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Mundial Rusia 2018
Columna
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La luz llega del Oriente

Tenemos una nueva oportunidad de pisar la cancha y decidir allí el futuro. Estamos, de nuevo, en octavos de final

Antonio Ortuño
Aficionados mexicanos en el Zócalo.
Aficionados mexicanos en el Zócalo. J. ORDOÑEZ (AFP)

Hola, oscuridad, vieja amiga. Aquí estamos de nuevo, hundidos. Esta vez antes de lo usual: parece que van a bajarnos en la primera ronda y nos vamos a dar un ranazo serio, de esos que desacomodan dientes, ponchan costillas y quitan el resuello. Este pinta para ser el paseo más corto (divertido y genial, quizá, pero demasiado corto, carajo) que hayamos tenido en los últimos siete Mundiales. Parece que esta vez no llegamos a octavos de final, como era costumbre. Nos andamos ahogando en la orilla. Los dos primeros partidos fueron ensueño y el tercero delirium tremens. Suecia nos está pegando 3-0 y es el minuto 90.

Y no es que los señoritos suecos hayan hecho gran cosa en el campo, con su once de troncos sensibles. Porque muy vikingos habrán sido en el pasado pero hoy se dedicaron a echarse al pasto y llevarse las manos a la cara como si acabaran de echarles chile a los ojos. Teatreros, cuenteros, mañosos. Y se las compraron. A los trece segundos de partido ya había amonestado el árbitro a Jesús Gallardo por una jugada inocua. En cada balón divido con roce les concedió la falta a ellos. Muchos güeros de uno noventa, pero nomás les arrimaban el hombro y rodaban como pinos de boliche. Ladinos los angelitos, pues, y con el silbante como tutor.

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Como sea: ese equipo rústico e histriónico nos metió tres goles en media hora. Un balón rebotado hacia su delantero, un penal inventado por el árbitro, que además se negó a corroborarlo en el VAR (volvió del averno del Mundial pasado la pesadilla del penal fantasma), y un saque de banda que nadie despejó y entró a nuestra meta rodadito. ¿A quién culpar, sino a nosotros mismos? Y, con todo, el primer tiempo se jugó al filo, pero con orden y opciones. Ya en el segundo todo se fue al carajo. El peor de los tres juegos de primera ronda para México, de lejos, y un resultado para sonrojarse. Pero no es justo que nos vayamos: incluso hoy hubo chispazos, esfuerzo, ideas. Seamos sinceros: hemos visto juegos peores de este mismo equipo. Claro, eso no sirve si te tienes que ir.

No nos queremos ir, señor Mundial. No queremos que las obras maestras que fueron los partidos contra Alemania y Corea del Sur se queden en estadística. No hoy, señor Mundial, hoy no. Que no sea hoy el día en que nuestros pecados caigan sobre nosotros, que no sea el día que paguemos con la caída la falta de un medio de contención real... Que no sea el día en que Ochoa, que había estado sobresaliente, pague los errores de otros. Pero para qué implorar, si llega el minuto 90 y todo está perdido y uno recuerda a Borges:

… se dispersa el día y la batalla

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
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deforme y la victoria es de los otros

Vencen los bárbaros…

Pero el sol nace en el Oriente. Cometimos otro error: dar por descontado que la selección de Alemania, que había sobrevivido en el Mundial metiéndole un golazo a Suecia en el minuto 95 el sábado, iba a desfilar hoy como aplanadora sobre Corea del Sur, que llegaba a su último encuentro eliminada. Abismados en la derrota, en el durísimo revés con los suecos, no reflexionamos en lo que, al mismo tiempo, sucedía en otro escenario. Y Alemania, en él, no está desfilando. Para nada. Ya en el minuto 90 va 0 a 0 y ese empate insospechado nos clasificaría a los octavos.

No nos queremos ir, señor Mundial. No queremos que las obras maestras que fueron los partidos contra Alemania y Corea del Sur se queden en estadística

¿Podemos todavía? Pero si acabamos de despedirnos mentalmente del Mundial, si acabamos de bajar la cabeza y abrazar a nuestros hijos, que andan moqueando como hicimos nosotros alguna vez, y gimoteando de impotencia, de puro quererse meter al televisor y pegarle a ese balón que ninguno de los nuestros patea con tino y si ya no decimos nada, roncos de tanto pegarle de gritos a la pantalla y al árbitro cuchillero que no marca una a favor, que se las da todas a Suecia e ignora al VAR por el puro gusto de vernos caer. Podemos, sí. Carajo: podemos porque al minuto 90, Corea del Sur aguanta como los bravos y su portero y defensas se prodigan ante el acoso alemán, ante su aglomeración de centros, tiros directos, empuje, prestigio e historia, con el equipo apilado frente a la portería rival, como si la sombra del pasado pudiera hacer ese gol que los mete en octavos y nos saca a nosotros.

Pero llega el minuto 91 y hay tiro de esquina para Corea del Sur. Y luego de dos rebotes que vemos pasar en cámara lenta, como sacados de un recuerdo, el balón llega a un coreano, que, solitario, patea al arco. Y es gol. Es gol. Es gol, carajo: gol. Y los mexicanos vemos ese juego, porque en el nuestro no queda nada por ver, y gritamos como dementes. Hay 51 millones de coreanos de sur en el mundo. Es una posibilidad bastante razonable suponer que el gol es gritado por más mexicanos...

Y a los alemanes, que nunca han quedado eliminados en una fase de grupos en Mundial, les tiemblan las piernas. Debe ser una sensación terrible y desconocida. Y es como si a nuestro alrededor estuviera haciéndose la luz, de pronto. ¿Cómo es que un equipo eliminado, como Corea del Sur, resiste 90 minutos al campeón del mundo y en el 91 lo mata? ¿Con qué dignidad o fuerza lo hace? Y al 95, con el portero alemán cazando rebotes en el área contraria en busca del milagro, un despeje de los asiáticos acaba en contragolpe. Y no hay portero. Y de nuevo es gol. Gol de Corea del Sur pero que es como nuestro, en el fondo, porque el 2-0 elimina a Alemania y nos da el pase.

Y estamos en octavos. Dejamos, por lo pronto, de desvanecernos. Tenemos una vida más, otra bala en la recámara, una nueva oportunidad de pisar la cancha y decidir allí el futuro. Estamos, de nuevo, en octavos de final, como en los últimos siete mundiales. El equipo mexicano no celebra. Hay caras largas y miradas turbias. Y muchos, en nuestras casas, nos sentimos así, tan noqueados como estaba ayer el inmenso Maradona. Porque Maradona sabe, señores, que al mundo vinimos a sufrir y al Mundial a llorar. Pero hoy estamos vivos. Hoy se agigantan aquellas victorias de los primeros juegos. Los que seguimos en el Mundial, Alemania admirada, esta vez somos nosotros.

Como en esos sueños que comienzan con unos personajes y acaban con otros, en vez de hablar del Chucky y el Chícharo hablamos esta vez del portero Jo, y los goles de Kim y Son. Y les juramos amor eterno a los coreanos y hacemos chistes sobre ellos. Si yo fuera coreano y viviera en México, saldría esta tarde a los bares y seguro que me pagaban los tragos, ligaba y acababa dando autógrafos. Pero como soy mexicano mejor me callo y celebro, en silencio, que nos hayan regalado una semanita más de Mundial.

Gracias, Corea del Sur. Y tú tendrás que esperarnos un poco más, oscuridad, vieja amiga.

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