Juncker: “Que no empiecen a dar lecciones a los belgas”
El presidente de la Comisión Europea habla tras los atentados del martes en Bruselas y deja claro su apoyo a las autoridades del país
¿Cómo se siente después de estos trágicos sucesos?
Sigo triste, porque el acontecimiento que acaba de producirse incita al recogimiento. Pero después de haber estado con el primer ministro belga en la plaza de la Bolsa, me invade una sensación de optimismo. El ver a gente joven en la plaza de la Bolsa, que manifiestamente no quieren doblegarse y rechazan estos discursos y estos actos de odio con un mensaje de amor es reconfortante.
¿El minuto de silencio ayer a mediodía en la Comisión fue emotivo?
Los terroristas han querido atacar al corazón de Europa. Ese minuto de silencio no era un acto simbólico, sino un acto de corazón. El ver al rey, a la reina y al primer ministro francés y al belga venir a la Comisión para manifestar su desaprobación es una señal fuerte. No era un acto simbólico, sino la prueba de unas convicciones arraigadas en lo más profundo de nosotros.
¿Qué quiere decirles a los bruselenses y a los belgas?
Antes de estar aquí, y todavía más desde que estoy aquí, me siento bruselense y belga, y participo en la vida de la ciudad. Me gustaría rendir homenaje a los bruselenses, sobre todo a los jóvenes, por saber resistir, por no bajar los brazos y por dar un nuevo cariz humanitario a sus convicciones. En un momento en el que todo nos invita a no ser tolerantes, los jóvenes belgas y bruselenses dan muestra de una tolerancia valiente. Muchas personas, bomberos, policías y civiles han realizado actos estos últimos días a los que quiero rendir homenaje. Los belgas pueden sentirse orgullosos hoy.
En la prensa francesa y anglosajona, se considera que Bélgica es un Estado fallido...
Estoy en contra de esta actitud altiva. Ya tuve la oportunidad, tras el último Consejo Europeo, de decir la verdad sobre Bélgica tras unas declaraciones de algunos dirigentes turcos. ¡Bélgica no es poca cosa!
Entonces, ¿No es un nido de yihadistas, que es la causa de todas las desgracias de Francia?
Que los que estén libres de culpa lancen la primera piedra. ¿Quién está libre de culpa en el ámbito del terrorismo? Hubo un terrorismo duro y agresivo en Reino Unido, lo hubo en las décadas de 1980 y de 1990 en Alemania, en España, en Italia, etcétera. Que no empiecen a dar lecciones a los belgas. No comparto ese desprecio.
Hay víctimas de 40 nacionalidades, lo que demuestra que la capital belga es políglota y multinacional, y participa en todas las corrientes. Observo la valentía con la que el pueblo belga se enfrenta al desafío que se le lanza. Observo que las autoridades belgas y los servicios de seguridad reaccionan con un profesionalismo muy alejado de la escasa profesionalidad que podemos observar en otras partes.
¿Se percibían en las conversaciones de este miércoles entre Valls y Michel las críticas del ministro francés Michel Sapin a la ingenuidad de los belgas?
He mantenido una larga conversación con el primer ministro francés y no he apreciado en sus palabras ninguna crítica ni ningún matiz en su opinión en relación con lo que acabo de decirle.
Más de un año después de Charlie Hebdo, sigue habiendo problemas de coordinación entre los Estados miembros. El comisario [de inmigración] Avramopoulos lo dijo: “Los Estados miembros tienen que confiar los unos en los otros”. Todavía no existe esa confianza. Es increíble, ¿no?
Como primer ministro [de Luxemburgo] asistí a un Consejo Europeo en Finlandia, en 1999, en el que juramos que el intercambio de información entre los servicios secretos sería total. Tras los atentados de 2001, asistí a un consejo europeo en el que juramos solemnemente que el intercambio de información entre los servicios secretos sería perfecto. Observo, a día de hoy, que estos intercambios son parsimoniosos, por decirlo de forma prudente. Me gustaría que aplicásemos las decisiones que tomamos o que transformásemos en actos legislativos las propuestas virtuosas que ha realizado la Comisión.
¿Cuántos muertos tiene que haber para que eso se haga?
Es la pregunta que me hacía. Y cuando me la hice, me dije a mí mismo que, aunque hubiésemos tenido el PNR (Registro de Nombres de Pasajeros), que tarda en ser aprobado por el Parlamento Europeo, que aunque se hubiese aprobado el texto sobre las armas de fuego y que aunque se hubiese creado todo un sistema de protección de datos, si eso habría bastado para impedir lo que ha sucedido en Bruselas. No es tan evidente. Las propuestas que hemos presentado y las decisiones que hemos tomado, aunque se apliquen parcialmente, no son más que los eslabones de una cadena que tiene que ser más sólida que los textos de las leyes. En nuestras sociedades hay una energía criminal, no marginal, contra la que nos cuesta luchar.
