De La Matanza al mundo: Argentina exporta banderas para hinchadas de fútbol a más de 30 países
Unos 200 artistas se dedican al creciente negocio de confeccionar y pintar las banderas que los aficionados exhiben en los estadios. Tienen listas de espera
El taller de José Pepe Perretta tiene tres pisos y está ubicado en La Matanza, el partido más populoso del Gran Buenos Aires. Aquí, junto a su equipo, ha pintado banderas para hinchas de fútbol de 31 países. Trabaja con aerógrafos. Fue pionero en utilizar la herramienta para pintar sobre telas que decoran alambrados y tribunas de estadios. Impuso una moda y un oficio. Se estima que en Argentina son cerca de 200 los artistas que pintan banderas y exportan sus trabajos. Tal es la demanda que en la mayoría de los talleres del país hay listas de espera con un mes de demora, entre clientes nacionales y del exterior.
Ahora es la tarde de un lunes y en la planta baja se pintan seis banderas en simultáneo. La primera es un encargo de una de las hijas de Diego Maradona. Es un retrato de Benjamín Agüero, el nieto del Diez. Al lado, uno de los pintores trabaja en un pedido de un hincha de Deportivo Mandiyú, de la liga de Corrientes (a 900 kilómetros de Buenos Aires). La bandera de su derecha es para un club de Canadá. Le sigue otra tela que homenajea al jefe de la barra brava de Chacarita, fallecido hace meses. La última también cruzará fronteras: su dueño la espera en Suecia.
“Exportamos la pasión del fútbol argentino”, explica Perretta, de 48 años, en el tercer piso de su estudio Buenos Aires aerografía. Hoy, según sus cálculos, su equipo hace 20 o 25 trabajos por semana. La mitad son para el exterior. Y agrega: “En Europa y el mundo los hinchas copian las canciones, la fiesta y el folclore del fútbol argentino. Hace años nos conocieron por redes sociales y nos compran banderas. Se abrió un mercado para el exterior. Lo loco es que en los últimos años aparecieron pintores de banderas en todo el mundo, y son muy buenos. Pero nos buscan a nosotros por la locura de nuestro fútbol”.
Aerografía del Oeste es otro taller de La Matanza en el que se pintan y se exportan banderas. Para llegar hasta aquí hay que pasar una rotonda, un complejo de edificios, un vecindario que funciona como uno de los mayores mercados de drogas de la provincia, dos asentamientos más y doblar a la derecha. Dos o tres veces a la semana, una camioneta de un correo internacional hace en este portón celeste y blanco la única parada de la zona. El chofer recibe cajas con banderas que tienen como destinos Estados Unidos, México, Uruguay y una buena parte de Centroamérica.
Del otro lado de la puerta, Iván Cespon se presenta como dibujante. Tiene 35 años; es vecino de La Matanza. Estudió diseño gráfico pero tuvo que abandonar la carrera para trabajar de albañil junto a su abuelo. A la par de sus días en la obra hizo cursos de caricaturas. Muy cada tanto alguien del barrio le encargaba un trabajo. El pago no servía para mucho. Con suerte le alcanzaba para una comida de su familia.
“En Europa o Estados Unidos capaz te valoran un dibujo. Acá no hay salida laboral”, cuenta Iván, junto a la computadora en la que diseña las ilustraciones que usará en las banderas. “No te queda otra que ir a una feria y pintar a voluntad. Por suerte aprendí a usar el aerógrafo y me largué a pintar banderas. Desde ese día dejé la obra y no paré de trabajar. Hoy me contactan de Estados Unidos u otros países y me pagan diseños en dólares. O me ofrecen pasajes y estadía para ir a pintar. Eso es imposible que me pase con clientes argentinos”.
Hasta comienzos de los años 2000, en Argentina, el aerógrafo era sinónimo de pinturas sobre capós de autos. O motos, o cascos, en menor medida. Las banderas, a su vez, eran más bien tradicionales. Los hinchas compraban tela, pintura, pinceles y pintaban durante un asado entre amigos de cancha. Se trataba de “trapos”, como se llama a las banderas en la jerga de los estadios, muy limitados, desprolijos, con tipografías básicas.
