El riesgo de enardecer a las masas turcas
La transformación del partido de Erdogan en una fuerza armada aterrizó a los pocos días del fallido golpe
En estos momentos, para mí volver a leer historia no es una evasión. Al contrario, es un ejercicio espeluznante. Cuando, hace poco, el presidente turco elevó de nuevo el nivel de decibelios poniendo en entredicho las fronteras actuales del país y la validez del Tratado de Lausana, rubricado en 1924, en los canales de televisión y en los periódicos turcos se pudieron ver mapas nuevos (y antiguos) que presentaban a Mosul y a la zona nororiental de Grecia, más allá de Tesalónica, como la “Gran Turquía”. El irredentismo y el revanchismo que eso conlleva están claros. Sean cuales sean las intenciones que hay detrás de las proclamas de “venganza de la historia”, enardecer a las masas turcas es un acto aterrador.
Así que no es de extrañar que los observadores, incluido este servidor, se sientan obligados a establecer paralelismos entre el resentimiento alemán por el Tratado de Versalles y el ascenso de un nacionalismo agresivo impaciente por entrar en guerra. Y posiblemente entiendan mi horror al leer el famoso estudio de William Sheridan Allen sobre Northeim y su evolución antes de la II Guerra Mundial, titulado La toma del poder por los nazis. En mi opinión, el elemento más llamativo es lo rápido que sucedió todo antes de que empezase la pesadilla.
Los líderes de la UE y la Comisión Europea, escondiendo la cabeza como los avestruces, tal vez se nieguen a admitirlo, muchos de ellos hipnotizados por la ilusión de la realpolitik, pero la realidad en suelo turco está repleta de señales alarmantes que se van acumulando cada día que pasa.
Puede que el irredentismo sea una realidad que fermenta lentamente, pero hay otro hecho más reciente al que habría que prestar suma atención: el anuncio de que se va a armar en masa a los militantes del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), y los preparativos para hacerlo.
La transformación del partido en el Gobierno en una fuerza armada aterrizó en la agenda turca a los pocos días del fallido golpe de Estado que tuvo lugar el 15 de julio. Con el eslogan de “¡Nunca más!”, algunos altos cargos del AKP declararon que “la preparación de los civiles” era necesaria para resistir nuevas intentonas golpistas. Uno de ellos fue Seref Malkoç, consejero jefe del presidente Erdogan, que declaró que “habría que repartir entre la población armas de fuego con licencia”.
Desde entonces, esta clase de llamamiento ha tenido una importante repercusión. La organización paramilitar Unidades Otomanas 1453 (Osmanli Ocaklari 1453) —cuya fecha se refiere a la conquista de Estambul—, que lanzó el hashtag [etiqueta] “AKArmament” (#AKSilahlanma) en las redes sociales, les dio su apoyo rápidamente.
Su líder, Emin Canpolat, escribió primero: “Este es un llamamiento a todos los hermanos. Armaos por la patria, por la bandera y por Erdogan”. En un llamamiento posterior, añadía: “Erdogan es la patria; para nosotros, él es la bandera. Moriremos y mataremos por Erdogan”.
Al poco tiempo, el hashtag se situó a la cabeza del tráfico en las redes sociales. Mensajes como “La juventud y la milicia del AKP se están preparando. Estamos dispuestos a luchar hasta perder la última gota de nuestra sangre. ¡El martirio es nuestra meta sagrada!”, o “Estamos preparados, reis. Pídenos que ataquemos y atacaremos. Pídenos que muramos y moriremos. ¡Entraremos en Alepo y en Mosul!” circularon intensamente. (El término reis se puede traducir como “caudillo”, y es poco menos –o no– que Führer).
Unidades Otomanas es una organización relativamente nueva. Se fundó en 2009 y se la conoce por su ataque y sus actos de vandalismo contra el diario de gran tirada Hürriyet en verano de 2015, tras las elecciones del 7 de junio.
La organización ha declarado que sus objetivos son “educar generaciones religiosas, restablecer una forma de vida basada en las enseñanzas del Corán, trabajar por la restauración del califato, volver a abrir Santa Sofía de Estambul como mezquita”, y un largo etcétera.
Las columnas progubernamentales también se han apresurado a respaldar la tendencia. Abdullah Sanlidagm, un columnista del diario ferozmente antisemita y antioccidental Yenit Akit, escribía: “No temáis a esta nación, no. Sabe exactamente a quién matar”. Se trata tan solo de un ejemplo de los muchos mensajes en circulación confeccionados casi a base de “cortar y pegar”.
Pero estas diatribas públicas no se han quedado en meros estallidos, símbolo de una nueva moda de gamberrismo político. Hace unos días se trasladaron a la retórica oficial y se convirtieron en un compromiso del AKP.
