El eurófobo UKIP se desangra tras su éxito con el ‘Brexit’
El partido sufre una guerra interna para la sucesión de Nigel Farage, que reaparece en escena
"Quiero que me devuelvan mi país”, ha sido el lema reiterado por Nigel Farage en las dos últimas dos décadas hasta conseguir propulsar al eurófobo Ukip como tercera fuerza política del Reino Unido y forzar con ello la convocatoria de un referéndum sobre el Brexit que acabó ganando. Su renuncia tras el voto del 23 de junio, esgrimiendo que ya había cumplido su misión, ha dejado al partido huérfano de liderazgo, sumido en el caos de las luchas internas y bajo la amenaza de volver a convertirse en irrelevante. El UKIP ha perdido su razón de ser, una vez la mayoría de británicos ya se decantó por la salida de la Unión Europea, mientras los rivales conservadores aspiran a comerle terreno con Theresa May al mando.
En plenas vacaciones de la clase política, la reaparición de Farage en escena para reclamar al gobierno tory la invocación sin dilaciones del artículo 50 (mecanismo de retirada de la UE) está alimentando las especulaciones sobre su retorno al frente del UKIP. No sería la primera vez, ni siquiera la segunda, que este personaje controvertido y carismático presenta su dimisión en falso. Pero su afilado instinto sugiere que cuanto menos esperará a que se perfile el nuevo panorama político británico, trastocado a raíz del resultado del plebiscito, y a sondear cómo el electorado percibe los primeros pasos de May con vistas a la desconexión de Europa.
“Vamos a ver lo que pasa en el plazo de dos años y medio”, declaraba Farage tras arrojar la toalla a principios de julio, aunque dejando la puerta abierta a su enésimo regreso. Entonces garantizó su apoyo incondicional a quien sea elegido nuevo líder del UKIP, dividido entre sus partidarios y los del número dos, Steve Woolfe, pero las acusaciones de amaño de las primarias y otras cuitas han proyectado una imagen poco presentable del partido. Episodios como la decisión del líder de la rama galesa, Natham Gill, de pasarse a las filas independientes en la Asamblea autonómica para retener al tiempo su escaño en el Parlamento Europeo (se le exigió que renunciara a este último), o las acusaciones de connviencia con los tories vertidas contra el único diputado del UKIP en Westminster, Douglas Carswell, retratan el desbarajuste de un partido que carece de una organización sólida y en el que priman los intereses personales por encima de la estrategia.
La candidatura de Woolfe, que partía como favorito, ha sido desestimada por cursar los papeles de registro con 17 minutos de retraso, extremo que él niega. Los cinco restantes aspirantes, entre los cuales saldrá un ganador el 15 de septiembre, son tres mujeres y dos hombres semidesconocidos y de magro capital político. Ninguno parece capaz de sostener el legado de Farage, un dirigente que supo arrancar votos tanto a los conservadores como a los laboristas con su discurso antieuropeo, antiinmigración y supuestamente antisitema que abrazaron muchos trabajadores de los enclaves posindustriales del norte inglés y de Gales, azotados por los estragos de la globalización.
Casi el 70% de las circunscripciones prolaboristas votaron a favor del Brexit y en contra de la posición oficial del principal partido de la oposición. El UKIP no aparece ahora en posición de rentabilizar para sí la crisis que desangra al Labour por el enfrentamiento entre una militancia adepta a Jeremy Corbyn y el desafío del grupo parlamentario a su liderazgo con la candidatura alternativa de Owen Smith. Si se cumplen los pronósticos de una votación interna que ha arrancado esta semana, y cuyo resultado se conocerá el 24 de septiembre, Corbyn seguirá al frente del laborismo a pesar de que sus expectativas de ganar unas elecciones generales son muy precarias.
La primera ministra conservadora puede ser la gran beneficiada de ese paisaje político (con Corbyn como debilitado oponente y la ausencia de Farage) que encara al frente de un gobierno donde ha colocado a furibundos euroescépticos en primera fila. Ello dependerá de su gestión de los plazos para el desengarce de Europa, que ya apuntan a un retraso en la invocación del artículo 50 hasta finales del 2017 frente a la creciente ansiedad del bando proBrexit. “Empiezo a detectar mucha frustración entre los 17 millones de británicos que votaron por la salida de la UE. May debe cumplir ya su compromiso, cualquier otra cosa sería una traición”, acaba de advertir un Farage todavía al acecho. Su venenoso tweet sugiere que está a la espera de un hipotético desgaste de May para decidir si regresa a la palestra. Al fin y al cabo, tal es la identificación del personaje con el propio partido que el UKIP carece de músculo sin Farage.
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