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“Esto por fin ha estallado”

Los ciudadanos críticos con el Gobierno llevan a las calles las protestas nacidas hace meses en los estadios de Argel

Javier Martín
Manifestantes contra la candidatura del presidente Buteflika a la reelección, el viernes en Argel.
Manifestantes contra la candidatura del presidente Buteflika a la reelección, el viernes en Argel. AP

Madre de tres hijos y funcionaria de profesión, Latifa H. esboza una amplia sonrisa mientras observa la cámara que apunta hacia su rostro velado y al cartel que iza sobre su cabeza. Es una límpida y soleada mañana de viernes y a su alrededor un nutrido grupo de jóvenes grita “Buteflika, vete ya”, “Buteflika, vete ya” con la misma cadencia con la que animan desde las gradas a su equipo, el USMA de Argel, cuyos colores visten. “El pasado viernes me quedé en casa porque tenía miedo. Pero hoy hemos decidido venir todos porque estamos cansados, necesitamos un cambio. Quiero que mis hijos puedan vivir en un país mejor”, explica mientras camina alegre entre la multitud, que abarrota la avenida Didouche Mourad en dirección a la plaza de la Grand Post, corazón de la capital.

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Algunos metros más adelante, a escasa distancia del cordón formado por una ringlera azul de expectantes y aplomados agentes antidisturbios, Amal B. —25 años, mirada sostenida, penetrante—, agita una pequeña bandera argelina mientras clama con pasión “el pueblo no quiere este régimen”. Estudiante de la escuela superior de Artes, ha bajado al centro de la capital desde Hydra, uno de los barrios acomodados de Argel. “Estamos aquí por dignidad. Argelia no se merece un presidente enfermo y un régimen corrupto que roba”, señala. “Queremos que haya justicia, que podamos encontrar un trabajo y un futuro. Amamos Argelia y por eso queremos que este Gobierno caiga. No vamos a callar más”, advierte.

Las protestas contra la posibilidad de que el presidente, Abdelaziz Buteflika, de 82 años y gravemente enfermo desde hace un lustro, opte a un quinto mandato estallaron meses atrás en las gradas de los estadios de fútbol, y en particular entre los grupos ultras de los dos principales equipos de la capital, el USMA y el AC Alger, altamente politizados. Un movimiento que ha crecido desde entonces de forma sostenida, desencadenado enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y que llegó a asustar al régimen militar, hasta el punto de suspender primero partidos alternos y después jornadas completas de liga.

El pasado 22 de febrero, miles de ellos llevaron sus cánticos a las calles de Argel, en la mayor manifestación que se recuerda en la capital en la última década. Cinco días más tarde fueron los universitarios los que desbordaron el centro con una nueva marcha masiva, apoyados por los alumnos de secundaria. El pasado jueves, un total de 19 periodistas fueron arrestados —y posteriormente liberados— durante una pequeña concentración convocada para denunciar las presiones del régimen y la decisión de los medios públicos de obviar las protestas.

“La semana pasada había mucha gente mirando en las aceras que no se atrevía a sumarse o lo hacía con miedo”, señala Hasan, periodista de un diario estatal que prefiere no ser plenamente identificado. “Hoy, como puedes ver, hay muchas más familias y mucha menos gente mirando. La gente empieza a creer y verás como en las próximas va a haber más y más. Esto por fin ha estallado”, subraya.

La reacción del régimen argelino ha evolucionado igualmente en estos últimos diez días. Atónito ante un brote inesperado, al principio optó por atemperar las aguas e insistir en que mientras fueran pacíficas, las protestas respondían al derecho constitucional de los ciudadanos. La consigna, evidente en las marchas del viernes 22, era mantener la calma y evitar cualquier tipo de represión violenta. Acosados por grupos de manifestantes, los agentes resistían con sus porras en el cinto y las armas en los furgones. Pero el jueves, casi al tiempo que los periodistas eran arrastrados a las comisarías, el primer ministro, Ahmed Ouyahia, optó por elevar el tono.

En un alarmista discurso en el Parlamento, desenterró el fantasma de la guerra civil (1992-1999) —en la que murieron más de 300.000 personas y decenas de miles más quedaron desaparecidas— y el espectro de la larga y cruenta crisis humanitaria en Siria. Este segundo viernes de ira, las fuerzas de seguridad argelinas conservaron la flema, pero incrementaron su presencia en las calles, especialmente en torno al palacio presidencial, la sede del Gobierno y el Parlamento, fuertemente custodiados. Cualquier intento de aproximarse suponía una nube inmediata de gas pimienta. Fue entonces cuando una letanía de manifestantes le recordó al primer ministro: “Ouyahia, Argelia no es Siria”.

Javier Martín es delegado de la agencia Efe en Argelia, Libia y Túnez.

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