_
_
_
_
PREPUBLICACIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Errores que auparon al yihadismo

El periodista Patrick Cockburn, especialista en Oriente Medio, analiza el resurgimiento del fanatismo en su nuevo libro 'Isis: el retorno de la yihad'

Una caravana de guerrilleros del ISIS en la provincia iraquí de Anbar, tomada de una web militante.
Una caravana de guerrilleros del ISIS en la provincia iraquí de Anbar, tomada de una web militante. AP

Durante la segunda mitad de 2013, comencé a escribir sobre la forma en la que los yihadistas estaban apoderándose de la oposición armada siria; al mismo tiempo, había cada vez más evidencias de que ISIS, anteriormente Al Qaeda en Irak, rápidamente estaba adquiriendo fortaleza. Mi periódico, The Independent,me pidió nominar al hombre del año de Oriente Medio, y yo elegí a Abu Bakr al Baghdadi, la figura misteriosa que se había convertido en líder de ISIS en 2010. Unos días después, el 3 de enero de 2014, ISIS entró en Faluya y el gobierno fue incapaz de recuperarla.

Los iraquíes bien informados me dijeron que el fracaso en recuperar Faluya y aplastar a ISIS en Anbar y en otras partes en el norte de Irak no fue por falta de intentos. Cinco de las 15 divisiones del ejército iraquí fueron desplegadas en Anbar y sufrieron grandes pérdidas debido a bajas y deserciones. Los soldados fueron enviados al frente con solo cuatro cartuchos de municiones para sus AK-47; pasaron hambre porque sus comandantes malversaron el dinero que debía gastarse en comida; algunos batallones disminuyeron a una cuarta parte de su fuerza establecida.

A pesar de estas advertencias, más o menos un mes después quedé impactado cuando el 10 de junio Mosul cayó casi sin que hubiera un combate de por medio. Todas las historias peyorativas que he escuchado acerca de que el ejército iraquí era un fraude financiero en el que los comandantes compraban sus posiciones para enriquecerse a base de sobornos y desfalcos resultaron ser ciertas. Tal vez los soldados regulareshuyeron de Mosul pero no con la rapidez con la que sus generales aparecieron con ropa de civil en Erbil, la capital kurda. Se había vuelto evidente a lo largo del año anterior que ISIS era dirigido con una mezcla escalofriante de fanatismo ideológico y eficiencia militar. Su campaña para tomar el norte y occidente de Irak fue planeada con destreza, eligiendo blancos fáciles y evitando posiciones bien defendidas, o como ISIS lo expresó, moviéndose “como una serpiente entre las rocas”.

Fue obvio que los gobiernos occidentales malinterpretaron por completo la situación en Irak y Siria

Fue obvio que los gobiernos occidentales no supieron interpretar la situación en Irak y Siria. Durante dos años, los políticos iraquíes advirtieron a todo el que deseara escucharlos que si la guerra civil en Siria continuaba, desestabilizaría el frágil statu quo en Irak. La revuelta de los sunitas sirios había provocado una explosión similar en Irak, pero los sunitas iraquíes no se habrían vuelto a levantar sin el ejemplo y el estímulo de sus oponentes sirios. El dominio de ISIS, resultado de su capacidad de actuar como tropas de choque de una revuelta sunita general, todavía puede revertirse. Sin embargo, la ofensiva que dirigieron en el verano de 2014 probablemente terminó para siempre con el Estado dominado por los chiíes, que surgió a través de la invasión estadounidense de 2003.

La caída de Mosul es tan solo el más reciente de una serie de acontecimientos desagradables e inesperados en Oriente Medio que tomaron al mundo por sorpresa. La región siempre ha sido un terreno engañoso para la intervención extranjera, pero muchas de las razones por las que Occidente ha fracasado en interpretar la situación en Oriente Medio son recientes y autoinfligidas. La respuesta de los Estados Unidos a los ataques del 11 de septiembre de 2001 se dirigió a los países equivocados cuando Afganistán e Irak fueron identificados como estados hostiles cuyos gobiernos necesitaban ser derrocados. Mientras tanto, los dos países más involucrados en apoyar a Al Qaeda y favorecer la ideología detrás de los ataques, Arabia Saudí y Pakistán, fueron ignorados por completo e incluso se les dio libertad de movimiento. Ambos eran aliados de mucho tiempo de los Estados Unidos y siguieron siéndolo a pesar del 11-S. Arabia Saudí puede estar ahora retirándose del patrocinio que dio a los combatientes yihadistas en Siria y en todo el mundo por miedo a un golpe de revés en el reino mismo. El primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, puede insistir en que está haciendo todo lo que se encuentra a su alcance para librar a los servicios de seguridad pakistanís de sus elementos extremistas. Sin embargo, mientras los Estados Unidos y sus aliados en Occidente no reconozcan que estos Estados son clave en la promoción del extremismo islámico, se progresará muy poco en la batalla para aislar a los yihadistas.

No solo los gobiernos lo hicieron mal. También se equivocaron los reformadores y revolucionarios, quienes consideraron que los levantamientos de la Primavera Árabe de 2011 fueron un golpe mortal a los antiguos regímenes autoritarios en la región. Durante un breve lapso, el sectarismo y las dictaduras parecieron desmoronarse; el mundo árabe se encontraba a las puertas de un nuevo futuro[C] maravilloso libre del odio religioso, donde los enemigos políticos resolverían sus diferencias en elecciones democráticas. Tres años después, cuando los movimientos democráticos se retiraron en toda la región al ver el éxito de la contrarrevolución y el aumento de la violencia sectaria, este entusiasmo parece ingenuo.