Para 2004, Pepe Perretta se ganaba la vida pintando motos. Si un vecino lo llamaba para pintar una persiana de un comercio, corría a hacerlo. Sus bolsillos no le permitían seleccionar trabajos. El destino quiso que un amigo, fanático de Boca Juniors, le encargara banderas para decorar el salón del cumpleaños de 15 de su hija. Pepe se animó y las pintó con aerógrafo. Entre los invitados de la fiesta se encontraban integrantes de La Número 12, la hinchada de Boca. Apenas vieron los “trapos”, preguntaron quién los había pintado. Eran muy distintos a los hacían ellos y a los que veían en otras canchas.
Semanas después, Perretta pintó una bandera de 30 por 4,5 metros para La 12. Se estrenó en un súperclásico contra River. En el mundo de las hinchadas argentinas se habló de esa bandera: de las sombras de las letras, de los “brillitos” para decorar palabras, de la tipografía, del escudo. Querían saber cómo la habían hecho, con qué materiales. De pronto el teléfono de Pepe comenzó a sonar. Lo llamaban hinchas de varios equipos.
Veinte años después podría decirse que el 90% de las banderas que se cuelgan en estadios de Argentina están pintadas con aerógrafos, en talleres que se dedican exclusivamente a brindar el servicio. Perretta fue el primero. El mercado internacional comenzó a abrirse entre 2012 y 2013. Los primeros encargos fueron de Sudamérica. Con el tiempo llegaron pedidos del resto del continente, de Europa y de Asia.
“Cada vez hay más chicos pintando. Y vos pensás: ¿cuántas banderas se harán en Argentina? Lo bueno es que siguen apareciendo clientes. Nos viven preguntando si dictamos cursos. Desde Argentina y desde el exterior”, dice Raúl Fernández (34 años), de Aerografía del Oeste.
Su equipo cuenta con un experto en diseños, un especialista en retratos, otro en letras y escudos. Una mujer se encarga de los detalles de costura. En total son siete personas que hacen, en promedio, 15 banderas por semana. La mitad son para el exterior. Varios de sus compañeros trabajaban en la recolección de residuos. Raúl los convirtió en pintores. La mayoría de los aerografistas de banderas provienen de barriadas humildes del Gran Buenos Aires.
La oficina de Aerografía del Oeste está decorada con camisetas de fútbol, bombos y cuadros con fotos de sus banderas en estadios. “En Estados Unidos está de moda la pasión por el fútbol. Copian lo bueno y lo malo del fútbol argentino. Porque ya se pelean, se quieren robar banderas. Nos dicen que, si nos instaláramos en el país, trabajaríamos un montón y nos llenaríamos de dinero”, cuenta Raúl y lo demuestra con una de las banderas que pintan sus compañeros. Es del San Diego FC. Mide 7 por 1,5 metros y dice: “Los dueños de San Diego. La primera barra de la ciudad”.
Iván Cespón, su compañero de taller, agrega: “Usan las frases de las banderas de Argentina. Tratamos de pensar diseños y tipografías para que no sean todas iguales. Como fuimos haciendo escuela en varios países, lo que hacen algunos clientes es comprarnos el diseño. Luego las mandan a pintar con artistas locales que surgieron en los últimos años”. Varios de esos pintores viajaron a perfeccionarse en los talleres de Buenos Aires. Hicieron prácticas durante meses.
El oficio está en auge. Por eso todos tienen proyectos que nunca imaginaron como artistas vecinos del Gran Buenos Aires. Cespón y Fernández trabajan en una marca de ropa para llevar sus diseños y caricaturas de hinchas. Perretta sueña con abrir una sucursal de su estudio en Miami. No es su único objetivo. “Somos artistas populares. Como cualquier colega, quisiera exponer en las mejores salas y galerías. Las mías son los estadios. Quisiera ver mis banderas en el Santiago Bernabéu y el Camp Nou”, dice en su oficina, rodeado de fotos de sus banderas en países como Italia, China y Corea, mientras lee la confirmación de un cliente. Acaba de vender un “trapo” de 10 metros. El destino es San Luis Potosí, México.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.