Los presos de Texas no pueden leer a Shakespeare, pero sí las memorias de Hitler
El Estado tiene una lista de 15.000 libros prohibidos para los encarcelados en prisiones estatales
El Departamento de Justicia Criminal de Texas (TDCJ, por sus siglas en inglés) tiene una lista de 15.000 libros prohibidos para los 140.000 presos de sus prisiones estatales. El criterio de las autoridades se basa en seis pilares abstractos, que dejan paso a la arbitrariedad en la decisión de qué libros cumplen o no con esos requerimientos. Como resultado, los presos no pueden leer una narrativa histórica sobre la Segunda Guerra Mundial escrita por un senador republicano texano, Bob Dole, pero sí las memorias de Adolf Hitler, Mein Kampf.
Según explica un informe del Proyecto de Derechos Civiles de Texas, una organización que defiende el derecho constitucional a leer de los presos, el TDCJ censura libros si contienen información sobre contrabando, el establecimiento de redes criminales, la manufactura de explosivos, drogas o armas. Tampoco si contienen imágenes sexuales explícitas. Libros que estén escritos “con el objetivo único de provocar altercados en las prisiones”, o cuya publicación “es dañina para la rehabilitación de los presos”, tampoco son permitidos por el TDCJ.
Uno de los últimos libros censurado cuenta la historia real de dos adolescentes texanos que colaboraron con el cartel mexicano de los Zetas. Ahora, los jóvenes cumplen condena en una prisión del Estado. Las autoridades texanas justificaron que el libro “contiene material sobre cómo organizar y operar redes criminales, o cómo evitar ser detectados por cuerpos de seguridad”. En concreto, citaron un pasaje en el que los protagonistas explican cómo guardar la droga entre los engranajes de un vehículo para no ser detectado en la frontera, como prueba de que la novela contenía material no apto para los presos.
Y aunque el propio autor del libro, el periodista Dan Slater, opina que hay argumentos razonables para limitar la divulgación de ciertos libros en las prisiones, considera que el sistema es arbitrario ya que las condiciones están abiertas a la interpretación de los agentes estatales que revisan los libros que entran en las prisiones. El TDCJ no entrena a sus trabajadores -- que, en ocasiones, no han acabado el instituto -- para que sepan determinar qué libros son aceptables o no.
El objetivo, alega el TDCJ, es crear un equilibrio entre la literatura que pueden consumir los presos y la seguridad de las prisiones. Pero la consecuencia del sistema es que se tomen “muchas decisiones arbitrarias, ilógicas y contradictorias ya que el material se interpreta totalmente fuera de contexto”, según explica el informe del Proyecto de Derechos Civiles de Texas.
Por eso, los prisioneros de Texas no pueden leer algunas novelas de William Shakespeare, uno de los mejores escritores en lengua inglesa de la historia, o Gustave Flaubert, célebre novelista francés. Tampoco pueden leer novelas contemporáneas, historias de ficción como las que escribe el estadounidense John Grisham sobre investigaciones policíacas y crímenes. Lo que sí pueden es, sin embargo, leer la autobiografía de Adolf Hitler, el canciller alemán que ideó un plan para exterminar a los judíos, o el manifiesto racista My Awakening de David Duke, el que fue líder del Klu Klux Klan.
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