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Como gatitos ciegos

Lluís Bassets

Todo estaba preparado, hoy hace 60 años, para aplastar la revolución. Diez divisiones, con 5.000 carros y 150.000 hombres, más un nutrido apoyo aéreo, se había desplegado por toda Hungría, había bloqueado las fronteras con Occidente y organizado una tenaza sobre Budapest, que iba a cerrarse en la madrugada del 4 de noviembre.

El embajador de Moscú en Hungría era Yuri Andropov, el hombre que en 1982 se convertiría en el máximo dirigente de una Unión Soviética gerontocrática que ya se hallaba sin saberlo en fase de inmediato desmoronamiento. Andropov fue el elemento decisivo de aquella operación militar que terminó con una Revolución protagonizada por los jóvenes húngaros, estudiantes y obreros, en su gran mayoría de ideología izquierdista y comunista, pero dispuestos a morir por la libertad y la independencia de su país.

El primer intento de ahogar la revuelta, el 25 de octubre, se hizo con una fuerza de unos 20.000 soldados y apenas un millar de carros, preparados para los combates urbanos contra un ejército enemigo, como el alemán, al estilo de lo que había sucedido en la Guerra Mundial. Pero no para enfrentarse a una improvisada guerrilla urbana, con barricadas y cócteles molotov, que obligó al segundo ejército del mundo a replegarse y prometer conversaciones con el nuevo Gobierno pluralista y democrático, encabezado por el comunista reformista Imre Nagy.

Nadie estaba preparado para aquella Revolución. No lo estaba Washington, concentrado en la campaña electoral para la reelección de Eisenhower, que se conformó con mantener el reparto del mundo urdido en Yalta y sólo se permitió alentar a los revolucionarios e incluso criticar por su moderación al Gobierno de Nagy desde su emisora dirigida a los países comunistas. Tampoco Naciones Unidas, que se ocupó tarde y mal de las dos intervenciones soviéticas, pues estaba atareada con la invasión de Suez por Francia, Reino Unido e Israel, que se produjo en idénticos días.

Europa todavía no existía, y la mayor prueba era que París y Londres se habían metido en esta última y absurda aventura imperial e iban a recibir la regañina y el castigo correspondiente de Washington. La propia Unión Soviética tampoco podía imaginar que alguien cuestionara su orden y autoridad imperial sobre sus países vasallos. El único preparado, muy bien preparado, para enfrentar situaciones tan difíciles era el embajador Andropov, que consiguió adormecer y engañar al nuevo y legítimo Gobierno, tender una trampa y detener a la cúpula militar húngara y preparar la invasión con modos de fariseo y de tahúr. Recibió su premio al poco en forma de rápida escalada en el partido hasta alcanzar la jefatura del KGB en 1967, cargo que ocupó hasta 1982, cuando se convirtió en sucesor de Bréznev y antepenúltimo líder de la URSS.

El aplastamiento de la Revolución de 1956 llevó al exilio a casi 200.000 personas. Fueron a parar a las cárceles unas 22.000, de las que 330 fueron ejecutadas, entre ellas el primer ministro Imre Nagy. La dirigente comunista italiana, Rossana Rosanda, ha descrito en una frase escueta el espíritu que reinaba en las filas comunistas: "Los camaradas se sentían engañados, tratados como gatitos ciegos".

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La fe en el comunismo se quebró de forma irreparable. Los 33 años que faltaban para la caída del muro de Berlín iban a ser una larga e inexorable pendiente y una permanente sangría de militantes. Pero aquél fue el año decisivo, en que se desarrolló la primera revolución antitotalitaria en un país comunista, y se conocieron los crímenes de Stalin gracias al informe secreto de Nikita Jruschov ante el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS.

Todo ha cambiado en el 60º aniversario, mal les pese a la extrema derecha y a los populistas húngaros, que buscan estos días imposibles paralelismos. Aunque queda un hilo de inquietante continuidad. El actual señor del Kremlin, Vladímir Putin, también ha sido miembro del KGB, en el que ingresó a las órdenes de Andrópov. Ha sido el jefe máximo de los servicios secretos de Moscú, aunque en este caso con las nuevas siglas del FSB, el servicio federal de seguridad que sucedió al soviético Comité de Seguridad del Estado. Y se aupó en el poder gracias a la guerra de Chechenia, la acción militar que más se parece y que incluso supera a la terrible represión sobre Hungría en 1956.

Como sus antecesores en el Kremlin, que llamaban a capítulo a los Gobiernos de los países satélite para impartir sus órdenes, ahora Putin exhibe el poder que le dan los grifos del gas y del petróleo que Europa necesita para vivir. Sería muy lamentable que gracias a la desunión y a la ceguera de los europeos, los sucesores de Andrópov recuperaran ahora parte de lo que empezaron a perder hace 60 años.

* Este artículo apareció tal cual en las páginas de Internacional de EL PAÍS hace diez años, el 2 de noviembre de 2006, y solo se ha cambiado la cifra del 50 aniversario por el de 60. Se han mantenido intactas las consideraciones sobre el gas y el petróleo rusos, a pesar de que ahora Moscú cuenta con otras palancas más potentes para condicionar al conjunto de Europa.

Comentarios

Lo ocurrido en Hungría es uno más de los hechos históricos que dan a conocer que el comunismo logro expansionarse únicamente por métodos violentos, militares, y lo malo no es solo eso, sino que los regímenes que originaban eran todavía más violentos, regímenes en los que los ciudadanos, que no pertenecían al partido dirigente, eran privados de derechos y libertades, y sometidos al terror comunista.
Sir David Attenborough, el veterano radiodifusor y alarmista del cambio climático, ha atacado la participación de los votantes en la política más allá de las elecciones, sugiriendo que la única manera de detener a Donald Trump es "dispararle" y que las complejas cuestiones políticas como Brexit deberían ser bloqueadas por políticos "más sabios". ¿Qué decía, señor Bassets, del gran ejemplo europeo para el mundo? A la vista que no es difícil para un europeo, por rico, noble, o famoso que sea, ser estúpido, tiránico, fascista de los dos lados, y un total cuadrúpedo. Quien ahora no entienda el vuelo de Rudolph Hess a GB es ciego. ¿Nos deleitará usted con otro ataque a Trump con "sensibilidades europeas"?
Y hablando de ataques traperos, continúan cayendo al basurero todas las acusaciones izquiedoclintonistas. "Después de una investigación de meses de duración, sobre la sospechosa intromisión extranjera en las elecciones de Estados Unidos, la Oficina Federal de Investigación ha determinado que Donald Trump no tiene vínculos con el gobierno ruso. Funcionarios federales realizaron una amplia investigación a lo largo del verano buscando conexiones financieras entre Trump y sus agentes y el gobierno ruso con relación a la piratería de las computadoras del partido demócrata, pero no encontraron nada, según The New York Times."

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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