La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (y 7): Arabia Saudí
La monarquía saudí ha jugado un papel decisivo en las primaveras árabes. Sobre todo, para evitar que se extendieran a su territorio y a los territorios árabes vecinos. En 2011 Riad intervino militarmente para reprimir las revueltas en el vecino Bahrein, de población chií, y tuvo sus propias revueltas en la región chiita próxima al golfo donde están los mayores campos petrolíferos. Resultado diferido de la represión de aquellas revueltas son las ejecuciones que acaba de realizar de cuatro opositores chiitas, incluido el clérigo Nimr al Nimr, a los que envolvió en un paquete con 44 terroristas de Al Qaeda, imputados por unos atentados de mitades de la pasada década, en la mayor matanza legal que efectúa la monarquía desde 1980, cuando decapitó en una mañana a 63 terroristas que habían tomado por las armas y ocupado la gran Mezquita de La Meca.
Los príncipes saudíes dominan el arte de la compensación. A la hora de distribuir las penas de muerte y a la hora de distribuir regalos y recompensas. La primavera árabe fue reprimida por las armas pero también ahogada en subvenciones, estas últimas distribuidas equitativamente entre la población con menos rentas y las todopoderosas entidades religiosas que alientan el rigorismo wahabita. La oleada de ejecuciones actual también es un mensaje dirigido a EE UU, en protesta por el acercamiento de Obama a Irán, y una compensación rigorista por adelantado a las profundas reformas económicas neoliberales que se preparan para reducir el déficit público, especialmente la salida a bolsa de la petrolera patrimonial Saudí Aramco, que se convertiría en la primera compañía cotizada del mundo. Arabia Saudí actúa con la espada al igual que el Estado Islámico pero comparte con occidente su amor por los negocios, el lujo y los rascacielos.
Los príncipes saudíes están arriesgando en el actual tablero regional, con el objetivo de disputar las pretensiones de hegemonía iraní. Su estrecha alianza con EE UU --basada en una ecuación histórica que cambiaba petróleo por protección y seguridad-- está llena ahora de reproches y resentimientos: contra Bush hijo por la torpeza de la guerra de Irak, que dio ventaja geopolítica a Irán, y por propugnar la democratización y las elecciones en todo Oriente Próximo; contra Obama por alentar las revueltas árabes, con el mal ejemplo de no sostener a Ben Ali y a Mubarak, por su paso atrás en la región y ahora por la normalización de las relaciones con Irán a través del pacto nuclear; y a ambos, por su debilidad histórica frente a Israel. Una de sus respuestas es el mantenimiento de la producción de petróleo para actuar a la baja sobre los precios, dañando así a la economía iraní y a la industria de extracción de hidrocarburos por fracking , que solo es rentable con precios altos del crudo. La otra respuesta es la apertura del frente bélico de Yemen justo en el momento en que más se les necesitaba para atajar al EI en Siria.
En Riad se celebró el cuarto aniversario de la revueltas árabes con la llegada al trono de Salmán, el sexto hijo del fundador Abdelaziz, que sucedió a su hermanastro Abdulá, uno de los reyes de talante más moderado, que sin duda no quiso ordenar tantas ejecuciones en un solo día. El hecho más destacado del año de reinado de Salmán es que, al poco de la entronización, remodeló la cúpula del poder y nombró a su hijo Mohamed, de 30 años, número tres del régimen, para que se hiciera cargo de la economía y de la defensa, preparando la primera sucesión a la siguiente generación desde que en 1953 murió el fundador del reino. Es legendaria la profecía sobre la debilidad de la Casa de Saud, que ha hecho presagiar en más de una ocasión su caída por una revuelta popular, y no hay duda de que buena parte de su activismo exterior, como en el caso de Putin, se debe a sus inquietudes por la estabilidad interior y por la supervivencia de la monarquía.
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