El alegre club del ataúd
Un documental musical homenajea a la asociación neozelandesa cuyos miembros fabrican sus propios y coloristas féretros
El ataúd de la señora Latemore está empapelado con fotos de Elvis Presley. Pearl, dueña de una granja de pollos, ha pintado el suyo con unas simpáticas gallinas. Edda, que fue bailarina de cancán, lo forró de lamé plateado y lentejuelas.
Estas tres ancianas han pasado por The Kiwi Coffin Club [club kiwi del ataúd], una asociación neozelandesa cuyo medio centenar de miembros fabrican y decoran sus propios féretros desde 2010 para que representen mejor quienes fueron en vida.
El grupo —pionero de una idea que ya se ha extendido a docenas de clubes fúnebres de todo el país oceánico—, protagoniza ahora el hilarante documental The Coffin Club (ya disponible en la plataforma Loading Docs y subtitulado en castellano en el encabezado de este artículo). “¿Qué sentido tiene vivir una vida atrevida y llena de color para que luego venga alguien a decirte: ‘Tu despedida será así y asá’...? ¡Qué aburrido!”, canta la nonagenaria Jean en el filme, rodeada de abuelas bailarinas vestidas de dorado que recuerdan a las burbujas de los famosos anuncios de champán. Así, ¿quién quiere sentarse a hacer calceta?
“La muerte es un tema tan tabú que incluso las personas que han vivido con más plenitud pierden el control de sus últimas decisiones”, explica Katie Williams por correo electrónico desde Rotorua, una localidad de la isla Norte de 56.800 habitantes. La fundadora del club, de 78 años, es una enfermera retirada de cuidados paliativos que durante su carrera vio a mucha gente morir como otros decidían. Entierros impersonales y estandarizados que no representaban los últimos deseos del muerto. Un día planteó su original proyecto en la Universidad para Mayores y empezó el club en su propio garaje. “No podía imaginar el enorme interés que acabaría despertando”, confiesa.
En parte, por el dinero que ahorra el bricolaje fúnebre. Un ataúd autofabricado “raramente supera los 500 dólares neozelandeses (unos 300 euros), y eso, solo los más fardones”, dice Williams. Un ataúd convencional cuesta casi 10 veces más. “Hemos influido en el negocio y algunas funerarias empiezan a ofrecer opciones más baratas”, explica Williams, que también ha organizado cremaciones “hágalo usted mismo” que son “legales en Nueva Zelanda”, apunta.
El club de Rotorua se reúne cada miércoles de ocho a una. “La socialización es fundamental”, dice su fundadora: “Hay socios, son un amor, que vienen por la compañía. Muchos mayores viven solos y están faltos de cariño, aquí repartimos besos y abrazos y si alguien no aparece el miércoles comprobamos si está bien”. Algunos hace años que acabaron su féretro, pero toman el té, ayudan a los demás, hablan sobre la muerte, ríen, tejen relaciones.
Quienes ya han terminado su caja mortuoria pueden usarla como un mueble más de su casa. Hay socios que la tienen como base del sofá cama, otros la usan de baúl para la ropa de cama.
Durante estos siete años muchos de los socios del club han muerto, “pero es maravilloso que hayan tenido las riendas de su propio final”, dice Williams. “Morir, como nacer, debería ser una celebración”. Su festivo mensaje inspiró a la cineasta Briar March, que dirige el musical ahora estrenado en Internet. Los propios socios del club son los protagonistas. “Si mueren mañana, se irán como estrellas”, opina Williams. El corto es un vitalista y desafiante jolgorio en el que docenas de ancianos lo dan todo bailando y cantando al unísono: “Construye tu caja con amor / un sitio donde descansar y cantar tu canción / es el último verso, pero la vida sigue / Sí, la vida sigue... Hasta que acaba”.
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