El desafío del corresponsal como antena de la realidad
Cuatro corresponsales de EL PAÍS debaten sobre los desafíos del oficio en un mundo en permanente cambio
Ser testigo de la realidad y saber distanciarse de lo que está ocurriendo para poder contarlo con objetividad. Es el trabajo diario de una corresponsal. El trabajo que hacen Ángeles Espinosa en el Golfo, Pilar Bonet en Rusia, Macarena Vidal Liy en Asia y Yolanda Monge en Estados Unidos. Así lo han contado este miércoles cuatro corresponsales de EL PAÍS en un coloquio moderado por David Alandete, director adjunto del diario. “Una cosa es la realidad sobre el terreno, otra la propaganda y otra las noticias que llegan de distintos campos fuera. El corresponsal es solo una antena”, apuntó Bonet. Por eso, insistió Espinosa, “para un medio que quiera ser serio y riguroso es una necesidad tener una red de corresponsales”.
Bonet fue la antena de EL PAIS en el conflicto de Crimea, en 2014. Observó la invasión rusa de la península en un conflicto que aún perdura. “Allí había una realidad que estaba teatralizada. En Crimea había una ocupación de soldados rusos armados y enmascarados, presentados por Rusia como hombres amables a los que se hacía pasar por gente local. Los periodistas que estábamos allí teníamos que reflejar lo que había; y la propaganda de Rusia era tremenda”, contó Bonet, licenciada en Filología Hispánica y en Periodismo y corresponsal en Rusia desde 1984 —con algunas pausas—, que habló de la importancia de los periodistas sobre el terreno. “Acabas controlando sólo una parcela, pero la visión del corresponsal es importante”, dijo en la charla celebrada en el Palacio de Cibeles de Madrid, en el marco de las celebraciones del 40 aniversario de EL PAÍS.
Los periodistas deben enfrentarse a las características y las políticas particulares de los países en los que trabajan. En China, por ejemplo, donde la censura es muy severa, cubrir la realidad no es fácil: “Y esa censura es una tendencia que ha ido a más. Desde 2012 se ha estado expulsando a periodistas extranjeros. Cada vez es más complicado cubrir una noticia, salir de los cauces establecidos, ya que es bastante probable que te salga un señor vestido de paisano que te diga que allí no se pueda entrar. Si intentas continuar dejará de ser educado”.
Vidal Liy, licenciada en Periodismo y con una larga trayectoria en la agencia Efe antes de llegar a EL PAÍS, cuenta que el pasado febrero viajó a una zona donde se estaban cerrando fábricas e intentó hablar con algunas de esas personas que se están quedando sin trabajo. Las autoridades la interceptaron junto con el fotógrafo y les persiguieron hasta que se aseguraron que se iban de allí. Finalmente sortearon la censura cambiando de pueblo. “Es siempre difícil y las autoridades no facilitan dar información. Es verdad que en algunos casos, por ejemplo para la información económica, se está haciendo un esfuerzo por tener más transparencia; pero en otros, como los derechos humanos, estamos yendo a peor”, apuntó.
Pero no sólo en países con una censura abierta, como China, surgen este tipo de dificultades. Monge, corresponsal en Estados Unidos desde hace 11 años, recordó que el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, trata de impedir la entrada a la prensa extranjera a sus mítines. La corresponsal destacó que hay momentos en los que informar se hace incómodo. No sólo por la censura, también por el entorno y los temas a tratar. Monge ha cubierto conflictos como la Guerra de los Balcanes y la del Golfo, también desastres naturales como el Huracán Katrina (en 2005), cuestiones relacionadas con los derechos humanos, como la pena de muerte en EEUU. Algo “deleznable”, dijo, hacia lo que es complicado mantener la distancia.
La periodista, que viajó a Guantánamo para escribir sobre la cárcel de alta seguridad donde están presos acusados de terrorismo, contó que ni siquiera pudo llevarse de allí algunas fotografías. Su radiografía fueron sus crónicas. Textos —el primero se tituló Las iguanas tienen más derechos que los presos en Guantánamo— que no gustaron nada a los responsables del departamento de Estado y que provocaron que le costase varios años volver a la zona. “Allí, debes ser muy consciente de que tienes escribir frente a un muro que no vas a pasar, que no estás viendo todo lo que ocurre”.
También Espinosa destacó la dificultad de trabajar en países donde la libertad de prensa es limitada. La periodista, licenciada en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Johns Hopkins ha sido corresponsal de EL PAÍS en países como Irán, Irak, Egipto o Emiratos Árabes (ahora tiene su base en Dubai); lugares donde además, las mujeres tienen menos derechos. “Ser periodista en los países en los que las mujeres tienen las libertades y los derechos restringidos es difícil para todos; hombres y mujeres. Pero las mujeres que llegamos de fuera somos como un tercer sexo, somos unas privilegiadas porque la mayoría de las veces no nos tratan como mujeres sino como hombres honorarios”, dijo. Eso no quita, apuntó, para que las mujeres corresponsales tengan dificultades añadidas y que a veces necesiten ir acompañadas de un hombre en determinadas situaciones.
“Yo lo que he hecho es obviar esos límites que me querían poner. No hacerles caso. Y muchas veces ha funcionado”, aseguró Espinosa. Así logró entrevistar al jefe del Gobierno talibán, por ejemplo. “No me miró a los ojos —él se lo perdió—, pero le entrevisté”, contó. Espinosa reveló que se preocupa mucho de dar voz a las mujeres en sus crónicas. Para lo cual cree que ser mujer en Oriente Próximo es una ventaja, ya que los hombres periodistas tienen dificultades para acceder a voces femeninas.
Permanecer mucho tiempo en el país que uno debe retratar a veces nubla un poco la imagen que debe trasladar al lector, porque se acostumbra. Pero mantener la mirada fresca, recalcó Bonet, es importante. “Hay que reajustar la cámara y hacer un continuo ejercicio de distanciamiento”, declaró. Cambiar de fuentes, entrevistar a mucha gente.
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