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Trump ordena atacar con misiles al régimen sirio

Estados Unidos lanza 59 misiles de crucero contra un campo aéreo sirio como represalia por el ataque químico. Es la primera intervención directa de Washington contra el régimen de Bachar el Asad

Jan Martínez Ahrens
Donald Trump, en su alocución por el ataque a Siria.
Donald Trump, en su alocución por el ataque a Siria.REUTERS

Estados Unidos lanzó anoche un ataque por sorpresa contra el régimen sirio. 59 misiles Tomahawk alcanzaron la base aérea de Shayrat (Homs) en represalia por el bombardeo con armas químicas que el martes acabó con 86 muertos, 30 de ellos niños. La decisión de abrir fuego contra las tropas de Bachar el Asad, rechazada hasta hace pocos días por Trump, supone un giro radical en la política de Washington en Siria y abre una posible vía de conflicto con Moscú, principal valedor del régimen. Pero también lanza una advertencia a Irán y Corea del Norte: Estados Unidos, con Trump a la cabeza, está dispuesta a disparar contra quien cruce sus líneas rojas.

Trump ha hecho de la imprevisibilidad un arma. Durante años rechazó cualquier ataque a El Asad. “¡No ganamos nada y sólo nos ocurrirán cosas malas!”, llegó a tuitear cuando en 2013 Barack Obama sopesaba una acción militar en Siria tras el ataque químico que sesgó la vida a 1.400 civiles. Esta misma semana, su Administración insistía en evitar el choque con el régimen. “Uno escoge sus batallas; y en este caso nuestra prioridad ya no radica en sentarnos y expulsar a El Asad”, anunció la embajadora ante la ONU, Nikki Haley.

Monolítica y reiterada, nada parecía poder cambiar esta estrategia hasta que el pasado martes el horror llamó a las puertas de la Casa Blanca. El bestial ataque lanzado por aviones sirios contra población civil en Jan Sheijun, golpeó al propio presidente. Las imágenes de los niños abrasados por el gas tóxico le llevaron, confesó, a cambiar su actitud con El Asad. “Ha cruzado muchas líneas rojas”, proclamó.

Desde aquel momento, la posibilidad de una respuesta militar empezó a ganar puntos. El secretario de Estado, Rex Tillerson, endureció su discurso, el Pentágono admitió que estudiaba una intervención, pero nadie pensó que el ataque fuese a precipitarse tan vertiginosamente. Washington empleó a su favor este elemento sorpresa.

Sin aviso al Congreso, a las 20.40 de Washington, tan solo una hora después de cenar con el presidente chino en su mansión tropical de Mar-a–Lago, Trump dio la orden de disparar. Desde los destructores USS Porter y el USS Ross, en aguas del Mediterráneo oriental, los misiles Tomahawk salieron rumbo a la base aérea de Shayrat, la misma de la que habían partido los aviones que causaron la matanza de Jan Sheijun. Los proyectiles impactaron en hangares, almacenes de combustible y armas, sistemas de defensa aéreos y radares.

El Pentágono aseguró que se “habían adoptado medidas extraordinarias para evitar bajas civiles” y “rebajar al mínimo los riesgos del personal del campo aéreo”. En este afán, Rusia, con soldados en el lugar, fue alertada antes del ataque. Anoche no se sabía si había muertos y Moscú mantenía silencio. Estados Unidos señaló que la misión había sido un éxito.

Tras hacerse público el ataque, el presidente de Estados Unidos dirigió un mensaje a la nación. En un tono emotivo, responsabilizó directamente al “dictador”: “Usando gas mortal, Asad segó la vida de indefensos hombres, mujeres y niños. Fue una muerte lenta y brutal. Incluso hubo bebés que fueron asesinados cruelmente en este ataque bárbaro. Ningún hijo de Dios debe sufrir tal horror”.

En su alocución, Trump alertó de que no consentirá el empleo de armas químicas, pero fue más allá y marcó las directrices de su futura política en Siria. Tras cargarse de un manotazo la línea seguida por Obama en el conflicto, afirmó: “Años de intentos de cambiar la conducta de El Asad han fallado de forma drástica. En consecuencia, la crisis de los refugiados se ha ahondado y la región sigue desestabilizada y amenazando a Estados Unidos y sus aliados”. Para concluir, hizo un llamamiento a las “naciones civilizadas” para acabar con el terrorismo y con la carnicería en Siria. Algunos analistas interpretaron esta invocación como un paso previo a la creación de una coalición internacional para intervenir en el país. Otros

Las implicaciones del operativo se conocerán en los próximos días. En una primera lectura, los misiles marcan un evidente punto y aparte con el régimen sirio. El Asad ya no es asumido como un mal necesario por la Administración Trump. Ahora ha pasado a ser un dictador y asesino. Y su permanencia ya no es del agrado de Washington. Por primera vez en seis años de conflicto, Estados Unidos le ha atacado.

Más confusa es la relación con Moscú. El padrino de El Asad ha negado contra toda evidencia la implicación del régimen en el ataque químico. Y aunque horas antes de la intervención estadounidense un portavoz manifestó que su apoyo a El Asad “tiene sus límites”, su retirada del escenario de juego es impensable. Cualquier movimiento en terreno sirio ha de contar con su presencia.

El aviso de Washington a Moscú para evitar bajas en sus tropas muestra que la comunicación sigue abierta y es fluida. El golpe al régimen puede reducirse a una operación quirúrgica destinada a evitar nuevos horrores químicos o puede ser el preludio de mayores hostilidades. El Pentágono se apresuró a señalar que se trataba de un “golpe único”, pero la incógnita está en el aire. Y la respuesta vendrá no sólo de lo que ocurra ahora en Oriente Próximo, sino también en Estados Unidos.

Con la valoración más baja de un presidente a estas alturas de mandato, Trump ha hecho una jugada de máximo riesgo político y ha lanzado un ataque militar en la zona más explosiva del planeta. Su antigua rival, Hillary Clinton, apoyó la intervención. Y tanto republicanos como demócratas, cuestiones formales aparte, validaron el uso de la fuerza y la consideraron proporcional. Trump, anoche, parecía victorioso.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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