¿Está gestándose en Brasil una oposición política posmoderna?
Brasil es hoy a la vez muchos Brasiles. En él conviven juntos el atraso y la novedad
En el mundo de la posmodernidad es fundamental saber intuir las tendencias tan presentes, por ejemplo, en la moda, el sexo y el arte. ¿Y en la política? Podría parecer una paradoja, pero Brasil quizás esté intuyendo un tipo de oposición innovadora, posmoderna, diferente de las oposiciones clásicas del pasado.
No digo que sea mejor o peor, sino simplemente diferente y por ello difícil de entender como cualquier otra tendencia que aflora sobre la superficie sin saber bien cómo se estabilizará. Y no será una batalla fácil.
Algunos flashes de esa oposición, más posmoderna que tradicional, empiezan sin embargo a aparecer en comentarios de prensa y en las redes sociales. Lo que parece caracterizar a ese nuevo tipo de oposición es, por ejemplo, un cierto carácter lúdico, plural y festivo de la misma.
¿Cómo explicar sino que el perdedor Aécio Neves, acabadas las elecciones (que fueron de las más duras de los últimos tiempos y que dividieron al país en dos, con dolor y hasta con desgarros personales), pudiese ser recibido en Brasilia, corazón del poder político, a las puertas del Congreso, como un triunfador en medio de una fiesta popular?
En su larga entrevista al diario O Globo, Neves, derrotado en las urnas, se declaraba “a bien con la vida” y pergeñaba un tipo de oposición política diferente de las del pasado.
Dibujó una oposición que entraña una cierta novedad: será firme, sin adjetivos, pero no rabiosa, ni se limitará solo a los políticos en el Congreso. Aécio desea crear un “movimiento” que “abrace a la sociedad”. Y eso sería nuevo, posmoderno.
Hasta ahora la sociedad no era llamada por la oposición para opinar. Si acaso se la convocaba para la ira y la guerra
Hasta ahora la sociedad (que no debe confundirse con los movimientos sociales institucionales) no era llamada por la oposición para opinar. Si acaso se la convocaba para la ira y la guerra. Era una oposición solo contra. Esta vez, el líder del mayor partido oposicionista quiere que la gente participe de ella y la sienta suya. No será la de “cuanto peor, mejor”, o la que tenga por lema, como suele pasar en las oposiciones tradicionales “estar en contra de todo lo que proponga el gobierno”.
La oposición que parece pergeñarse parece anunciar algunos rasgos típicos de la posmodernidad, como el de poder ser plural al mismo tiempo que real y puntual.
Esa nueva forma de oposición parece querer quebrar los moldes antiguos del dualismo maniqueo occidental que divide a las personas y cosas en buenas o malas, de derechas o izquierdas, en amigos y enemigos, en nosotros y ellos.
Ese tipo posmoderno de oposición podría estar ya latente en la idiosincrasia del brasileño. Lo acaba de apuntar en su paso por Río, el sociólogo francés, Michel Muffesoli, uno de los mayores expertos de la posmodernidad, quién afirma que quizás esta sociedad, aún sin tomar conciencia de ello, esté empezando a ser un “laboratorio posmoderno”.
Ello significaría un predominio de la creatividad y una cierta ausencia del viejo economicismo occidental o norteamericano, el de la productividad a cualquier costo. Predominaría en Brasil, -más en la base que en las élites- no tanto el valor puramente económico, sino sobre todo el antropológico y cultural, incluyendo en este, por ejemplo, el carácter festivo de la vida y el aprecio por el tiempo libre. Serían más valorizadas las relaciones amigables e interpersonales que las guerreras.
Es significativo que Aécio, que hoy encarna la nueva oposición (una institución tan importante como la del gobierno, en toda democracia verdadera) parece querer retomar el movimiento oposicionista de las manifestaciones de protesta de junio de 2013 que presentaban ya rasgos de posmodernismo.
Releyendo las crónicas de aquellas semanas se advierte, en efecto, que el corazón de la protesta, sin banderas ideológicas, con la participación de todas las clases sociales, tenía los rasgos de la creatividad festiva y de la diversidad de opiniones en los eslóganes presentados. Vimos hasta niños sentados en el suelo con sus padres, a la puerta del Congreso, dibujando sus propias pancartas llenas de color.
Sólo cuando la violencia policial y la de los Black- blocs se apoderaron de las manifestaciones, la gente se encerró en sus casas. No era esa protesta la que querían los brasileños.
El posmodernismo se caracteriza por dar valor agregado al pluralismo de ideas, a la diversidad de pensamiento, a los anti-dogmas
También esta vez, cuando los perdedores de las elecciones que quisieron juntarse en la calle y se chocaron con el viejo cliché de oposición rabiosa y belicosa exigiendo la vuelta de los militares, la nueva oposición condenó sin ambages a los demonios autoritarios y nostálgicos infiltrados en las manifestaciones. Aécio ha dejado claro y dejó claro que es inútil que quieran “arrastrarlo a la derecha”. Una de las características de la posmodernidad es, en efecto, la dificultad en aceptar los viejos conceptos de la política que divide en vez de agregar.
Es posible que esos atisbos de una tendencia posmoderna que presenta una forma nueva de oposición, menos encorsetada en los clichés tradicionales de la vieja política, acaben muriendo por el camino.
De tomar cuerpo, la victoriosa sería la democracia hoy tantas veces encorsetada, sitiada y amenazada por los viejos demonios hegemónicos del “divide y vencerás”.
La posmodernidad analizada por pensadores como Baudrillard, Barman, Gianni Vattimo, Zizek o Muffesoli, se caracteriza por dar valor agregado al pluralismo de ideas, a la diversidad de pensamiento, a los antidogmas, así como al esfuerzo para “entender a los otros”, en vez de juzgarles y verles como enemigos que deben ser exterminados. Son simplemente diferentes, no enemigos.
Brasil es a la vez muchos Brasiles. Hoy conviven juntos, también en política, el atraso y el posmodernismo. Quizás por ello este país a veces confunde y a veces fascina a los extranjeros.
¿Cuál de estos Brasiles acabará triunfando? Sólo el futuro lo dirá.
Lo que se advierte por ahora en política es, junto con un cierto desencanto y hasta enfado, un forcejeo por abrir caminos nuevos, empezando por la propia oposición.
La guerra desatada durante y después de las elecciones que dejó profundas heridas entre los brasileños, empieza a querer ser reemplazada por lo que hay de más brasileño: la voluntad de paz, de amistad y solidaridad. Y las personas que luchan por metabolizar los rencores de la pelea electoral, empiezan a respirar más aliviadas.
Una oposición en clave de posmodernidad sería, en efecto, la única capaz de armonizar una acción vigilante y severa de las acciones del gobierno, sin que ello signifique abiertos o escondidos deseos de venganza o de revancha.
Si hay algo que los brasileños “adoran”, como ellos dicen, es poder compartir con los demás la pasión de encontrarse para conversar, tomar una cerveza, danzar samba o forró, o para gritarle al gobierno que las cosas deben cambiar.
El placer solitario o la quiebra de las amistades no es flor que germine en estas tierras. Quienes se emperren en hacerla brotar, a uno u otro lado de la arena, acabarán arrastrados por el viento del fracaso.
Los mejores goles no son los marcados en el juego sucio, sino los que conllevan el temblor de la creatividad, aquellos que parecían imposibles de marcar y nos dejan en la boca el gusto de la victoria merecida, no comprada o robada.
¿No son esos los goles de la posmodernidad capaces de ser aplaudidos hasta por el equipo adversario?
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