Sochi mira a Putin con recelo
La villa estival de Putin, a orillas del Mar Negro, votará en las presidenciales a su favor, aunque crece el desencanto entre los sectores más periféricos
Entre deporte y política, Sochi se prepara para su nueva gran cita: el Mundial de fútbol. “Cuatro años después de los Juegos Olímpicos, el show de Vladímir Putin nunca ha sido tan brillante”, afirma con irónico entusiasmo Igor, un padre de familia de 24 años que pasea junto a su hija cerca de las pistas de patinaje olímpicas convertidas en centros deportivos para la ciudadanía. Sochi, junto a las playas del Mar Negro, al pie de las montañas del Cáucaso, organizó los Juegos de Invierno de 2014. Las controvertidas obras, dirigidas por el jefe del Kremlin, con unas infraestructuras construidas a partir de la nada o de viejas instalaciones soviéticas, costaron 36.000 millones de euros. En el estadio olímpico Ficht, levantado sobre unas marismas antes apreciadas por las aves migratorias, se jugarán en junio cuatro partidos del mundial, pero antes la villa de verano del presidente deberá revalidar su confianza en el líder en las urnas.
“Casi todas las instalaciones de los Juegos Olímpicos se han reciclado y se usan. ¡Sochi hierve de actividad!”, dice con alegría Igor. Como la mayoría de los habitantes de la ciudad, se muestra muy contento por el mantenimiento de las instalaciones de los 'Juegos de Putin'. Mientras camina hacia el colegio vestido con una camiseta roja, unos hombres con traje gris se afanan cerca de la plaza en la que brillaba la llama olímpica y alrededor de la cual serpentea cada año el nuevo circuito de Fórmula 1. En la agenda de Sochi se mezclan las citas deportivas y los encuentros de la élite empresarial que, cuando Moscú está cubierto por la nieve, se reúnen en un foro económico bajo el sol del mar Negro.
“Pero, detrás de la fachada la realidad es otra”, advierte Igor. Como tantos otros habitantes, no esconde su enfado por la creciente corrupción, la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres y los estragos sociales causados por dos años de recesión. La conversación no tarda en pasar del deporte a la política. “Putin lleva en el poder demasiado tiempo y su sistema oligárquico ha creado demasiadas desigualdades”, se lamenta Igor, que en las elecciones presidenciales del 18 de marzo votará a los comunistas para protestar contra la victoria del jefe del Kremlin, que se da por sentada después de 18 años en el poder. “En Sochi, transformada desde la modernización olímpica de las infraestructuras, el presidente va a lograr sin duda un buen resultado. Pero el malestar aumenta y es más profundo”, asegura también Mijaíl, un empresario local. “Sin corrupción y sin economía sumergida, aquí no funcionaría nada”, afirma. Para él, solo hay un voto posible: el boicot.
En lo alto de Sochi, en las pistas olímpicas transformadas en estación de esquí para la clase media rusa, la ira es igual de palpable. “Putin nos había prometido que nadie sufriría por los Juegos Olímpicos. Mire el resultado aquí”, estalla Ilya Zamesin, el vicealcalde de 40 años de Akhchtyr, un pueblo de 200 habitantes que organiza visitas para ver “la otra cara de la moneda olímpica putiniana”: la cantera. De allí se extrajeron 2.500.000 metros cúbicos de piedras para las obras lo que ha desfigurado y desecado el lugar; los pozos están secos y cubiertos de zarzas; a la vuelta, los camiones vertieron toneladas de desechos en el bosque; la carretera nueva, destruida en parte por los deslizamientos de tierra, no resiste. “Y, naturalmente, los medios de comunicación públicos no hablan de nuestros problemas”, afirma enfurecido Ilya Zamesin. En el año 2000 votó a Putin. “Hoy ya no quiero participar en la comedia”, asegura, todavía indeciso sobre a quién va a votar.
En cambio, en el centro de la ciudad, los habitantes tienen mil razones para votar a Putin. “Ha vuelto a poner orden en el país. Con él, la estabilidad está garantizada”, asegura una mujer que vende crepes en la playa. “Es el único presidente normal del mundo, tranquilo e inteligente. Habla con todos y quiere la paz en el mundo”, añade una vendedora de periódicos bajo las palmeras. “Tenemos que mantenernos unidos detrás de nuestro Putin frente a EE UU, que nos odia, y frente a los europeos a su servicio”, remacha la gerente de un pequeño hotel. Las tres votarán sin dudar. “Nuestro presidente ha hecho mucho por el país y por Sochi”, dicen sonriendo.
Sin embargo, lo que predomina es la apatía, y ningún cartel electoral altera el ambiente vacacional a excpeción del omnipresente eslogan de las autoridades: “Nuestro país, nuestro presidente, nuestra elección”. En las paradas de autobús y en la entrada de las tiendas, se insiste en el deber de votar. “El futuro del país depende de ello”, recuerda en bucle el mensaje de audio en una de las plazas principales. También es ahí donde decenas de jóvenes se han puesto a cantar a media tarde canciones populares y melodías patrióticas. “Un flash mob...”, susurra la organizadora de esta “concentración improvisada” dirigida por la vicealcaldesa y una representante del partido del Kremlin. Los recursos administrativos se despliegan a la vista de todos para reforzar el orgullo nacional y la sensación de bienestar social, además de movilizar al electorado y aumentar el índice de participación. Una abstención importante podría estropearle la victoria a Vladímir Putin.
Por otra parte, los funcionarios y los jubilados, dos electorados claves del presidente, reciben múltiples presiones. “Los docentes y las enfermeras están avisados: sus jefes tienen las listas electorales y comprobarán quién ha votado. Algunos piden incluso una foto de la papeleta electoral”, cuenta una periodista independiente. “Algunas figuras influyentes reúnen a los ancianos alrededor de un buen bufé y les dicen: ‘Si no votáis a Putin, ya no estaremos aquí para ayudaros”, confiesa un jubilado.
“Esta es, sobre el terreno, la campaña electoral de Putin...”, ironiza Alexander Popkov, abogado de una ONG independiente, quien pone de manifiesto el endurecimiento del régimen. Defiende a un bloguero local demasiado molesto y a los jóvenes que organizan las manifestaciones del líder de la oposición, Alexéi Navalni. Para el primero se piden siete años de cárcel y a los segundos se les encarcela normalmente durante unos días. “¿Qué futuro propone Putin para estos jóvenes? Las infraestructuras, los Juegos Olímpicos, el fútbol y la estabilidad ya no son suficientes”, dice preocupado Alexander Popkov, una voz todavía aislada bajo el sol de Sochi.
Traducción: Newsclips