La amenaza bárbara
El Irak desmontado por la invasión de EE UU ha permitido la gestación del Estado Islámico
Que la barbarie sea consustancial al género humano no debe sorprender en absoluto, hasta ese punto la historia es una terrible escuela de desilusiones. Creemos haber acabado con la intolerancia y el horror, y reaparecen en medio de un mundo cada vez más desorientado. ¿Cómo explicar el surgimiento de la barbarie nihilista de los dirigentes del Estado llamado “islámico”, que organizan asesinatos en masa, violaciones colectivas, la esclavitud para todos aquellos que han decidido que son “impuros”, y siembran el terror por doquier?
2014 ha estado dominado, incontestablemente, por la emergencia de esta organización que recuerda a los jemeres rojos de Camboya en los años ochenta. Recordemos la loca espiral que hizo de ese ejército de liberación una banda de asesinos de su pueblo: primero, la guerra de destrucción masiva del Estado camboyano por los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, la alianza de los comunistas jemeres con los vietnamitas, el fracaso americano, la victoria de la resistencia bajo la dirección del Partido Comunista, la ruptura con el aliado vietnamita, el aislamiento del régimen comunista jemer, la instalación de un régimen declarado de “comunismo puro” que comenzó con una depuración interna contra los dirigentes del propio partido, después contra los militantes, tras ello contra toda la sociedad. En total, más de un millón de muertos: todos los culpables de ese asesinato de masas siguen sin ser juzgados. Diagnóstico: se trata de una honda perversión patológica de los liberadores convertidos en verdugos, teniendo como fondo una agresión traumática grave contra las poblaciones indefensas en un momento de su historia.
Precisamente es el caso actual de la nación iraquí, desmantelada por la agresión norteamericana de 2003, despedazada por la guerra de los confesionalismos chií y suní, entregada a bandas armadas que aterrorizan a la población. Allí ha tomado cuerpo la barbarie del llamado Estado “islámico”, es decir, de un grupo armado que ha sacado provecho de la descomposición generalizada del sistema estatal, de la situación de “guerra de todos contra todos” para imponerse y llegar a ser una fuerza capaz de conquistar territorios en nombre de una concepción primitiva de la religión. Frente a la aparición de tal fenómeno, tan inesperado e incomprensible, primero fue la estupefacción internacional, tras ella los cálculos de unos y otros para saber de qué forma utilizarlo con el fin de debilitar a los adversarios en el tablero regional, después la constatación de que era incontrolable. En definitiva, el monstruo cobraba vida propia.
Desde hace varios meses, por fin se ve a las principales potencias —enemigos convertidos en aliados coyunturales— esbozar un gesto de unión: Irán, Rusia, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, todos quieren en adelante actuar en la misma dirección para acabar con este movimiento criminal que los amenaza. Débil rayo de esperanza en un Oriente Medio martirizado desde hace tanto tiempo.
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