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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En todos lados cuecen farsas

En Irlanda, sin Gobierno desde febrero, los partidos negocian una coalición

Mariano Rajoy y el primer ministro irlandés, Enda Kenny, en Bruselas el 19 de marzo.
Mariano Rajoy y el primer ministro irlandés, Enda Kenny, en Bruselas el 19 de marzo. Wiktor Dabkowski (AP)

“El primer ministro recorre el país despertando apatía”, William Whitelaw, político conservador británico en los años sesenta

Las elecciones generales concluyen sin que ningún partido obtenga una mayoría absoluta. Los líderes políticos maniobran. Se reúnen y después declaran que, aunque aspiran encarecidamente a la conciliación, el otro miente. Lo que la mayoría desea es un Gobierno de coalición; lo que nadie quiere es que se repitan las elecciones. Las semanas pasan, el ruido aumenta pero no se avanza. La palabra favorita de los comentaristas políticos es “farsa”. Escribe uno: “En el mejor de los casos lo que vemos es una confusión de novatos; en el peor, mala fe”.

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He venido a Dublín para dar una conferencia en un congreso de abogados, admirar el verde intenso del paisaje y tomarme unas pintas de Guinness con los infaliblemente simpáticos nativos. Mi conocimiento de la política de la república irlandesa, antes de llegar, es cero. Mi interés, menos. Pero veo la portada del Irish Independent y leo que el presidente del Gobierno en funciones ha declarado que lo mejor para el país ahora sería acabar con “la política de guerra civil”. El primer párrafo del artículo cita al presidente proponiéndole al líder del partido que quedó segundo en las elecciones —detrás del suyo— que haga causa común con él para el bien de la nación y se incorpore a un Gobierno de coalición. El segundo párrafo cita al aludido líder opositor respondiendo que imposible, que había prometido a sus votantes que jamás haría tal cosa.

Me detuve a leer las páginas de análisis en el diario, a escarbar en Internet, a interrogar a mis nuevos amigos abogados. Y sí, déjà vu total. Igualito a España. No en todos los detalles, por supuesto, pero en cuanto a la dinámica general o, mejor dicho, la parálisis reinante: calcado al ruido y a la furia y a las pocas nueces en el mundo político español desde que se celebraron las últimas elecciones generales en diciembre del año pasado.

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Me enteré, por ejemplo, de que en las elecciones irlandesas, celebradas a finales de febrero, quedó primero el anterior partido de gobierno, con un poco más de la cuarta parte del voto; que quedó segundo su tradicional rival, con un poco menos de la cuarta parte; que el primero es de centro derecha y el segundo se inclina más al centro por sus políticas sociales más progresistas; que el presidente en funciones es considerado un tipo algo pueblerino, con tendencias payasescas, cuya capacidad mental está bochornosamente por debajo de la media de sus homólogos europeos.

El tercero en la votación fue un partido de izquierdas temido por el establishment por su percibido radicalismo. Su líder inspira fuertes emociones: u odio visceral o fervor casi religioso.

La situación irlandesa es igual a la de España en la parálisis reinante

No pasa un día sin que la prensa anuncie una nueva reunión entre los partidos, supuestamente para romper el impasse. Infaliblemente, las reuniones decepcionan. Los líderes tienen un ojo puesto en la urgente cuestión de lograr un acuerdo y el otro en el objetivo estratégico de acumular mayor apoyo público con vistas a la posibilidad de que en pocos meses se celebren unas nuevas elecciones. Por un lado, responden al clamor popular a favor de la formación de un Gobierno asegurándose de que todo el mundo vea —apretones de manos con sus rivales, frases piadosas y tal— que este es el final que más desean; por otro, no desaprovechan la oportunidad de retratar a sus opositores como gente de la que no hay que fiarse. He aquí la ubicuidad de la palabra “farsa” en el lexicón periodístico. ¿Qué conclusiones sacar? Pues al menos cinco.

Primero, que a nadie le interesan estos juegos de póquer políticos en Irlanda o en España si no son ni irlandeses ni españoles. Dudo que muchos lectores de este diario sepan que el nombre del que ha sido presidente de Gobierno en Irlanda desde 2011 es Enda Kenny (yo, ni idea hasta que viajé ahora a Irlanda). Dudo también que muchos lectores del Irish Independent o del Irish Times sepan que el presidente de Gobierno de España desde ese mismo año se llama Mariano Rajoy.

Dos, que las diferencias ideológicas entre los dos principales partidos en ambos países no son tan enormes como para que les sea imposible gobernar en una gran coalición. El tema, como señalan los comentaristas irlandeses y los abogados con los que hablé, es más bien visceral. Por su historia de enfrentamientos electorales, por antiguas enemistades personales, por antagonismos tribales rechazan la posibilidad de intentar administrar el Estado juntos.

Tres, y aquí algo de fría lógica sí hay, el que sería el socio júnior en tal coalición correría el riesgo de caer en la irrelevancia y sufrir un duro revés en las siguientes elecciones.

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Cuatro, que aunque la opción de la coalición entre los dos partidos más grandes sea aritméticamente la más viable, podría suponer un regalo a medio o largo plazo para el tercer votado. Tal Gobierno posiblemente sería débil, incluso caótico, dándole la oportunidad al partido opositor de izquierdas de proyectarse como el auténtico defensor de los intereses del pueblo y legítima alternativa futura de Gobierno.

Quinto, los votantes de Irlanda y España no quieren volver a votar ahora. Como la derecha suele entender mejor que la izquierda, a las mayorías en Europa Occidental no les interesa mucho la política. Hacen un esfuerzo cada cuatro o cinco años para superar su apatía, seguir un poco las campañas e intentar votar con un mínimo de criterio, generalmente con el propósito prioritario de evitar que gente irresponsable o incapaz asuma el mando de la nave del Estado. Pero prefieren seguir con sus vidas y no quieren tener que molestarse con semejante tarea cada seis meses. La realidad, dura para algunos de aceptar, es que en aquellos lugares afortunados de la tierra donde reina la paz, y el 70% o el 80% de la población vive muy bien, la gente no acostumbra pensar mucho más en las intrigas políticas de su país que yo, hasta hace un par de días, en las de Irlanda.

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