El recién nombrado ministro del Interior, Süleyman Soylu, fue quien dio a conocer la noticia. En una gran reunión del partido en el Gobierno en la ciudad de Afyon, en Anatolia, declaró: “Estaremos al lado de todos y cada uno de los dirigentes de nuestro partido. También les procuraremos guardas de seguridad. Nos encargaremos de que estén protegidos por armas de largo alcance”.
El contexto de esta promesa fue el aumento de los atentados en las provincias mayoritariamente kurdas del este y el sureste contra personalidades del AKP, varias de las cuales resultaron muertas o heridas recientemente en una serie de ataques.
El Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) también ha amenazado a los “apoderados” nombrados por el Gobierno con hacerse con la administración de los municipios prokurdos del Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP) en medio de una tensión en constante escalada. La reciente toma de Diyarbakir se suma geométricamente a esta tensión.
Mientras que el resultado de esta carrera armamentística en una región explosiva queda en el terreno de la imaginación, ha habido otras declaraciones oficiales de toda clase de procedencias que han confirmado el rumbo a escala nacional promovido por el AKP.
En una reciente aparición en la televisión local, el gobernador de la ciudad nororiental de Rize, junto al mar Negro, declaraba que se estaban entregando grandes cantidades de armas autorizadas a las personas que “donaban dinero”.
Erdogan Bektas, haciendo una comparación con su época como gobernador de la ciudad egea de Manisa, afirmaba: “He repartido cinco veces más armas en tres meses que las que repartí en Manisa en dos años”, y añadía que proporcionaría personalmente armas de fuego a la gente “en caso de que vuelva a producirse otra intentona golpista”.
Estas declaraciones, no desmentidas hasta el momento, revelan sin duda un patrón nacional. Hace poco, el diario Cumhuriyet decía en una noticia que el Gobierno proyecta promulgar un nuevo decreto que dará más autoridad a los gobiernos locales para autorizar licencias de armas.
Pero la cosa no acaba aquí. En una maniobra más espectacular, la presidencia de Asuntos Religiosos (Diyanet), la institución estatal más poderosa de Turquía –que, al parecer, ha sustituido al Ejército en el papel de máximo organismo tutelar–, declaraba que había puesto en marcha un proyecto para crear “unidades juveniles” en las mezquitas de toda Turquía. La noticia la dio Yasar Yigit, un representante de alto nivel de Diyanet. “En la primera fase ya tenemos dispuesta la infraestructura en 1.500 mezquitas”, remachaba. “Tenemos un total de 85.000 mezquitas y prevemos establecer unidades juveniles en 45.000 de ellas. Si Dios quiere, de aquí a 2021 existirán en más de 20.000”.
Se mire como se mire, el patrón está claro. Los periódicos independientes como Cumhuriyet ya habían informado de que gran número de “empresas privadas de seguridad” estaban afiliadas al AKP. Los preparativos para armar a los ciudadanos leales al partido en el Gobierno sumados a la politización de las redes de mezquitas a escala de microdistritos pintan un panorama nuevo y preocupante. Si a esto se añade que el presidente Erdogan ha instado reiteradamente a los gobernantes electos de las comunidades locales (muktar) a que informen al “centro” de todas las actividades “subversivas”, los detalles se vuelven todavía más evidentes.
Hace dos días, cuando se dirigía a cientos de muktares en el “palacio”, Erdogan proclamaba: “Ahora yo soy el muktar jefe que lo controla todo”.
Algunos compañeros, sumamente preocupados, llamaron la atención de la opinión pública sobre otro término, acuñado por el presidente durante una alocución a los rectores de las universidades: “revolución cultural”.
Con la agudización de la polarización y las divisiones sociales a raíz de la intentona golpista del 15 de julio, Turquía no está más lejos de un escenario de guerra civil. Se trata de un país en el que la lucha por el poder puro y duro se está intensificando, y no al revés.
“¿Nos equivocaríamos si dijésemos que el AKP está organizando su propio Ejército?”, preguntaba educadamente un compañero hace poco en Cumhuriyet. No es el único en temérselo.
Celal Ülgen, un prominente abogado, reflexionaba: “¿Qué pasará si ahora aparece alguien y hace un llamamiento a armarse por Kemal Kiliçdaroglu (líder del Partido Republicano del Pueblo, el principal partido de la oposición)? ¿Adónde iremos a parar? Exhortar a armarse es sembrar la guerra civil. Incitar a la gente desarmada a que se arme es un crimen. Los bandidos vagan libres por las calles a plena luz del día. Si unas elecciones no dan los resultados ‘deseados’, ¿tomará esa gente el control del país?”.
Un dato más: según un estudio reciente de la OCDE, el 35% de los jóvenes turcos (entre 15 y 29 años) “carece de una educación y un empleo adecuados”, los peores entre los analizados.
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