La mayoría de las víctimas del atentado de Orlando eran de origen hispano
Los familiares de los desaparecidos aguardan noticias entre la esperanza, la incertidumbre y el dolor
A las puertas del centro social Beardall, una de las dos instalaciones habilitadas para los familiares de los asistentes a la discoteca de Orlando donde este domingo se produjo el peor atentado en EE UU desde el 11-S, hay una duda constante: si hablar en presente o en pasado sobre las personas desaparecidas. Conviven la incertidumbre ante la posible muerte del familiar y la esperanza de que haya sobrevivido. Y de vez en cuando, llega el dolor extremo: personas que salen completamente desoladas o atónitas tras comunicarles que su ser querido ha fallecido. Policías y médicos las reciben en el exterior y tratan de consolarlas.
La mayoría de asistentes al centro social son de Puerto Rico, que tiene una extensa colonia en la ciudad. Las autoridades han identificado ya a 21 de las 50 víctimas mortales. Buena parte de ellas son de origen latino, como se desprende de la lista que ha publicado este lunes el Ayuntamiento de la ciudad. Tienen entre 20 y 50 años y entre ellos había estudiantes de Farmacia, agentes de seguridad de la discoteca, trabajadores del parque de atracciones Universal o de una agencia de viajes. El club Pulse, popular entre la comunidad gay, celebraba el sábado su noche latina.
Maribel Mejía, de 42 años, nacida en República Dominicana, criada en Puerto Rico y que vive desde pequeña en Florida, tiene 10 amigos que asistieron a la discoteca. Ella acudió junto a ellos, como suele hacer los sábados junto a su esposa. Pero estuvo poco tiempo: un mal presagio, dice, le hizo marcharse pronto. Sabe que uno de sus amigos está muerto. Del resto, no sabe nada. La falta de información la carcome. “Está todo incierto. Estamos en espera”, dice.
Su amigo muerto se llamaba Eric Ortiz, un treintañero puertorriqueño que trabajaba en una tienda de regalos de cumpleaños. “Era un muchacho muy alegre, le gustaba mucho salir, compartíamos muchas comidas en casa”, rememora, emocionada, Mejía la noche de este domingo a las puertas del centro social, ubicado cerca de la discoteca. “Era un amigo muy cercano, con el que compartíamos tiempo juntos y estaba muy contento porque se había casado recientemente después de que pusieran la ley en Florida [que permite el matrimonio de personas del mismo sexo]”, agrega. Su marido no acudió al club.
Mejía calcula que el 98% de las cerca de 300 personas que había en Pulse durante el tiroteo eran latinas, sobre todo puertorriqueños, dominicanos y venezolanos. Todos sus amigos desaparecidos son puertorriqueños que llevan mucho tiempo viviendo en Florida. Entre ellos, está el padrino de su boda, un conocido estilista de Orlando.
Danny Concepción, puertorriqueño de 47 años, ha acudido a buscar información de una prima suya de 50 años que acudió a la discoteca con su hijo de 22. Las autoridades le han dicho a Concepción que su prima no está en la lista de 53 personas heridas, por lo que da por hecho, aunque no sea oficial, que está muerta.
“Era una madre soltera que criaba a dos hijos, de 10 y 11 años, que vivían con ella”, explica. Tenía cinco hijos más de otras relaciones. Con el que acudió a Pulse, mantenía una relación estrecha. Lo acompañaba a la discoteca porque él es homosexual y quería formar parte de su mundo. “Nunca lo juzgo a él”, dice. El hijo sobrevivió al tiroteo, pero vio cómo su madre era tiroteada.
El caso de Karina, puertorriqueña de 40 años, es parecido. Su hermano, de 25 años y que trabajaba en una empresa de alquiler de apartamentos, tampoco está en la lista de personas heridas. Pero ella evita darlo por perdido. “Le gustaba la música, le gustaba bailar, una persona muy buena, tiene un buen corazón. Yo tengo fe que si no está vivo el señor lo tenga en su gloria, haya tenido un encuentro con Jesús y esté bien en los brazos de Jesús, y si está vivo pues que le dé gracias a Dios porque le dio una nueva oportunidad de vida”, asegura. “Uno sigue teniendo fe hasta lo último, estoy tratando de prepararme por si la noticia es la que no quisieras que fuera”.
Lo mismo dice Steve, puertorriqueño de 35 años sobre su hermano de 25, “siempre alegre, echado para adelante, trabajador”. Se cuida de usar los tiempos verbales para mantener la esperanza: “A él le gusta, a él le gustaba, digo que le gusta porque está vivo”, dice. Y decide dejar de hablar.
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