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El sindicalista más cercano a Macron

Laurent Berger, secretario general de la CFDT, asume un papel delicado ante la ola de protestas contra el presidente

Marc Bassets
Laurent Berger, secretario general del sindicato francés CFDT
Laurent Berger, secretario general del sindicato francés CFDT Costhanzo

La noche del 23 de abril de 2017, Laurent Berger, secretario general de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), lo tuvo claro. Emmanuel Macron, un político joven, sin partido y con un programa reformista, acababa de clasificarse para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Debía enfrentarse, dos semanas después, a Marine Le Pen, candidata del Frente Nacional, el viejo partido de la extrema derecha. Berger, no tuvo ninguna duda. En seguida pidió el voto por Macron. Aunque fuese el candidato liberal. Aunque una reforma del mercado laboral que flexibilizaba el despido fuese una de las promesas centrales de su campaña. Aunque muchos sindicalistas y trabajadores le viesen como el candidato de la patronal, de los triunfadores, de los ricos. El jefe de la reformista CFDT, que acababa de superar a la Confederación General de Trabajadores (CGT) como primer sindicato en el sector privado en Francia, no logró convencer a Philippe Martinez, el combativo secretario general de la CGT, para que se uniese a la petición. Unos días después, Martinez llamaría a “votar contra Marine Le Pen”, un circunloquio para pedir el voto por Macron sin pedirlo.

Ha pasado un año, la reforma laboral se ha aprobado —gracias en parte a los acuerdos del Gobierno francés con la CFDT y pese a la oposición de la CGT— y el talante de Berger para el diálogo, para convertirse en el interlocutor sindical privilegiado de Macron, está a prueba. La huelga intermitente de la SNCF, la compañía de ferrocarriles públicos, pronto cumplirá un mes y está previsto que dure hasta final de junio. Es la mayor crisis social que afronta un presidente que, hasta ahora, ha gobernado con una mayoría cómoda en la Asamblea Nacional y sin una oposición verdadera.

Es partidario del diálogo más que de la confrontación y está harto del “estar siempre contra algo”

Al contrario que las movilizaciones contra la reforma laboral en otoño, la de la SNCF ha unido a los sindicatos, convocantes de una huelga que varios días a la semana paraliza el transporte ferroviario con el que se desplazan más de cuatro millones de franceses. Todos los focos caen sobre Martinez y la CGT, primer sindicato en la SNCF, pero de la posición de Berger y la ­CFDT en las próximas semanas dependerá en gran medida de la cohesión del frente sindical, del futuro de la huelga y del resultado del pulso que Macron ha lanzado a los ferroviarios.

La historia del sindicalismo francés en la era de Macron es la historia de la pugna entre dos hombres, Martinez y Berger. De un lado, Martinez, el hijo de inmigrantes españoles, de bigote rotundo, aspecto de veterano metalúrgico y retórica explosiva, nacido en 1961 en la banlieue norte de París, líder del sindicato históricamente ligado a los comunistas, hegemónico durante décadas y hoy destronado por la CFDT. En frente, Berger, el sindicalista de modos suaves y retórica conciliadora, más parecido a un cuadro intermedio de la sucursal en provincias de una multinacional que a un sindicalista de la vieja escuela, nacido en 1968 en Guérande, un pueblo de 15.000 habitantes en la costa atlántica, cerca de Nantes, hijo de un soldador en los Astilleros del Atlántico y de una auxiliar de puericultura, ambos militantes de la CFDT, ambos “católicos de izquierdas, tendencia Vaticano II”, según explicó Berger en 2012, al asumir el cargo de secretario general, al diario católico La Croix.

La huelga intermitente de la SNCF, la compañía de ferrocarriles públicos, pronto cumplirá un mes y es la mayor crisis social que afronta un presidente que, hasta ahora, ha gobernado con comodidad

Ahora unidos por la SNCF, una rivalidad intensa enfrenta a Martinez y a Berger. Éste último, partidario de un sindicalismo de diálogo más que de confrontación y “harto del sindicalismo que siempre está de acuerdo para estar contra algo”, como decía hace unas semanas, en una conversación con un grupo de corresponsales en la sede de la CFDT en el popular barrio de Belleville, en París. “Sueño”, añadió, “con un sindicalismo francés que se movilice en favor de algo”.

El pulso con el Gobierno por la reforma de la SNCF —reforma que pretende abolir para los futuros contratados el beneficioso estatus laboral de los actuales ferroviarios, así como preparar la apertura del sector a la competencia— no había empezado en el momento de la citada conversación. Pero las palabras de Berger resumen el espíritu de la CFDT, sindicato que, como Macron, se define como “ni de izquierdas ni de derechas” y que tiene una larga tradición no marxista y antidogmática, desde su fundación como sindicato cristiano en 1919, inspirado por la doctrina social de la Iglesia, hasta su apoyo al sindicato polaco Solidaridad en los ochenta o a la oposición venezolana ahora, pasando por el papel en Mayo del 68 como un sindicato más ágil y conectado con el aire de los tiempos que la hegemónica CGT del momento. “Nosotros tenemos un discurso matizado en un país, lo sé, al que no le gusta el matiz”, dice Berger. Y en otro momento: “Hay que partir de lo real. Los franceses están hartos de que les cuenten cuentos, y los trabajadores, también”. “Lo que se espera de nosotros no es el enfrentamiento estéril”, continúa. “El sindicalismo no tiene ninguna utilidad si se otorga a sí mismo una forma de pureza pero al final acaba perdiendo”.

Su principal rival es el líder de la CGT, hijo de inmigrantes españoles con una retórica explosiva

Acusado de excesiva complacencia con Macron, Berger marca las distancias. En enero firmó una tribuna en Le Monde muy crítica con la política migratoria del presidente. Recela de su retórica y sus políticas. Ve con escepticismo la voluntad de soslayar a los llamados cuerpos intermediarios —la sociedad civil, incluidos los sindicatos— a la hora de gobernar, en un país donde el Parlamento es débil y, como se constata ahora con las huelgas y movilizaciones de ferroviarios, estudiantes y funcionarios, la oposición acaba siendo la calle. “Se trata de un presidente que, hasta ahora, no ha prestado atención suficiente a la situación de los más frágiles”, dice. “¿Es el presidente de los ricos?”, se pregunta, en alusión al calificativo que le dan muchos adversarios. Y responde, tajante y fiel a su principio de evitar las palabras gruesas y ofensivas en la pelea política: “Recelo de estas caricaturas”. El trasfondo de todo el combate, incluido el laboral, es el riesgo de la extrema derecha. “No se combate no reformando Francia, porque el statu quo es mortífero, pero una reforma injusta tiene los mismos efectos”. Reformas, sí, pero no así, podría ser el resumen de la doctrina Berger.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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