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Una remodelación de Gobierno caótica y limitada subraya la debilidad de May

La primera ministra británica apenas toca la cúpula del Ejecutivo y algunos altos cargos rechazan sus nuevos destinos

Pablo Guimón
Theresa May, con los miembros de su Gobierno.
Theresa May, con los miembros de su Gobierno.REUTERS

La remodelación de Gobierno con la que Theresa May pretendía dar un golpe de timón y transmitir una imagen de recobrada autoridad, después de un año desastroso apenas disimilado con modestos logros en los últimos meses, ha acabado transmitiendo exactamente lo contrario: la constatación de que la primera ministra británica sigue siendo poco menos que un zombi político, como la definió el exministro de Economía George Osborne, incapaz de administrar el sólido liderazgo que requiere un país sumido en las negociaciones de ruptura con la UE, el mayor reto de su historia reciente.

El logro de haber concluido la primera fase de las negociaciones del Brexit en diciembre, y la aprobación sin sobresaltos de los últimos Presupuestos Generales en noviembre, proporcionaban a la primera ministra la anhelada oportunidad de sacudirse el funesto legado de un fracasado adelanto electoral que le costó la mayoría absoluta en junio pasado. La forzada dimisión de tres ministros en los dos últimos meses del año, incluido su número dos de facto, le ponía en bandeja el instrumento para ejecutar ese golpe de autoridad: una remodelación del Gabinete.

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Eso le permitiría, además, después de unas Navidades con la sanidad pública al borde del colapso e impopulares subidas de precios en los transportes, transmitir al país que el Gobierno, a punto de enfangarse en la complejísima segunda fase de las negociaciones del Brexit, no está dispuesto a descuidar la agenda doméstica.

Pero el disparo, como viene siendo ya habitual en la primera ministra, salió por la culata. Los dos días de entradas y salidas de ministros en Downing Street han enfatizado el escasísimo margen de maniobra del que goza May. Su intento de agarrar las riendas con autoridad, como ya sucedió tras su desastroso discurso en el congreso anual del partido en otoño, ha vuelto a fracasar.

La primera ministra ha continuado este martes con los cambios, promocionando a figuras emergentes a diversas secretarías de Estado, en un intento de reconectar el partido con los votantes jóvenes que se le escapan. Esta segunda oleada de cambios supone una oportunidad para May de insuflar aire fresco en las estructuras intermedias de los ministerios, después de los escasos movimientos en los más altos cargos que deparó la jornada del lunes.

Los principales ministros de su Gobierno —incluidos el titular de Exteriores, Boris Johnson, y el de Economía, Philip Hammond, fuertemente cuestionados por sectores enfrentados del partido— continúan en sus puestos, evidenciando la necesidad de May de mantener intactos los equilibrios internos entre proeuropeos y eurófobos. Otros tres ministros se permitieron rechazar los nuevos destinos que les ofreció May, hasta el punto de que dos de ellos —el de Sanidad, Jeremy Hunt, y el de Empresas, Greg Clark— ganaron el pulso y conservaron sus carteras. Justine Greening, hasta el lunes titular de Educación, dimitió tras negarse a aceptar el nuevo destino que le ofrecía su jefa.

Las llamadas al 10 de Downing Street, en jornadas de remodelación de Gobierno, suelen ser momentos de alta tensión para los afectados, que acuden dóciles a conocer su suerte. Pero el lunes por la noche algunos de ellos permanecieron horas en el interior, resistiéndose y negociando, insólitamente, las ofertas de la primera ministra.

Todo ello, ensuciado con torpes errores de comunicación, como el que llevó a que el Partido Conservador felicitara, desde su cuenta de Twitter oficial, a Chris Grayling por su flamante cargo de presidente de la formación, responsabilidad que recaería finalmente en Brandon Lewis, como confirmaría poco después el anuncio oficial que llegó, por cierto, con una sonada falta de ortografía. Hasta el Daily Telegraph, periódico de cabecera de los conservadores, hablaba de una remodelación “caótica”. “¡No, primera ministra!”, titulaba el también conservador, pero siempre menos sutil, Daily Mail.

Los cambios más relevantes en el Gobierno han sido aquellos inevitables, en la medida en que se trataba de llenar asientos vacantes. Es el caso de David Lidington, el solvente, proeuropeo y poco controvertido diputado que pasa a ser número dos de facto de May, tras la forzada dimisión de Damian Green por mentir sobre el hallazgo de material pornográfico en su ordenador de trabajo; y de Karen Bradley, que se convierte en ministra de Irlanda del Norte en sustitución de James Brokenshire, dimitido por motivos de salud.

Ha sido en el partido, y no en el Gobierno, donde los cambios de May han tenido mayor alcance. Una nueva cúpula, con figuras que han demostrado desenvolverse bien ante los medios y presidida por Brandon Lewis, será la encargada de agitar las bases de una formación que pierde peligrosamente militantes, mientras que el laborismo, bajo el mando de Jeremy Corbyn, bate récords históricos de afiliación. El fracaso de los tories de las elecciones de junio ha acabado provocando una sacudida en el Partido Conservador, sí, pero también un preocupante estrechamiento del margen de maniobra de la primera ministra, como ha vuelto a poner en evidencia su primera gran remodelación de Gobierno desde que llegó a Downing Street hace año y medio.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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