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EN ANÁLISIS
Columna
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Videopolítica

La crisis peruana y el perdurable fujimorismo

Era un “outsider”, un recién llegado a la política. La amenaza de Sendero Luminoso le sirvió como pretexto para la discrecionalidad, incluyendo el autogolpe de 1992. Disolvió el Congreso, suspendió derechos y garantías, y avasalló al poder judicial. Luego cambió la Constitución para quedarse más tiempo. Se trata de Alberto Fujimori, presidente entre 1990 y 2000.

El hombre fuerte de su gobierno era apodado “el espía”. Estaba a cargo de la inteligencia, la censura a los medios, la corrupción y la represión, incluidas las masacres de campesinos y las esterilizaciones forzosas. Sin que lo supieran, políticos, militares, periodistas, jueces y fiscales pasaban por una oficina convertida en set de filmación. El apoyo, o el silencio, se canjeaban por billetes. Se trata de Vladimir Montesinos, extorsionador en jefe.

Hasta que un día se filtraron los vídeos. Montesinos cayó en septiembre de 2000, Fujimori renunció dos meses más tarde con un fax desde Japón. De ahí en más el país ingresó en el camino de la fragmentación, con presidentes en permanente minoría parlamentaria. Algunos partidos han sido incapaces de sobrevivir más allá del periodo presidencial de su fundador, Cambio 90, Perú Posible, Partido Nacionalista y ahora tal vez Peruanos por el Kambio. Otros se han debilitado al punto de la irrelevancia, APRA y Acción Popular.

Fragmentación, pero con fugacidad. Así y todo, durante los últimos 15 años la economía creció ininterrumpidamente, la pobreza se redujo y la desigualdad disminuyó. La sociedad peruana hoy reclama “que se vayan todos”, tal como ocurrió en Argentina en 2001 durante la crisis económica más pronunciada de su historia. La virtuosa anomalía peruana, sin embargo, es haber sostenido la prosperidad en un contexto de inestabilidad política.

Claro que en ese lapso también llegó Odebrecht, empresa constructora con un modelo de negocios basado no tan solo en la mordida para los burócratas, el método clásico, sino en controlar a los funcionarios de la primera línea del Estado. Es decir, Odebrecht inauguró una estrategia de captura de la política; la corrupción como sistema de dominación. Cuando 77 ejecutivos de la empresa se declararon culpables, comenzó un verdadero dominó de imputaciones en toda América Latina.

Un dominó de primera línea, pero en ningún lugar como en Perú. Un expresidente y su esposa en la cárcel, otro expresidente prófugo y con pedido de extradición, y un tercero al que, aparentemente, acaba de costarle la presidencia. Kuczynski es el primer presidente desde Fujimori que no concluye su mandato.

La palabra clave del párrafo anterior es “aparentemente”. Ello porque no es solo Odebrecht en esta historia, y quizás ni siquiera sea lo más importante. También está el fujimorismo, liderado por una implacable Keiko Fujimori y compitiendo en elecciones de manera sólida. Tan sólida que en 2011 perdió en segunda vuelta por menos de 3% y en 2016 por menos de medio punto y obteniendo mayoría parlamentaria, 73 de 130 curules.

Es en este contexto que se ha interpretado la decisión de Kuczynski de indultar a Alberto Fujimori, por la necesidad de neutralizar a su hija. Sin embargo, la sorpresa fue que Keiko se opuso al indulto de su padre y Kenji Fujimori, su hermano y diputado, lo apoyó. Así sobrevivió el presidente el primer intento de vacancia. Aparentemente, los hermanos Fujimori quedaron divididos. Otra vez, subráyese “aparentemente”.

Ello porque el tiempo dirá si la división es real o fue para arruinarle las cuentas al ahora expresidente. Contó con los votos de solo una parte del fujimorismo y en el camino perdió el apoyo de la izquierda, además del descontento de algunos diputados propios. El presidente invocó razones humanitarias a pesar de un diagnóstico médico dudoso. Perdió el combate por la credibilidad antes de perder la batalla política.

Y terminó cayendo de todas formas. Cuenta el saber popular que Keiko Fujimori jamás se resignó a ese 0.24% con el que fue derrotada en 2016 y que no le alcanzó con la destitución de 14 ministros. La pelea entre hermanos bien podría haber sido una sutil manera de liberar a su padre y mantener la presión sobre Kuczynski al mismo tiempo. Sería una estrategia fujimorista por excelencia.

Es que, al final, Kuczynski se vio obligado a renunciar por un video en el que Kenji Fujimori y otros legisladores aparecen junto a su abogado y un ministro canjeando votos de congresistas de oposición por obras públicas. De ese modo el presidente consiguió los votos para evitar la destitución en diciembre pasado. El poseedor del video no lo divulgó en el acto, esperó el momento propicio. Alega poseer otros, la caída de Kuczynski ocurrió en etapas.

Entre tanta fugacidad, algo parece ser permanente: el fujimorismo, una identidad que perdura y un método basado en el chantaje. Desde la cárcel, Montesinos debe estar sonriendo. Jamás habría imaginado que sería capaz de hacer escuela. Es la videopolítica.

@hectorschamis

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