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May exige a los euroescépticos que velen por los intereses de Reino Unido

El Partido Conservador afronta su congreso anual profundamente dividido por el Brexit

La primera ministra Theresa May, entre la audiencia del congreso del Partido Conservador, este domingo en Birmingham.Vídeo: Jeff J Mitchell (GETTY) / EPV (REUTERS)
Rafa de Miguel

El día a día de Theresa May se ha convertido en una lucha por la supervivencia y esta semana deberá hacer frente a un reto colosal. El Partido Conservador celebra su congreso anual en la ciudad de Birmingham (Reino Unido) y los euroescépticos afilan los cuchillos con el propósito de acabar con el plan Chequers, el único salvavidas al que sigue aferrándose la primera ministra para salvar sus negociaciones sobre el Brexit con Bruselas. "Dejad ya de hacer juegos políticos y empezad a actuar en defensa del interés del país", exigió al ala dura una May desafiante en su debilidad.

El Partido Conservador británico fue considerado durante mucho tiempo la máquina electoral más eficaz en la historia política. Aglutinador de todas las ideologías a la derecha —del neoliberalismo de Thatcher al nacionalismo de Disraeli malentendido por los euroescépticos, pasando por el conservadurismo social que intenta representar May—, su principal baza era la convicción asentada en muchos de sus votantes de que se trataba del partido del pragmatismo y de la gestión eficaz.

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Hoy los conservadores ni siquiera pueden presentar esa medalla. El laberinto del Brexit —que May heredó, le ha tocado gestionar y para muchos correligionarios la ha convertido en el cordero sacrificial de esta crisis— ha desatado una guerra interna entre los tories que amenaza con llevárselos por delante.

La primera ministra sabe que muchos en su partido la dan por amortizada y que si no provocan aún su caída es porque nadie quiere achicharrarse políticamente en los seis meses que quedan por delante hasta que el próximo 29 de marzo, el Brexit —suave, duro, negociado o a las bravas— sea una realidad. May confía en sobrevivir este congreso con el doble argumento de pasar la responsabilidad del bloqueo de las negociaciones a la UE y airear un orgullo nacional herido en la pasada cumbre de Salzburgo (Austria), cuando los líderes europeos rechazaron de plano su plan Chequers, lo que ha despertado solidaridad con ella en compañeros de filas y votantes conservadores. "Mi plan es el único que puede respetar el resultado del referéndum, asegurar que no haya una nueva frontera entre Irlanda y el Úlster y proteger la economía y los empleos en Reino Unido", defendía este domingo en el programa del periodista Andrew Marr, en la BBC.

El simpático Boris Johnson frente a la pragmática Theresa May

R. DE M., Londres

Todo el mundo quiere a Boris Johnson. Los periodistas políticos demandan incansablemente sus salidas de tono y sus titulares explosivos; los compañeros de partido admiten su brillantez y su locuacidad de fuegos artificiales; los militantes adoran sus intervenciones públicas. Eso no quiere decir, sin embargo, que todos ellos le tomen tan en serio como él se toma a sí mismo. Son muchas las encuestas que señalan que, a la hora de elegir, una mayoría de votantes prefiere antes el pragmatismo y el sentido común de Theresa May, aunque admitan que es incapaz de entender el estado de ánimo de la ciudadanía, al carácter extemporáneo de Johnson. Alguien que le conoce bien y ha trabajado con él cuando ocupó la cartera de Exteriores señala un problema poco conocido de Johnson: desde muy joven padece una sordera a la que no ha querido poner remedio. Eso explicaría su tono de voz elevado y avasallador, pero quizá también su desconocimiento de  la percepción que de él se tiene a sus espaldas.

No lo va a tener fácil. Los conservadores euroescépticos (y cerca de un 80% de los militantes) rechazan el plan de May y siguen aireando la ensoñación de que lo mejor para el país es salirse sin más de la UE y aspirar a un nuevo acuerdo de libre comercio con Bruselas similar al que ahora tiene Canadá. El exministro de Exteriores, Boris Johnson, que no puede intervenir en el congreso por no ser ya un miembro del Gobierno, tiene aun así intención de hacer mucho ruido. El martes intervendrá en un acto multitudinario en Birmingham organizado de forma paralela a la convención torie. 

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Johnson, quien ha ido un paso más en sus ataques al definir el plan de May como "un acto de locura" en una entrevista para The Sunday Times, tiene cada vez más prisa y menos disimulo en mostrar su aspiración a suceder a May en el liderazgo conservador. Esta semana se despachaba con un artículo de más de 4.000 palabras en The Telegraph en el que exponía su propio plan para abandonar las instituciones europeas. "Las propuestas de Chequers tienen lo peor de ambos mundos. Son una humillación moral e intelectual para este país", escribía Johnson con ese tono churchilliano que tanto admira, para proponer un "Acuerdo de Libre Comercio Super-Canadá". "Si fallamos", concluía, "las generaciones futuras no nos lo perdonarán fácilmente".

El problema para Johnson y para los euroescépticos más recalcitrantes es que las generaciones futuras —sobre todo los jóvenes de clase media— no comparten esos prejuicios y recelos hacia Europa que ellos han resucitado. "La principal causa del euroescepticismo conservador viene de un temor ya lejano en el tiempo de muchos parlamentarios veteranos hacia la cada vez mayor integración de Europa", explica Colin Kidd, profesor de Historia en la Universidad de St. Andrews. "La mayoría de los afiliados son ya mayores y es ahí donde reside el mayor apoyo al Brexit. Pero los militantes conservadores son solo una minúscula fracción del electorado torie", advierte.

Y gran parte de ese electorado comparte las angustias producidas por los años de crisis económica. Empleos inestables, precios desorbitados de la vivienda o servicios públicos en ruinas. Lo que ha llevado a muchos políticos conservadores a admitir con desesperación que el diagnóstico y las fórmulas radicales propuestas por el líder laborista Jeremy Corbyn comienzan a reverberar con fuerza en los oídos ciudadanos y el Partido Conservador es incapaz de capturar el nuevo espíritu de los tiempos. "La otra parte tiene una ideología, nosotros debemos tener la nuestra", advirtió en su momento Margaret Thatcher.

Theresa May intervendrá ante el plenario del congreso el miércoles. Si logra controlar el ruido en torno al Brexit y que los suyos le permitan vivir un día más, intentará dibujar una agenda doméstica que la aleje de esa pesadilla y le dé alas para aguantar. Ya ha anunciado medidas populares como un nuevo impuesto para los no residentes en Reino Unido que quieran comprar una vivienda. El dinero recaudado se destinaría a dar cobijo a los británicos "sin techo". Hay miles de ellos. Sin entrar en  las virtudes o fallos económicos de la propuesta, los euroescépticos se han lanzado ya al cuello de May. "No se puede derrotar a Corbyn convirtiéndote en otro Corbyn", dice Johnson, convencido de que solo un Brexit drástico logrará devolver el esplendor económico al país.

Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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