La muerte sigue cebándose con los embajadores rusos
El fallecimiento esta semana del jefe de legación en Sudán eleva a cinco los fallecimientos de altos diplomáticos de Rusia en ocho meses
La mala racha para los diplomáticos rusos, que comenzó en diciembre pasado con el asesinato del embajador en Turquía, Andréi Kárlov, continúa con una nueva muerte, la quinta en ocho mese. El miércoles pereció en extrañas circunstancias en Jartum el embajador en Sudán, Mirgayas Shirinski, un experto en los países árabes que había estado destinado en Arabia Saudí, Egipto y Yemen.
Shirinski, de 62 años, falleció mientras nadaba en la piscina de su residencia en Jartum, la capital sudanesa, donde encabezaba la misión diplomática rusa desde hace 4 años. En un principio se creyó que había sido envenenado, pero las pruebas tomadas del agua de la piscina no corroboraron esta hipótesis. La causa preliminar de su muerte la divulgó la portavoz de Exteriores en Moscú, María Sajárova: paro cardiaco.
Los que la tarde del miércoles encontraron su cuerpo llamaron de inmediato a la ambulancia, pero los médicos no lograron reanimarlo. Shirinski sufría de hipertensión y puede que tuviera una crisis mientras nadaba en la piscina, pero solo la autopsia podrá dar una respuesta definitiva, señalaron en el Ministerio de Exteriores.
Esta racha de mala suerte para el cuerpo ruso de altos diplomáticos comenzó el 19 de diciembre pasado, cuando un policía que estaba fuera de servicio, mató a tiros a Andréi Kárlov, el representante de Moscú en Turquía, durante la inauguración de una exposición fotográfica en Ankara. Fue Mevlüt Mert Altıntaş quien le disparó al tiempo que gritaba: «¡Alá es grande, no olvidéis Alepo, no olvidéis Siria!»
A este asesinato le siguió, a principios de enero, la muerte del cónsul en Atenas, Andréi Malanin, de 55 años, y luego, el mismo mes, el fallecimiento del embajador en la India, Alexandr Kadakin, de 68. Después vino la repentina y sorpresiva muerte del representante ante la ONU, Vitali Churkin (64 años), probablemente la pérdida más importante de los últimos tiempos para el cuerpo diplomático ruso.
Esta ola de aparente mala suerte ha ido acompañada de serios problemas para Rusia en sus relaciones con Occidente, especialmente con Estados Unidos. A fines de diciembre, en los últimos meses de la Administración Obama, 35 diplomáticos fueron expulsados de ese país al tiempo que quedaban bloqueadas las propiedades que la embajada rusa utilizaba como casas de descanso para su personal.
Las esperanzas que había puesto el Kremlin en el nuevo presidente Donald Trump pronto se esfumaron y las relaciones no mejoraron con la llegada de este a la Casa Blanca. Más aún, han seguido deteriorándose: Washington ha impuesto nuevas sanciones a Moscú y el Kremlin ha respondido ordenando la salida de cientos de diplomáticos estadounidenses al permitir que permanezcan en el país solo el mismo número de diplomáticos rusos que hay en Norteamérica. Actualmente ambos países están en pleno intercambio de golpes, el último de los cuales lo ha dado Washington al anunciar la suspensión de la entrega de visados en Rusia hasta el 1 de septiembre, fecha en la que se reanudará, pero muy reducida y solo en Moscú.
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