Reflexiono sobre un fenómeno que no me atrevo realmente a calificar como tal: hubo actos terroristas entre la década de 1960 y la de 1990 en varios países de Europa, y me da la impresión de que esos actos llamaban menos la atención a los pueblos europeos que lo que está sucediendo ahora. ¿Por qué? Sin embargo, hubo muchas más víctimas del terrorismo entonces.
¿Es culpa del componente religioso?
Yo me hago esa pregunta. Los terroristas de esos años eran de los nuestros, mientras que ahora se añade una dimensión que no existía entonces: son fanáticos religiosos con nombres que no son belgas, ni luxemburgueses, ni alemanes, ni franceses. Es como si el terrorismo que nos ataca hoy en día fuese importado, cuando, a decir verdad, los que cometen esos actos han nacido aquí y tienen padres que a menudo han nacido aquí, que han estudiado en nuestros sistemas escolares y que han sido activos en la vida social. Da la impresión de que vienen de otras partes, pero vienen de aquí.
¿Su conclusión es que hemos fracasado en su integración o que el Islam solo es compatible en pequeñas dosis con la sociedad europea?
No tengo una respuesta para eso, y no voy a caer en la reacción simplista que reduce todo esto a una cuestión religiosa o de integración fallida. Es cierto que en todos nuestros países no somos muy eficaces en materia de integración. Es culpa nuestra, pero también es culpa de los que se oponen a veces a todos los esfuerzos de una comunidad nacional para integrar a los que vienen de otros lugares y que al mismo tiempo son de aquí. Es la conjunción de dos voluntades de integración.
¿Hace falta un FBI europeo?
Estoy muy a favor del intercambio de información entre las policías y los servicios secretos, pero no hay que creer que poniendo un sombrero al esqueleto (sonríe), le vamos a dar vida, que el hecho de poner un nombre a algo que no existe va a cambiar el curso de las cosas.
¿Qué se puede hacer entonces contra el terrorismo? ¿Esperar a que pase?
Siempre se espera de los responsables políticos que tengan una respuesta para todo y que, al hacer propuestas aceptadas por todo el mundo, lo cambiarán todo. No es el caso.
¿No es eso la política?
Sí, pero no hay que crear demasiadas expectativas sobre lo que podemos tener. Creo —no es de mucho consuelo, pero es lo que he vivido estos últimos días— que hay que mirar a los jóvenes que no quieren ese mundo. Les hemos explicado que la guerra era algo de nuestros abuelos o de nuestros padres, y que las oposiciones virulentas pertenecen a un pasado sombrío, mientras que en nuestros días hay fenómenos que escapan a la compresión inmediata y más reflexiva. Creo que podemos construir el futuro de nuestras sociedades sobre la voluntad de los jóvenes de decir no al mundo que se está implantando.
¿No están estos jóvenes que se hacen estallar en pedazos diciendo no, en cierta manera, a un determinado mundo?
No quiero entender las motivaciones de los que hacen daño a los demás. Pero, una vez dicho esto, hay que reflexionar sobre las causas. No existe ninguna causa que pueda explicar estos actos bárbaros, pero estoy dispuesto a hablar con todos aquellos que no están a gusto en nuestras sociedades. A nosotros también nos cuesta a veces vivir juntos, pero prefiero 100 veces nuestra forma de vivir juntos a esas sociedades de rechazo repletas de prejuicios.
Sarkozy dijo que se tendría que haber sido más claro respecto a la base de los valores cristianos en la Constitución europea.
Soy democristiano, pero no me gusta hacer referencia a cosas que pertenecen a las creencias. Me niego a creer que el mundo islámico sea diferente del nuestro, de inspiración judeocristiana, en cuanto a los valores fundamentales. Tengo muchos amigos musulmanes, ateos, cristianos, y cuando hablamos de las cosas esenciales de la vida, nunca observo ninguna diferencia entre unos y otros. El hecho de dar la impresión de que nuestro problema es que no hacemos suficiente hincapié en los valores cristianos me parece una simplificación peligrosa porque expone a la mirada crítica de la mayoría de nuestros territorios a los que son diferentes de nosotros. No me gusta aprovecharme de las diferencias, soy un hombre de comunión.
Muchos dicen que ese discurso es ingenuo.
Prefiero ser ingenuo que nocivo. Creo que tenemos razón si insistimos en la base de lo que une a nuestras civilizaciones. Me opongo a todas las tentaciones de reintroducir una diferenciación excesiva entre los hombres y las mujeres. Hay que saber decir basta cuando vendemos nuestros principios rectores, apartado por apartado. Pero me alzo en contra de las tentaciones de dividir el mundo en dos: los virtuosos cristianos y los paganos.
