Se multiplican los actos de repudio en establecimientos públicos a los aliados de Trump
Los abucheos y expulsiones de locales abren un debate sobre la polarización y la tolerancia en Estados Unidos. La Casa Blanca considera "inaceptables los llamamientos al acoso"
La polarización política ha saltado ferozmente a la arena pública en los últimos días en Estados Unidos. La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, expulsada de un restaurante. La secretaria de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, abucheada en otro. Lo mismo le ocurrió a Stephen Miller, asesor de Donald Trump y emblema de la mano dura en inmigración, al que llamaron “fascista” en un local de comida. Y Pam Bondi, fiscal general de Florida y defensora habitual del presidente, fue insultada en una sala de cine. “Eres una persona horrible”, le espetaron.
La multiplicación de actos de repudio público contra aliados de Trump -sin precedentes recientes y agigantados por el altavoz de las redes sociales- ha abierto un debate sobre los límites de la tolerancia y la discrepancia política en un país donde la libertad de expresión es sagrada, pero también existe una creciente tendencia social a rodearse de personas de la misma ideología. Apenas hay leyes en EE UU que prohíban a un comercio negar servicio a un cliente por su opinión política. Por ejemplo, el pasado abril un juez de Nueva York desestimó el caso de un hombre que alegó que fue echado de un bar por llevar una gorra de apoyo a Trump.
“Dejen al equipo de Trump comer en paz”, titulaba su editorial el diario The Washington Post a raíz del caso de Sanders. La portavoz, junto a sus siete acompañantes, tuvo que abandonar el viernes un restaurante en Lexington, un municipio rural en Virginia, después de que la propietaria le dijera que, por principios, no podía servir a una persona que trabaja para una Administración que considera “inhumana y sin ética”.
"Podemos estar en desacuerdo pero deberíamos poder hacerlo libremente y sin daño", dijo Sanders este lunes en su primera valoración en persona de lo sucedido. En su rueda de prensa diaria, señaló que es "importante el debate saludable" pero consideró "inaceptables los llamamientos al acoso" a personalidades del Gobierno. Sanders ya confirmó el incidente el sábado en su cuenta oficial en Twitter de portavoz de la Casa Blanca.
“¿Cómo de difícil es imaginar, por ejemplo, que personas que creen que el aborto es un asesinato decidan que jueces u otros cargos electos que protegen los derechos al aborto no deberían poder vivir pacíficamente con sus familias?”, se pregunta el Post, un diario muy crítico con la política de Trump.
En medio del clima de tensión, es imposible no apuntar indirectamente a la retórica divisiva del propio Trump. El republicano es el presidente menos unificador de las últimas décadas en EE UU, obsesionado en atizar tensiones, crear enemigos y dividir el mundo entre ganadores y perdedores, buenos y malos. Se ha burlado sin pudor de sus contrincantes, ha evitado censurar a grupos racistas blancos y como candidato llegó a alentar la violencia física contra manifestantes críticos en sus mitines. Fiel a su estilo, la respuesta de Trump al incidente de Lexington fue atacar al establecimiento: “¡Siempre tuve una regla, si un restaurante está sucio por fuera, está sucio por dentro!”.
David Axelrod, gurú electoral de Barack Obama y estratega jefe en los primeros años del demócrata en la Casa Blanca, considera el altercado de Sanders un “triunfo de la visión de América de Trump”. Axelrod deplora las voces en la izquierda que aplaudieron la expulsión de la portavoz del restaurante. “Ahora estamos divididos en platos rojos y azules”, escribió en Twitter en alusión a los colores republicano y demócrata.
Otros, sin embargo, ven en el altercado de Virginia un modelo a seguir. “Si ves a alguien del Gobierno en un restaurante, una tienda, una gasolinera, te desplazas allí y agrupas una masa para hacerlos retroceder y les dices que no ya no son bienvenidos en ningún lugar”, dijo el sábado la congresista demócrata por California Maxine Waters en un mitin en Los Ángeles. Al día siguiente, redobló su ofensiva: “Van a protestar. Van a acosarlos absolutamente hasta que ellos decidan que le van a decir ‘no’ al presidente”.
Trump reaccionó rápidamente. Llamó a Waters una persona “con un coeficiente intelectual extremadamente bajo” y le advirtió del peligro de alentar la confrontación. Durante la campaña electoral de 2016, los demócratas se esforzaron en dibujar a Trump como una persona errática que ponía en peligro a EE UU. Las descalificaciones a sus votantes, a los que Hillary Clinton llamó “deplorables”, solo hicieron que cohesionar a la base electoral del republicano y afianzar su retórica populista de outsider contra el establishment.
El historiador Jon Meachan dice no recordar un “momento tribal similar” en la historia reciente de EE UU y asegura que le trae a la memoria las humillaciones públicas en las plazas durante la era colonial. Meachan señaló, en declaraciones al Post, que existía polarización política durante los años 30 y 60 pero no se vivieron ese tipo de actos de repudio público contra miembros del Gobierno. Y remarcó que tanto los presidentes Franklin Roosevelt como Lyndon Johnson no gobernaron del “modo conflictivo y contencioso” de Trump. “Creo que el mundo de Trump está recogiendo lo que ha sembrado. Y eso es malo para todos nosotros”, dijo.
Otros historiadores han rememorado el caso en 1974 de un restaurante de Berkeley (California) que inicialmente rechazó servir a H.R. Haldeman, el jefe de gabinete de Richard Nixon, aunque después acabó haciéndolo. También la decisión en 2012 del propietario de una heladería en Virginia que declinó que el vicepresidente Joe Biden atendiera a los medios de comunicación en su establecimiento. Aunque el empresario dijo que mantuvo una conversación “muy amable” con el número dos de Obama acerca de sus diferencias políticas.
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