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Tribuna
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Protestar contra uno mismo (Ciénaga de la Virgen, Cartagena)

Que una iglesia tenga poco que ver con Dios no es noticia. Que un periodista se vea sitiado por un poderoso, es de cierto modo un hábito

Ricardo Silva Romero

El pastor evangélico Miguel Arrázola se ha disculpado por amenazar de muerte –está bien: por perdonarle la vida– al periodista Lucio Torres. “Dale gracias a Dios que soy nacido nuevo, y tengo al Espíritu Santo y a Jesucristo en mi corazón, porque si no hace rato estuvieras en la Ciénaga de la Virgen metido ahí…”, le dijo el viernes 10 de marzo, como lo prueba un video del corajudo noticiero Noticias Uno, en medio de un sermón ante los fieles de su propia iglesia, “Ríos de vida”, ja. Y empujado por los aplausos del público cautivo, que ningún horror sucede en el mundo sin que lo celebre un auditorio, no sólo lo redujo a “marica” –como si no fuera un pastor cristiano, sino un niño insultante de los años ochenta, por Dios– antes de explicarle por qué no iba a mandarle a un matón llamado Nigeria para que lo pusiera en su sitio, en su tumba.

Pero, expuesto a la ley por el video, victimizado, a sus ojos, por un alud de vehementes defensas del periodista en un país en el que un periodista regional corre el triple de peligro, Arrázola ha pedido perdón a “mis hermanos en la fe”, a “quienes sientan que sus diferencias y sus derechos han sido vulnerados de alguna manera por mí”, a todo el mundo, en fin, menos a Lucio Torres. Por su parte, Torres, que terminó en el ojo del huracán de esa ira santa desde que aseguró en uno de sus textos que los superiores de “Ríos de vida” reciben al mes cerca de 200 millones de pesos en diezmos –ja–, presentó denuncia penal contra el pastor “por amenazas de muerte, discriminación racial y sexual, e injurias”, aunque luego aseguró que, sobre la base de Romanos 12:9, había decidido no sólo perdonarlo sino de paso amarlo: “el que yo lo perdone no lo exime de su responsabilidad ante Dios, la sociedad y la ley penal”, aclaró.

Que una iglesia tenga poco que ver con Dios no es noticia. Que un periodista se vea sitiado y deslegitimado y puesto en la mira por un poderoso, como un falso Judas de un falso Mesías, es de cierto modo un hábito: el propio Torres alguna vez fue condenado “por injuria agravada” por revelar las conexiones con el paramilitarismo de un senador que terminó en prisión por ello. Tal vez lo particular del asunto sea cierta tendencia colombiana a creerse por encima de la ley, a pensar, mejor, que las leyes del grupo de uno están por encima de las leyes del país: aún se habla de las reglas del fútbol, del ejército y de las iglesias –y cada cual reclama su propia justicia, y las iglesias, por ejemplo, no pagan impuestos–, y es prueba de ese excepcionalismo criollo que un influyente pastor crea que sus declaraciones no han sido rechazadas por violentas, sino porque ese es el riesgo que corre un personaje público.

Pensándolo mejor, quizás lo más relevante del caso sea que Arrázola es un poderoso líder religioso al que han estado acudiendo ciertos políticos de la derecha –abyectos e inescrupulosos– para quedarse con los votos y los gritos fijos de sus feligreses. Arrázola sirvió a la victoria del “no” en el plebiscito sobre los milagrosos acuerdos con las Farc: en un exitoso video que publicó en YouTube, que resume sus arrebatadas intervenciones de aquellos días, se atreve a comparar al presidente Santos con el anticristo. Ahora respalda la paradójica marcha contra la corrupción convocada por el uribismo. Y de modo escalofriante vaticina, como lo revela el columnista Orlando Oliveros en El Universal, un 2017 imborrable: “todos los que se burlaron de nosotros en 2016 prepárense porque Dios se va a vengar…”.

Dios santo: a unos pocos minutos de su iglesia, que suele llamar “nuestra empresa”, la enorme y contaminada y violentada Ciénaga de la Virgen apenas se mueve como si no supiera lo que están diciendo de ella.

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