¿En qué lugar pone a los turcos?
Esperaba su pregunta, que no se plantea en relación con los acontecimientos de Bruselas.
Sin embargo, ¿afecta a la defensa de los valores europeos?
Me molesta cuando, en relación con los acuerdos con los turcos, nos acusan de no respetar los valores europeos. Siempre he procurado, tras una larga historia con Turquía, hacer que se respeten esos principios. En nuestros acuerdos con Turquía decimos que deben enmarcarse —y se enmarcan— en el ámbito del derecho europeo e internacional, insistimos en la absoluta necesidad de cumplir la Convención de Ginebra, y no ocultamos nuestras convicciones cuando se trata del derecho de las mujeres y de los derechos humanos. Tendremos que procurar ser ejemplares en los puntos clave. No estamos aquí para organizar cárceles en Europa, sino para hacer que la vida de los refugiados —que son personas desgraciadas— sea más “agradable”.
En 1997, Turquía solicitaba ser candidata, y me opuse a esa solicitud, cuando la presión, especialmente de Francia, era fuerte. Dije que “el lugar de un país donde se practica la tortura no es alrededor de la mesa europea”. En materia de derechos humanos, no tengo que recibir lecciones de otros.
¿Puede que se haya negociado eso cuando Merkel le mantuvo fuera de las negociaciones?
A menudo mantengo discusiones acaloradas con Merkel, pero en materia de refugiados no hay diferencias de opinión entre nosotros dos.
Actualmente nos burlamos de los gestos humanos de los dirigentes europeos, a los que se acusa de debilitar a Europa, el Wir Schaffen das [podemos hacerlo] de Merkel y las lágrimas de impotencia de Mogherini.
Son lágrimas que honran a quien ha llorado. Hay momentos en la vida de los pueblos en los que es mejor llorar que disparar. Esta sensibilidad también es europea. Los comentarios negativos sobre las lágrimas de Mogherini o sobre la reacción profundamente cristiana y humana de Merkel son abyectos.
Se dice que no se hace política con buenos sentimientos.
Antes de hacer política, no solo hay que respetar a los demás, sino que hay que amarlos. No soy un santo, pero si no amamos a los demás, hacemos una mala política.
¿Se ha vendido a los jóvenes una Europa que no es la actual?
No creo que se nos pueda acusar de haber actuado de manera irresponsable. En cualquier caso, no vamos a destruir la base del legado que dejamos a los que vienen detrás de nosotros. Creo, por el contrario, que hay que decirles a los jóvenes, sin darles lecciones, que la integración europea es la única respuesta que podemos dar. ¿Volver a la técnica de los pequeños conjuntos es un proyecto de futuro? Somos el continente más pequeño, y nuestro peso relativo disminuye. La única respuesta que les podemos dar a los jóvenes que dirigirán nuestros países es una Europa menos frágil.
¿Está decepcionado por la actitud de unos países que son cada vez menos solidarios en el seno de los 28?
Alguna vez he lamentado las rupturas y las fisuras que visiblemente se producen. No hay suficiente unión en la Unión Europea. No me lo explico. ¿Por qué después de tantas experiencias trágicas y de tantos momentos felices (reunificación, etcétera) estamos dudando? ¿Por qué algunos países dan preferencia a los circuitos nacionales, que siempre acabarán por enfrentarse de manera peligrosa?
¿Estamos en guerra hoy en día en Europa?
Rechazo esta expresión, porque no hay que dar la impresión de estar en una guerra civil. Tenemos que combatir y luchar encarnizadamente, sin piedad si es necesario, contra los que cuestionan nuestra forma de vivir juntos. Pero no me gusta usar el término “guerra”.
Me gustaría que reuniésemos en un mismo plan de conjunto a las mejores voluntades de Europa. Y si lo conseguimos, lograremos algún día expulsar al terrorismo de nuestro territorio. Sé que todo esto parece ingenuo, pero sigo diciendo que hay que confiar en las iniciativas nobles que son capaces de tener los europeos. Después de la guerra, nuestros padres, que volvieron de los campos de concentración y de los campos de batalla, dijeron espontáneamente que eso ya no se volvería a hacer, y tuvieron la valentía de hacer otra cosa. En la vida, incluso en la de un continente, nunca hay que perder la esperanza de que se puede hacer otra cosa.
Comprendo la amargura y la desesperación de los jóvenes, pero si los que tienen más edad y pretenden alcanzar un grado de madurez caen en la misma jerga derrotista, ¿hacia dónde iremos? ¿En qué mundo viviremos si no tenemos la capacidad, la voluntad y, quizás, el poder de dar esperanza a los jóvenes? Nuestro ardiente deber es convencer a los jóvenes de que tienen razón en no perder la esperanza. Desde que estoy aquí, me he vuelto un europeo aún más convencido.
Traducción: News Clips
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