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Un siglo de enredo judicial

Nuevas pistas tratan de aclarar el misterioso crimen de un comerciante ocurrido en Francia en 1923

Silvia Ayuso
Guillaume Seznec con su nieto Denis en 1950
Guillaume Seznec con su nieto Denis en 1950Yves Forestier (Getty Images)

Una de las razones por las que el asesinato del comerciante bretón Pierre Quémeneur en 1923 constituye, hasta hoy, uno de los mayores enigmas judiciales de Francia es porque nunca se encontraron ni el cadáver ni el arma y ni tan siquiera se pudo precisar la escena del crimen. Tampoco hubo testigos. Aun así, el principal sospechoso, el bretón Guillaume Seznec, amigo del muerto, fue condenado a cadena perpetua con trabajos forzados, sentencia que purgó durante 20 años en un durísimo penal de la Guyana Francesa, antes de que Charles de Gaulle lo indultara por buena conducta.

Seznec murió proclamando su inocencia. Sus descendientes llevan más de medio siglo intentando demostrarla para que se le rehabilite a título póstumo, algo inédito en Francia, sin que la justicia haya dado nunca marcha atrás en su veredicto inicial. Su argumento es que la premisa en la que se basó todo el caso era falsa. Lo apoyan dos grupos de  apasionados por este misterio judicial que ahora intentan, una vez más —sería la décima— que la justicia reconsidere su posición. Pero aunque coinciden en la inocencia de Guillaume Seznec, sus teorías también difieren mucho entre sí.

Según la versión oficial, Seznec habría matado a Quémeneur durante un turbio viaje de negocios de Bretaña a París con el objetivo último de vender en la Unión Soviética coches Cadillac abandonados por las fuerzas estadounidenses en Francia durante la I Guerra Mundial. En París se le perdió el rastro. Su maleta apareció un mes después en la estación de Havre. Dentro había un documento falsificado en el que Quémeneur le dejaba unas tierras en caso de muerte a Seznec, lo que fue considerado en el juicio prueba de su culpabilidad.

El antiguo abogado de la familia Denis Langois y un anticuario de Bretaña, Bertrand Vilain, están convencidos de que la responsable fue la esposa de Seznec, Marie-Jeanne. En 2015, Langois desveló en un libro un “secreto de familia”: que Quémeneur nunca llegó a salir de Bretaña sino que murió de forma accidental cuando Marie-Jeanne, para frenar “insistentes avances” sexuales del amigo de su marido, le atizó con uno de los candelabros que adornaban la chimenea del salón de la casa de los Seznec en Morlaix. Así lo contaba en un supuesto registro de audio, según Langois, uno de los hijos de los Seznec, que también recordaría cómo su padre cavó un agujero “bastante profundo” en el suelo de una bodega aledaña a la casa. Vilain asegura que encontró en un inventario de la casa realizado dos meses después de la desaparición de Quémeneur una descripción del famoso candelabro. También acaba de anunciar a los diarios Le Télégramme y Le Parisien que ha localizado el lugar exacto donde estarían enterrado Quémeneur. Ambos creen que unas excavaciones en ese sitio podrían resolver todo el misterio casi un siglo después. Los dueños actuales del lugar vienen de dar su visto bueno, según Le Télégramme.

“Es una pista falsa”, rebate Thierry Sutter, amigo del nieto de Seznec, Denis, y miembro de la asociación France-Justice que se ocupa del caso desde hace años. “No hay testimonio alguno sobre la versión de Langois, jamás ha mostrado los registros de audio”, asegura por teléfono desde Bretaña. Lo que no quiere decir que Sutter y Denis Seznec no crean en la inocencia del abuelo de este. Se basan en un testimonio muy diferente, el de Gabrielle Dauphin, que a los 9 años presuntamente vio cómo un hombre disparaba contra Quémeneur en Plourivo, cuando Seznec se hallaba lejos de esa localidad bretona. Al igual que el abogado y el anticuario, también ellos llevan tiempo intentando que la justicia reabra el caso. Pero su versión cuenta con el mismo problema que la otra: falta un testimonio oficial. Dauphin tiene hoy 103 años y nunca ha querido que su historia quede registrada. La última vez que Sutter y Seznec lo intentaron fue hace unas semanas, de nuevo en vano.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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