremos de nuevo, por supuesto. “El Harraga, que Dios tenga piedad de sus almas”, gritan, tristes, bajo los muros de Orán. El Harraga son esos jóvenes que se echan al mar en una patera para llegar a España. No por falta de pan, sino por falta de sentido. Ese sentido que los jóvenes de hoy encuentran y cantan.

Kamel Daoud es escritor y periodista argelino.

Traducción de News Clips

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