Después de la tragedia, el luto colectivo
Los centros de atención psicológica amparan a víctimas y ciudadanos conmocionados por los atentados
“No pueden parar de llorar. A menudo, no dejan de pensar en lo sucedido. No se atreven a salir de casa o a tomar el metro. No han vuelto a entrar en un bar. No logran encender la tele, por miedo a volver a ver las imágenes. O, al revés, se pasan el día pegados a ella”. Estas son algunas de las secuelas que los atentados dejaron en sus víctimas, según la psicóloga Carole Damiani, directora de la asociación Paris Aide aux Victimes. Por el largo pasillo que divide en dos su despacho, situado en una dependencia del ministerio francés de Justicia, no dejaba de circular ayer un amplio equipo de psicólogos y asesores jurídicos, que dedican sus días a ofrecer asesoramiento gratuito a los supervivientes de los atentados del viernes y a los familiares de quienes fallecieron en ellos.
En el lugar predomina el estrés. “Hemos tenido que pedir refuerzos, porque estamos desbordados”, reconoce Damiani. Solo entre el lunes y el martes, recibieron 120 peticiones de víctimas, sin contar con decenas de llamadas de ciudadanos “con ansiedad y angustia”, a quienes desvían a un médico de cabecera. La organización, impulsada en 1981 por el exministro socialista Robert Badinter y mayoritariamente financiada por el Estado francés, dispone de dos centros de atención psicológica en la ciudad, que se suman a las otras dos que el Ayuntamiento de París ha instalado en las zonas afectadas por el ataque terrorista.
En el distrito 10, el centro de atención se encuentra en la alcaldía del barrio, un elegante y decadente edificio de hace dos siglos, situado a diez minutos escasos del bar Le Carillon. Al final de un pasillo, siete hombres aguardaban su turno para hablar con un psicólogo a la hora del almuerzo. “Acogemos a dos tipos de perfiles: personas que vivieron los acontecimientos de cerca, como supervivientes y testigos, pero también vecinos conmocionados por lo sucedido”, explica Éric Labonne, quien coordina el servicio para la Protección Civil. El dispositivo cuenta con 300 socorristas voluntarios y 20 psicólogos del servicio francés de urgencias. Desde el sábado y hasta el martes por la noche, el servicio ha acogido a más de 200 personas, a las que se suman más de 700 en el centro de atención psicológica del distrito 11, donde se encuentra la sala Bataclan. Además, la línea telefónica que el Ayuntamiento de París abrió el viernes había recibido hasta ayer 1.400 llamadas de ciudadanos. 500 de ellos pidieron ayuda psicológica.
Tras los atentados, muchos parisinos han retomado su vida con esforzada normalidad y esa postura de resistente tan arraigada en la tradición francesa. Había que ocupar de nuevo calles y bares para demostrar que el terrorismo no había ganado. “Los atentados suelen provocar una reacción excesiva de retirada del espacio público, pero suele ser muy efímera”, confirma el sociólogo Patrick Peretti-Watel, del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica (Inserm), especializado en la percepción del riesgo. “Quienes se enfrentan a esos episodios suelen poner a un lado los riesgos en su vida diaria. Para seguir viviendo, uno se autoconvence de que existe un mínimo de seguridad a su alrededor”.
Pero otra parte de la población, reacia al dogma del heroísmo, no logra persuadirse de que se debe pasar esa página con tanta rapidez. El presidente de la asociación Voisins Solidaires, Atanase Persifan, es uno de ellos. “A diferencia de lo que pasó en enero, tras el atentado de Charlie Hebdo, hoy no existe un movimiento común para afrontar lo que ha sucedido. Entonces participamos en manifestaciones multitudinarias. Ahora, en cambio, las reuniones públicas están prohibidas por el estado de excepción. Cada cual carga solo con sus angustias”, opina. Al frente de un conjunto de 110.000 redes ciudadanas repartidas por todo el país, Persifan lanzó ayer una operación de escucha mutua entre vecinos. “Existe una gran parte de población que, sin padecer ningún trauma psicológico, necesita hablar”, añade. “Estamos tan sacudidos que ni siquiera reaccionamos. En enero atacaron nuestros símbolos. Ahora estamos todavía más disgustados, porque han atacado a nuestros hijos”.
¿Vive Francia una tragedia sin luto? Carole Damiani discrepa. “Ha habido rituales colectivos como el minuto de silencio, pero no conviene alargarlos. Sí, estamos de luto, aunque no por eso dejamos de vivir. No son conceptos antagónicos. La secuencia terminará cuando se entierre a la última víctima”, responde la psicóloga, que llegó a la asociación de ayuda a las víctimas a finales de los ochenta. Damiani compara la situación actual con los atentados masivos que Francia vivió en 1995, más que con el ataque a Charlie Hebdo. “Como entonces, tenemos la sensación de que nos podría tocar a cualquiera”, afirma. Con la autoridad que da la experiencia, ¿confirma ese tópico que reza que la vida siempre gana? “Es lo que observamos, por suerte”, sonríe la psicóloga. “El terrorismo tiene como objetivo romper el tejido social. La solidaridad sirve para volver a tejerlo. Eso es lo que nos convierte en una comunidad de humanos”.
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