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El Centro Yeltsin de Yekaterinburg custodia la memoria de los noventa

Pilar Bonet

Los “febriles noventa” son abordados hoy casi como una década maldita por la narrativa oficial, que primero asoció el nombre de Vladímir Putin con conceptos como “estabilidad” y “seguridad” (en contraste con las conmociones e imprevistos de la época Yeltsin) y posteriormente vinculó al actual lider con la idea del “retorno” del territorio perdido (Crimea).

En los noventa se perdieron los puntos de referencias, hubo enriquecimientos vertiginosos y empobrecimientos despiadados,conflictos fraticidas dentro de la misma élite dirigente (1993) y guerras con los independentistas de la república caucásica de Chechenia (1994-1996 y 1999-2002). Estos episodios están recogidos con toda su dureza en el Centro Presidencial Boris Yeltsin, que es un edificio de tres plantas con una superficie de 80.000 metros cuadrados, inspirado en los centros de los presidentes norteamericanos y regido por una legislación aprobada en 2008. A tenor de ésta, Vladímir Putin y Dmitri Medvédev tendrán derecho también a sus propios centros, Putin en calidad de presidente número 2 y número 4 y Medvédev en calidad de presidene número 3.Ambos políticos asistieron a la inauguración del centro dedicado a su predecesor en Yekaterinburg y lo visitaron acompañando a Naina Yeltsina, la viuda del estadista, quien expresó el deseo de que la institución estuviera abierta a todo el mundo con independencia de su edad e ideología política.

Foto Pilar Bonet

Para la inauguración se invitó a más de 500 personas, de las cuales más de doscientas volamos desde a los Urales en una excursión de ida y vuelta, que fue también un viaje en el tiempo y por el mundo de las emociones, incluidas ls que despertaban los reencuentros con quienes compartimos aquellos años. Entre los invitados había testigos de la historia viva, como el ex presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, o el jefe del parlamento bielorruso, Stanislav Shushkevich, y también los miembros del equipo que rodeó a Yeltsin, quienes tienen todavía muchas cosas que contar. El manteniiento del centro presidencial Boris Yeltsin corre a cargo del presupuesto del Estado al que ha desembolsado cerca de 5.000 millones de rublos (4.980 millones para ser más exactos, al cambio actual de 70 rublos por un euro), y se financia con una subvención oficial y con contribuciones personales y corporativas, así como con el alquiler de parte de sus dependencias, esto último para pagar un préstamo de 2000 millones de rublos. En su origen, el edificio era un centro comercial inacabado que en 2011 se readaptó a sus nuevos fines gracias al proyecto de Ralph Appelbaum, el diseñador de museos autor de la biblioteca Clinton de Arkansas, el centro Holocausto de Washington y el museo de la Tolerancia en Moscú. En el conjunto de dependencias del centro figura el museo, salas de exposiciones, archivo, librería, mediateca, centro educativo y centro infantil. La concepción de la exposición central es del director de cine Pavel Lunguin, que ha ideado un itinerario de “siete días”, que van desde la “esperanza del cambio” en los años ochenta a “la despedida del Kremlin” en diciembre de 1999. En el entorno multimedia de la institución hay documentos históricos originales, desde la carta de ruptura de Yeltsin a Gorbachov hasta el acuerdo de Bielorrusia que puso fin a la URSS el 8 de diciembre de 1991. Los videos de época, las voces, los objetos del decorado reproducen entornos y atmósferas. Están aquí el coche Chaika Gaz que Yeltsin utilizó siendo jefe del partido comunista en la región de Sverdlovsk, el Zil que empleó al asumir la dirección del partido en Moscú y también el trolebús (convertido hoy en cine) en el que se subía de incógnito para tomarle el pulso a la ciudadanía. El centro no esquiva episodios siniestros, como el enfrentamiento de 1993, cuando Yeltsin cañoneó al parlamento que desafiaba su poder (casi 160 muertos) y la guerra de Chechenia, esta última con todo su dramatismo, pero también con todo el respeto y reconocimiento para los independentistas, algo que contrasta con la etiqueta de “terroristas” a “liquidar en los retretes” que vendría después. En la exposición cuelgan las fotos del acuerdo de Jasvyurt entre Chechenia y Rusia, en agosto de 1996 y la “firma del tratado de paz en el Kremlin entre el presidente Yeltsin y el presidente de Chechenia Ichkeria, Aslán Masjádov el 17 de mayo de 1997”.

Entre las reconstrucciones destacan la de una tienda de comestibles de los años ochenta (prácticamente vacía), una salita de estar de la época, con un televisor donde puede verse el ballet El Lago de los Cisnes, que se pasó durante el intento de golpe de Estado del 19 de agosto de 1991 y también el despacho desde donde Yeltsin se despidió de sus compatriotas en la Nochevieja de 1999. Hay prendas personales, como el jersey que el asesinado Boris Nemtsov regaló a Yeltsin, y objetos de gran responsabilidad estatal, como el maletín nuclear que Yeltsin entregó a Putin en calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas, los cheques de privatización y la bolsa de rafia que fue el símbolo de la subsisencia gracias al contrabando de bienes de consumo. DSC06864 Foto Pilar Bonet

El museo se complementa con una exposición del arte de los noventa. Los documentos aquí reunidos se cuentan por decenas de miles y las fotos por centenares de miles. “Queremos que los habitantes de nuestro país sepan la verdad sobre los 90” ha dicho Tatiana Yumáshev, la hija de Yeltsin, que ha llevado esta obra a puerto. El tiempo dirá silas fantásticas instalaciones del centro Yeltsin pueden cumplir la tarea que se ha fijado. De momento, ya es mucho preservar los años 90 como elemento de la historia real rusa ahora que esta es reescrita con clichés heroicos e imperiales de los líderes que sucedieron a Yeltsin.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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