François Hollande, ¿un hombre sin corazón?
El presidente de Francia contradice la idea universal de los derechos humanos
El jurista y político francés René Cassin fue una figura destacada en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Afirmo entonces: “He aportado muchísimo para que la Declaración sea universal, es decir, hice de ella un monumento de derecho de personas, protector de los hombres de todos los lugares, de todos los territorios, de todas las confesiones, sin preocuparse de conocer el régimen de los Estados o de otros grupos humanos”.
Esta concepción universal de los Derechos Humanos es lo que desprecia toda dictadura, recurriendo siempre al obsoleto argumento del principio de no intromisión en los asuntos internos para rechazar las condenas y reclamos internacionales. Es lo que hacía la dictadura militar argentina, lo que hace la cubana y lo que hacen todos los regímenes represivos que pisotean las libertades fundamentales de sus habitantes.
Frente a esta situación, los países democráticos se limitan a expresar la importancia del respeto universal de los derechos humanos en su política exterior, votar favorablemente una condena en la Asamblea General de Naciones Unidas y formular observaciones y recomendaciones a las dictaduras cuando éstas son sometidas al Examen Periódico Universal en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Unos pocos, es cierto, hacen algo más, pero realmente son muy pocos y su política exterior comprometida con los valores democráticos depende del gobierno de turno.
En el caso de Francia, el sitio web de su Cancillería señala que "La promoción y la protección de los derechos humanos y de los procesos de democratización es asimismo un aspecto fundamental de la política exterior de Francia y la Unión Europea". Y agrega: "El jurista francés René Cassin (premio Nobel de la paz) fue uno de los principales negociadores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948".
Al respecto, cuando se realizó en Ginebra el último Examen Periódico Universal de Cuba, Francia le recomendó al gobierno de Raúl Castro que garantice la libertad de expresión y de reunión pacífica, así como la libre actividad de los defensores de los derechos humanos, los periodistas independientes y los opositores políticos. Ahora, ¿de qué sirve esa recomendación si luego Francia convalida la represión a esos derechos que le pidió a Cuba que garantice?
Es que en su embajada en La Habana, Francia le extiende a los actores democráticos cubanos la ilegalidad que el régimen de partido único les impone. Es decir, los diplomáticos franceses en Cuba no mantienen contactos con los opositores pacíficos y periodistas independientes, no les brindan acceso internet y tampoco los invitan a la Fiesta Nacional del 14 de julio. Mantener contacto con opositores es una práctica común de las embajadas en los países democráticos y mucho más debería serlo en los países donde se coartan las libertades civiles y políticas.
Esta actitud de Francia frente a las violaciones a los derechos humanos en Cuba fue mas evidente con las visitas oficiales de sus autoridades a la Isla, primero con el Canciller Laurent Fabius, en abril del año pasado, y recientemente con la presencia de su Jefe de Estado, Francois Hollande. Ninguno de los dos se abrieron a establecer contactos con los referentes democráticos, teniendo como únicos interlocutores a las autoridades de Cuba, un gobierno que carece de tal legitimidad.
Así, Francia contradice la idea universal de los derechos humanos de Cassin. Además, su actual presidente demuestra carecer de sensibilidad, pues como lo afirmara aquel Premio Nobel de la Paz, “los derechos fundamentales del ser humano serán conocidos y realmente protegidos, solo si, en el mundo, un amplio movimiento se establece a su favor. Para ello necesitamos hombres y mujeres del pensamiento, la razón, la ciencia. Pero también necesitamos gente de corazón”.
Gabriel C. Salvia es Director General del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL) @GabrielSalvia
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