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Los demócratas hacen suya la bandera del orgullo nacional

La agrupación invade el espacio central del patriotismo norteamericano que el candidato republicano ha abandonado

Marc Bassets

La política siente horror al vacío. El Partido Demócrata ha empezado a invadir el espacio central del patriotismo norteamericano que el Partido Republicano monopolizó durante décadas y que su candidato a las presidenciales de noviembre, Donald Trump, ha abandonado. Tras un discurso del presidente Barack Obama en el que revindicó la visión del gran icono republicano, Ronald Reagan, la candidata demócrata Hillary Clinton aceptará esta noche la nominación.

Una delegada demócrata en Filadelfia.
Una delegada demócrata en Filadelfia.Drew Angerer (AFP)

En la convención de Filadelfia, los demócratas han contrastado su mirada optimista sobre Estados Unidos con la retórica apocalíptica de Trump. Las posiciones extemporáneas del republicano —la última, animando a Rusia a piratear los correos electrónicos de su rival— despejan el camino al partido de Clinton y Obama para ocupar el tablero. El excepcionalismo americano —la idea de que EE UU es una nación única en la historia, con una misión especial— fue un argumento recurrente en los discursos de la convención de Filadelfia, que terminó ayer.

Al “hacer América grande de nuevo” de Trump, los oradores demócratas replican con la frase “América ya es grande”. Frente al estribillo trumpiano de que EE UU es un país débil, constantemente humillado, el demócrata Obama dijo que “América ya es fuerte”. Frente al candidato que busca compadrear con el presidente ruso, Vladímir Putin, y elogia al dictador iraquí Sadam Hussein, los demócratas se presentan como garantes del interés nacional y de los ideales fundacionales de la libertad y el derecho a la búsqueda de la felicidad. Frente a un candidato que amenaza con limitar el derecho a la libertad de expresión o excluir a las personas en función de su origen étnico, los oradores de Filadelfia se erigieron en defensores de la Constitución como escudo ante la tiranía.

Obama, que oficializó la entrega del bastón de mando del partido a su ex secretaria de Estado, retrató a Trump como un “salvador autoproclamado” y un “demagogo autóctono”, usando el adjetivo (en inglés “homegrown”) que se aplica a los terroristas islamistas criados en EE UU. “Quienquiera que amenace nuestros valores”, dijo, “sean fascistas o comunistas o yihadistas o demagogos autóctonos, siempre acabarán fracasando”. Nótese cómo colocó a la categoría en la que encaja Trump junto a otros enemigos históricos. Y cómo vaticinó su fracaso. La teoría de Obama: Donald Trump es una amenaza para EE UU, pero se sitúa tan lejos de la centralidad del país y su visión del mundo es tan contradictoria con la esencia de EE UU, que perderá ante Clinton.

“Lo que oímos en Cleveland la semana pasada no era particularmente republicano, y sin duda no era conservador”, dijo Obama en alusión a la convención del Partido Republicano. Obama —y Clinton— intentan sintetizar décadas de dialéctica demócrata y republicana. El presidente usó en el discurso un lenguaje con el que pueden sentirse cómodos muchos conservadores. El cortejo del votante de derechas horrorizado por Trump ha comenzado.

Mensaje optimista

“Obama criticó a Trump y elogió a América en términos que habrían sido totalmente normales en cualquier convención republicana antes de 2016”, escribió en la revista neoconservadora Weekly Standard el periodista Jonathan Last.

Desde los años setenta, el republicano ha sido el partido del orgullo y la seguridad nacional. No siempre fue así. Un demócrata, Harry Truman, sentó las bases de la política de defensa decidida de la Guerra Fría. Y otro demócrata, John F. Kennedy, fue el presidente que endureció el pulso a la URSS y renovó la promesa del patriotismo norteamericano. Pero la oposición a la guerra de Vietnam convirtió a los demócratas, a ojos de los republicanos, en el partido de los pacifistas y los apaciguadores, el de quienes no creían en el carácter excepcional de EE UU, el de los pesimistas.

El mensaje optimista de Filadelfia entraña un riesgo: que parezca demasiado complaciente en un país con desigualdades económicas, tensiones raciales y endémica violencia armada. Otro riesgo es que, efectivamente, al reivindicar el excepcionalismo americano, los demócratas hayan ocupado el espacio central, pero que sea el espacio erróneo. La apuesta de Trump es que la centralidad se ha desplazado y que su visión sombría del país coincidirá con la de la mayoría de votantes en noviembre.

Clinton y Kaine evocan a Clinton y Gore

Tras concluir la convención, la candidata demócrata, Hillary Clinton, y su número dos, Tim Kaine, comienzan el viernes una gira en autobús que atravesará Pensilvania y Ohio. Se trata de dos Estados postindustriales donde el candidato republicano, Donald Trump, espera pescar votos de la clase trabajadora blanca.

En julio de 1992, después de la convención demócrata en Nueva York, los nominados Bill Clinton y Al Gore emprendieron un viaje similar en autobús con sus esposas. “El mensaje era claro: nuevos demócratas, sureños, familias jóvenes que miraban al futuro, luchando por la clase media olvidada”, recordaba ayer el veterano estratega Stan Greenberg, que trabajó en aquella campaña. Ahora no ve un mensaje tan claro. “Se han abordado temas como la confianza y la unidad del partido, pero su visión no se presentó”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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