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El peronismo abre la dura batalla para evitar la victoria de Macri

Los argentinos dieron un golpe duro al kirchnerismo y Scioli, a la desesperada, acepta ahora un debate electoral que antes rechazó

Carlos E. Cué
Simpatizantes de Scioli en Buenos Aires.
Simpatizantes de Scioli en Buenos Aires.ALEJANDRO PAGNI (AFP)

La política argentina ha dado un vuelco total y Mauricio Macri se ha convertido en el gran favorito para la segunda vuelta del 22 de noviembre. El peronismo de Daniel Scioli abre ahora una batalla feroz para evitar la primera victoria de un empresario que viene de la derecha, algo inédito en la democracia reciente argentina. La campaña será, sin duda, muy dura. En un panorama abierto, los argentinos dieron un golpe durísimo, tal vez mortal, al kirchnerismo, que perdió incluso la provincia de Buenos Aires, donde pensaban refugiarse los fieles a la presidenta. A la desesperada, Scioli incluso aceptó un debate electoral que antes rechazaba.

Argentina se prepara para una durísima campaña electoral hasta el 22 de noviembre en la que el peronista Scioli, candidato del Frente para la Victoria, que ahora parte en desventaja pese a haber ganado el domingo por dos puntos, tiene que convencer a los votantes de que con Macri, líder de Propuesta Republicana, Argentina se instalará en el ajuste y el caos porque solo el peronismo, con su enorme poder territorial y sindical, puede gobernar este país.

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Scioli se va a dedicar a eso y ayer ya dijo que Macri es “la derecha” que viene a Argentina a hacer el ajuste que quieren los mercados. La victoria de Macri supondría, además, un giro con importantes consecuencias regionales. Argentina ha sido un puntal de la izquierda latinoamericana, que se ha volcado para apoyar a Scioli. Un líder como Macri, con más simpatías por el liberalismo y el PP español, modificaría radicalmente los equilibrios regionales y puede marcar un cambio de ciclo.

Después de 12 años de kirchnerismo y un omnipresente discurso de izquierdas y a favor del Estado, las elecciones se dilucidarán entre ese miedo de una parte de la sociedad argentina, sobre todo la más pobre, a la llegada de la derecha, y la ilusión por el cambio que ha despertado Macri, el alcalde de Buenos Aires, que hace solo un año parecía no tener ninguna posibilidad y ahora es el claro favorito.

“Macri ha logrado convencer a muchos votantes de que es verdad lo que dice, que va a mantener los planes sociales, que no va a privatizar, que no va a cambiar lo bueno que hizo el kirchnerismo. La sociedad argentina vota de forma conservadora y él les está convenciendo de que es un cambio, que muchos quieren, pero sin quitar a la gente lo que tiene”, sentencia Eduardo Fidanza, director de Poliarquía, la encuestadora más conocida, que falló como todas aunque en los últimos días sí había detectado una subida de Macri. Fidanza, como todos, ve la situación abierta aunque con Macri con el viento de cara.

Bastaba ver los rostros de los sciolistas en la rueda de prensa de ayer de su candidato y la de los macristas en la suya para entender cómo están los ánimos. Algunos sciolistas consultados temen que la pulsión de cambio sea imposible de parar en estas semanas. Pero el peronismo no se rinde y va a utilizar todos los resortes que tiene, que son muchos, para intentar ganar. A partir de ahora se presume un encarnizamiento del ambiente hacia una campaña sucia.

Pero de momento, antes de empezar esa batalla, el peronismo está en guerra interna para buscar culpables de un fiasco inesperado. Daniel Scioli tuvo ayer una reunión de crisis con sus fieles y algunos de los gobernadores clave que están conformando con él un poder dentro del peronismo alternativo al kirchnerismo. Y la conclusión fue clara, aunque Scioli no quiso expresarla públicamente: la culpa del mal resultado la tiene el kirchnerismo y en especial Aníbal Fernández, uno de sus principales exponentes.

Fernández, número dos del Gobierno, era el candidato en Buenos Aires y precisamente los malos resultados en esta provincia, que ha gobernado Scioli los últimos ocho años, explican buena parte del fracaso. Entre todos los candidatos posibles, la presidenta Cristina Fernández eligió al más kirchnerista pero también al que tenía peor imagen. Por eso todos los ojos de los sciolistas se ponen ahora en el kirchnerismo, al que culpan de poner en riesgo con su estilo intransigente el poder del peronismo, que ya no parece tan imbatible.

Los kirchneristas, por el contrario, culpan a Scioli porque le consideran un candidato flojo, incapaz de mojarse, de liderar. Ellos podrán decir que la presidenta sacó un 54% de los votos en 2011 y Scioli no pasa del 36%. Kirchnerismo y sciolismo se necesitan para conservar el poder pero a la vez se detestan. Ahora el candidato necesita alejarse de Kirchner. Ayer no hubo ni una crítica pero si un gesto claro de cambio: Scioli aseguró que habrá debate electoral. Antes de las elecciones lo rechazó y dejó su silla vacía, algo que se le volvió en contra.

Scioli y Macri multiplicaron ayer los mensajes a los votantes de los otros cuatro candidatos de la oposición que quedaron fuera. Scioli cree que la izquierda y el peronismo deberían votarle a él aunque pareció molesto por la idea del cambio. “¿La palabra cambio puede ser muy atractiva pero de qué cambio hablamos con Macri?” se preguntó, tocado.

Argentina inicia una nueva etapa en un clima de notable civismo. Todos los candidatos, también Scioli, felicitaron a los ganadores y se pusieron a su disposición para organizar transiciones tranquilas. Votó el 80% de los ciudadanos en unas elecciones sin denuncias de fraude, de resultado inapelable. Solo el retraso en dar a conocer los datos, que los sciolistas también atribuyen a maniobras kirchneristas, empañó unos comicios por lo demás impecables.

Se abre ahora una política argentina muy distinta, con todos los partidos obligados a acuerdos y a revitalizar el papel del Parlamento. De hecho, uno de los grandes problemas para Macri es que, aunque gane, estará muy lejos de la mayoría en la Cámara de Diputados mientras en el Senado se enfrentará a una mayoría kirchnerista.

En los últimos años el Parlamento argentino ha sido simplemente una correa de transmisión de un Gobierno en el que la presidenta tomaba todas las decisiones. Desde que murió su marido, en 2010, nadie se atreve a discutirle nada.

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