No solo los gobiernos lo hicieron mal. También se equivocaron los reformadores y revolucionarios

Las revoluciones y los levantamientos populares de 2011 fueron tan auténticos como cualquier otro en la historia, pero la forma en que fueron percibidos, en particular en Occidente, a menudo fue gravemente incorrecta. Lo inesperado es inherente a los cambios revolucionarios: siempre he creído que si yo puedo ver venir una revolución, lo mismo puede hacer el jefe del servicio de inteligencia, el Mukhabarat. Él hará todo lo posible por impedir que ocurra. Las verdaderas revoluciones surgen debido a una coincidencia impredecible y sorprendente de personas y acontecimientos con distintos motivos que se reúnen para luchar contra un enemigo común, como Hosni Mubarak o Bachar el Asad. Las raíces políticas, sociales y económicas de los levantamientos de 2011 son muy complejas. El hecho de que no haya resultado obvio para todos en aquel momento es resultado, en parte, de la forma en la que los comentaristas extranjeros exageraron el papel de las nuevas tecnologías de la información. Los manifestantes, poseedores de grandes habilidades para hacer propaganda, vieron la ventaja de presentar los levantamientos como inofensivos, como revoluciones de “terciopelo” con blogueros y tuiteros angloparlantes, bien educados, a la vanguardia. El propósito era transmitir al público occidental que los nuevos revolucionarios eran felizmente similares a ellos, y que lo que ocurría en Oriente Medio en 2011 era parecido a los levantamientos anticomunistas y proccidentales de la Europa del Este después de 1989.

Las demandas de la oposición tienen que ver por completo con la libertad personal: las desigualdades sociales y económicas raramente se consideraban un problema, aun cuando estuvieran provocando el enojo popular en contra del statu quo. En los años previos a la revuelta siria, las tiendas elegantes y los restaurantes se habían adueñado del centro de Damasco, mientras el grueso de los sirios veía cómo su salario se estancaba frente a los precios crecientes. Los campesinos, arruinados por cuatro años de sequía, estaban yéndose a vivir a los tugurios en las afueras de las ciudades. Naciones Unidas reportó que entre dos millones y tres millones de sirios vivían en “pobreza extrema”. Las pequeñas compañías manufactureras estaban cerrando debido a las importaciones baratas procedentes de Turquía y China. La liberalización económica, elogiada en las capitales extranjeras, concentraba rápidamente la riqueza en manos de unas cuantas personas con buenas conexiones políticas. Incluso los miembros del Mukhabarat, la policía secreta, trataban de sobrevivir con 200 dólares al mes. Un informe de International Crisis Group señaló que “cuando llegó al poder, el régimen de Asad representaba al campo abandonado, a sus campesinos y a su clase baja. En la actualidad, la élite gobernante ha olvidado sus raíces”. […]

La ilusión ingenua de que la mayoría de los problemas desaparecerían una vez que las democracias reemplazaran a los antiguos estados policiales se encontraba en el núcleo de los nuevos gobiernos reformistas de Oriente Medio —ya fuera en Irak en 2005 o en Libia en 2011— para terminar con la violencia. Los movimientos de oposición —perseguidos de forma local o con una existencia precaria en el exilio— se sintieron confiados con ese concepto y fue fácil vendérselo a los patrocinadores extranjeros. Sin embargo, una gran desventaja de esta forma de ver las cosas fue que Sadam, Asad y Gadafi fueron tan demonizados que se volvió difícil diseñar algo que se acercara a un acuerdo mutuo o a una transición pacífica del antiguo al nuevo régimen. En 2003, en Irak los exmiembros del partido Baaz fueron despedidos, empobreciendo así a gran parte de la población, que no tenía otra alternativa más que pelear. La oposición Siria rehusó acudir a las conversaciones de paz en Génova en 2014 si se le permitía a Asad tener algún tipo de participación, a pesar de que las áreas de Siria que estaban bajo su control eran donde vivía la mayor parte de la población. Estas políticas de exclusión constituyeron, en parte, una forma de garantizar trabajos para los jóvenes que se encontraban en la oposición. Sin embargo, profundizaron las divisiones sectarias, étnicas y tribales y suministraron los ingredientes para la guerra civil. ¿Cuál es el elemento de cohesión que se supone que mantiene unidos a estos nuevos estados posrevolucionarios? El nacionalismo no es un gran punto a favor en Occidente, donde se ve como una máscara para el racismo o el militarismo, algo supuestamente obsoleto en una era de globalización e intervención humanitaria. (...) Sin embargo, sin el nacionalismo como un elemento de lealtad —aun donde la unidad de la nación es algo perteneciente a la ficción histórica—, los estados carecen de una ideología que les permita competir con las sectas religiosas o los grupos étnicos.

ISIS. El retorno de la Yihad (Ariel) se edita el día 13. 156 páginas. 14,95 euros. Patrick Cockburn, irlandés de 64 años, lleva casi cuatro décadas de corresponsal en Oriente Próximo, primero para Financial Times y luego para The Independent.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_