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Los ‘lobos’ también quieren morder a Francisco

La guerra a la luz del día contra el Pontífice es más del Vaticano que de la Iglesia

Juan Arias
El papa Francisco reza en San Pedro en el Vaticano, en agosto.
El papa Francisco reza en San Pedro en el Vaticano, en agosto.ANGELO CARCONI (EFE)

La guerra a la luz del día contra el papa Francisco es más del Vaticano que de la Iglesia. Son intereses político-económicos más que dogmáticos. Se ubican en las iglesias conservadoras de la América de Trump y en la Europa con nostalgias fascistas, y no en las jóvenes iglesias latinoamericanas, africanas o asiáticas que apoyan la revolución evangélica del Papa. Es la de los lobos que obligaron abdicar al papa Ratzinger y que, al parecer, siguen vivos y con ganas de morder también a Francisco.

La otra Iglesia, la que exige la fidelidad a sus orígenes contaminada por los poderes mundanos que acabaron incrustándose en la jerarquía vaticana, esa es la que aplaude a Francisco. Es la Iglesia que se mantuvo fiel a la revolución abierta por el Concilio Vaticano II. La embestida contra el papa Francisco era de esperar. Se trata del primer sucesor de Pedro que llegó a Roma despojándose de la mundanidad de la Curia Romana y abriendo las puertas de la Iglesia a la caravana de los que habían sido alejados de ella, los mismos a los que Jesús había dado sus preferencias.

Quizás Francisco sea sólo un Papa de transición que pueda aún acabar devorado por quienes prefieren a la antigua Iglesia del poder romano, centrada en la burocracia más que en el Evangelio. Si así fuera, dejará una puerta abierta a la esperanza.

Francisco podría hacer algo más. ¿Por qué no imitar a su antecesor, Juan XXIII, que en tiempos más duros aún sorprendió con la convocación de un Concilio Ecuménico? Tenía la misma edad que hoy Francisco. La Curia conservadora lo tenía bajo observación. Le temía. Llegaron a pensar en deponerlo por osado. Cuando ya no pudieron, intentaron manipular el Concilio. Juan XXIII, con su libertad de espíritu, acabó ganando la batalla.

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Fue la fuerza de aquel Concilio la que hizo posible que, medio siglo después, llegara a la silla de Pedro, desde la periferia del mundo, un papa como Francisco que se negó a ser una copia de los antiguos emperadores romanos. Puede que también a él le haya salpicado la vieja estrategia de la Iglesia de esconder los pecados sexuales de sus representantes. Aún no lo sabemos. Lo que sí es cierto es que su pontificado ha creado un terremoto en la Iglesia descolocando su eje de poder. A una Iglesia que hasta ahora había sido fundamentalmente europea, le dijo en su primer saludo que estaba llegando “desde muy lejos” . Llegaba de los barrios del mundo.

Y tuvo la osadía, ya en aquel primer momento, de no limitarse a ofrecer urbi et orbi la tradicional bendición papal. Pidió a los presentes en la plaza de San Pedro que también ellos “bendijeran al obispo de Roma”, casi una herejía. Renunciando a los palacios pontificios, se fue a vivir a una sencilla residencia para sacerdotes. Y allí sigue. ¿Más vulnerable o más fuerte?

Sean los que sean los pecados de los que las fuerzas conservadoras le acusan, lo cierto es que Francisco supone un peligro para la Iglesia que siempre se negó a ser refundada. No es fácil quebrar paradigmas que parecían eternos.

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