Tony Blair: maniático misionero millonario
El ex primer ministro británico ha aprovechado su cargo de alto enviado internacional para la paz en Oriente Próximo para cerrar jugosos contratos con dirigentes del Golfo
“El sublime y refinado punto de felicidad llamado engañarse bien a sí mismo”
Jonathan Swift
A fines de este mes, Tony Blair dimitirá como alto enviado internacional para la paz en Oriente Próximo, cargo al que accedió en 2007 con no mucha más credibilidad que un bombero con tendencias pirómanas.
Cuatro años antes, durante su década como primer ministro británico, se había lanzado con fervor cristiano a la ruinosa cruzada en Irak. Tras sus ocho años como misionero de la paz en Oriente Próximo —en representación de Naciones Unidas, la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia— el único beneficiado ha sido él. La región es un infierno pero Blair, gracias a los contactos comerciales que forjó con los emires y jeques del Golfo mientras fracasaba en sus intentos de forjar la paz, es hoy un multimillonario.
Un ser extraño, Tony Blair; un personaje con una visión de sí mismo esquizofrénicamente opuesta a la que el público tiene de él, especialmente en su país donde una vez fue un ídolo —ganó las elecciones de 1997 con una mayoría sin precedentes para su Partido Laborista— y hoy es objeto de burla, desprecio o indignación.
George W. Bush, correligionario de Blair en la aventura militar iraquí, dejó la presidencia de Estados Unidos y desapareció. Se limita hoy a pintar cuadros en su rancho tejano. Blair, en cambio, es el exmandatario británico más activo de la historia. Lejos de esconderse del mundo, o de sentir vergüenza y contrición, se apuntó felizmente a la tarea de devolver la estabilidad donde antes había sembrado el caos, y sin nunca renunciar a la convicción de que la guerra iraquí había sido plenamente justificada.
En 2010, por ejemplo, ante una comisión creada por el Parlamento británico para investigar la decisión de invadir Irak, declaró que no sentía ningún remordimiento y si se repitiese la historia volvería a hacer lo mismo. Al retirarse de la sala miembros del público le gritaron “mentiroso”, adjetivo que se oye con frecuencia en el Reino Unido cuando Blair sale en la conversación.
La verdad es compleja. El exmandatario se cree sus mentiras. Vive en un permanente autoengaño
La verdad es más compleja. Blair se cree sus mentiras. Vive en un permanente autoengaño.
Según Roy Hattersley, un antiguo político que fue mentor de Blair durante sus comienzos en el partido laborista, “cree lo que se quiere creer… Está convencido de que lo que dice su conciencia es la verdad objetiva”. Anthony Seldon, su biógrafo, abunda en la misma idea, explicando que los procesos mentales de Blair obedecen a la lógica de su profunda fe religiosa. Si su conciencia —o su Dios— le dice que lo que hace es correcto lo tiene que ser.
El patrón de lo que en la psicología llaman disonancia cognitiva, sostener con igual convicción dos ideas incompatibles, se repite a lo largo de su historial. Como ha escrito el filósofo político británico John Gray, Blair fue un primer ministro nominalmente de izquierdas que se identificó con el libre mercado, consolidó el thatcherismo y se fue a la guerra con el neoconservador Bush. Se inventó la teoría de la Tercera Vía que tanto excitó en su momento a la izquierda europea pero al final resultó ser no una nueva aportación ideológica sino un hábil instrumento de marketing electoral.
Dejó el Gobierno y siguió pensando en vías paralelas. Lo demostró el hecho de que, tras su catastrófico historial iraquí, se considerase apto para fomentar la paz en Oriente Próximo; lo ha demostrado en su manera de ejercer su tarea como enviado especial en la región. Como la prensa británica ha revelado en infinidad de artículos, su modus operandi es el siguiente: entra en la sala de audiencias de un emir en plan de paz y sale con un contrato jugoso para su empresa consultora, Tony Blair Associates. Financial Times escribió la semana pasada que “desde que dejó Downing Street ha exhibido un interés maniático por ganar dinero”. En un documento confidencial de Tony Blair Associates publicado el viernes por The Daily Telegraph, Blair desvela la curiosa dualidad de sus objetivos al escribir: “Estamos construyendo una serie de profundas conexiones con empresas privadas y Gobiernos en todo el mundo. Hacemos negocio y filantropía”.
Nadie ha acusado a Blair de caer en la ilegalidad, pero por lo demás se detecta un cierto parecido con la forma de actuar de la FIFA de Sepp Blatter, una ONG, según el propio Blatter, y una máquina de hacer dinero al mismo tiempo. Como el presidente de la FIFA, Blair viaja siempre en jets privados, es recibido por jefes de Estado con todos los honores y se hospeda en las suites más lujosas de los hoteles más caros, como corresponde para un miembro del club exclusivo de ricos y poderosos que se reparten los lujos más espléndidos que ofrece la vida. No parpadea a la hora de hacer negocios con Gobiernos como los de Arabia Saudí, Abu Dabi o Kazajistán, cuya noción de los derechos humanos poco cuadra con los que él pretende representar. La cuestión es llenarse los bolsillos de dinero. Blair, cuya empresa tiene 200 empleados, posee nueve propiedades en Reino Unido con un valor acumulado de 35 millones de euros. Sin embargo, cuando es cuestionado declara: “No se trata de dinero. Se trata de marcar la diferencia en el mundo”.
Lo dice con total sinceridad, con la misma sinceridad que indudablemente demostrará cuando se embarque en su nueva misión el mes que viene al frente de un organismo europeo dedicado a combatir el racismo, el antisemitismo y la xenofobia. Seguirá creando más de esas conexiones de las que se jacta, seguirá combinando los negocios con la filantropía, y ni se le pasará por la cabeza la idea de que su comportamiento es contradictorio, indigno o poco ético. Otros no lo querrán entender pero si hay una cosa de que Blair, hombre feliz, no tiene la más mínima duda, si existe una gran verdad que aniquila todo argumento en su contra, es la ciega convicción que ha sido llamado a hacer el trabajo de Dios.
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