La ‘policía de la sharía’ alarma a Alemania
Islamistas salen de uniforme a las calles de Wuppertal para propagar sus valores
Tan solo dos kilómetros separan el centro islámico Masjid Darul Arqam de la zona de bares y salas de juego de Wuppertal. Una distancia pequeña, pero abismal en cuanto a las costumbres de los musulmanes que frecuentan uno y otro lugar de esta ciudad alemana. Una decena de jóvenes islamistas se echaron a la calle la pasada semana para tratar de reducir esta divergencia. Querían convencer a sus hermanos que estaban a punto de beber una cerveza o de echar monedas en una máquina tragaperras de que no violaran las reglas del islam y que acudieran con ellos a la mezquita.
La autodenominada “policía de la sharía” ha convulsionado esta semana a la opinión pública de Alemania y ha convencido a su clase política de la necesidad de tomarse en serio lo que, de forma encubierta, hace tiempo que ocurre en otras ciudades del país.
El Ejecutivo ha prohibido cualquier propaganda del Estado Islámico
“Nosotros somos los que estamos más preocupados. Son a nuestros hijos a los que quieren captar los salafistas”. Quien habla así es Samir Bouaissa, representante de la comunidad musulmana en Wuppertal, que ronda el 10% de sus 350.000 habitantes. Desde su descuidado despacho, Bouissa explica lo difícil que le resulta luchar contra el atractivo del que gozan los yihadistas en algunos sectores. “Con este episodio, han logrado su objetivo de salir en los medios. Ellos tardan un día en llenar su mezquita, y yo meses en convencer a los jóvenes de que no se dejen engañar por esa versión falseada del islam”, añade.
Es difícil encontrar en Wuppertal rastros de una acción de la que se ha hablado en todo el país. Si acaso, algún coche patrulla haciendo guardia frente a un bar o una sala de juegos. La presencia de agentes en las calles ha aumentado desde el último acto de propaganda salafista, según reconoce la policía de esta ciudad que hasta ahora era conocida por figuras como el filósofo Friedrich Engels o la coreógrafa Pina Bausch. Las autoridades han puesto en marcha un teléfono en el que los ciudadanos puedan dar información, denunciar nuevas actuaciones de las patrullas de radicales o simplemente canalizar sus miedos.
No es la primera vez en Alemania que unos barbudos exhortan a los viandantes a que sigan las enseñanzas de Alá. Pero lo que ha marcado la diferencia en este caso es el uniforme que llevaban los de Wuppertal —unos chalecos con las palabras “policía de la sharía”— y que lo grabaron para subirlo a YouTube. Una vez que apareció en los medios, la llama ya había prendido. “Los vi pasar con sus cámaras y sus chalecos. Pero nunca pensé que fueran a dar tanto de qué hablar”, asegura Kemal, el dueño de un pequeño supermercado situado en la calle donde actuaron los islamistas.
“Es cierto que eran solo 11 personas, que no recurrieron a la violencia y que solo usaron los chalecos una vez. Pero no debemos infravalorar el riesgo de estas acciones. El peligro es su capacidad de reclutar a jóvenes dispuestos a hacer la yihad en lugares como Siria e Irak. Gente que luego puede volver a Alemania aún más radicalizada”, subrayan en la policía local. Las autoridades municipales cifran en 1.800 el número de personas vinculadas a esta rama radical del islam suní en Renania del Norte-Westfalia, el estado en el que se encuentra Wuppertal y que es, con más de 17 millones de habitantes, el más poblado de Alemania. Los islamistas radicales también desarrollan sus actividades en ciudades como Hamburgo, Berlín, Fráncfort o Leipzig.
El suceso de los fundamentalistas uniformados llega en un momento especialmente sensible. Al impacto social que causó el descubrimiento de que dos decenas de militares alemanes participan en la yihad que trata de imponer un califato, se suma el proceso que estos días se celebra en Düsseldorf —a unos 30 kilómetros de Wuppertal— contra los supuestos autores de un frustrado atentado en la estación de Bonn.
La policía local está ahora más presente frente a bares o salas de juego
Al igual que los yihadistas del Estado Islámico, los protagonistas de este episodio también son locales. Los 11 policías del islam —que fueron retenidos por la policía y liberados al poco tiempo— habían nacido en suelo alemán. Dos de ellos, ni siquiera tenían procedencia extranjera, sino que ya adultos decidieron convertirse a la religión de Mahoma: uno es su líder, el antiguo bombero Sven Lau. Queda así claro para muchos ciudadanos no solo que tienen al enemigo en casa, sino que los temidos radicales pueden ser tan alemanes como ellos.
Ante el ruido originado, el Gobierno se ha visto obligado a reaccionar. “El Estado tiene el monopolio de la violencia. Nadie está facultado para actuar de tapadillo como policías”, dijo la canciller Angela Merkel. El titular de Interior del Gobierno central, el democristiano Thomas de Maizière, anunció el viernes la prohibición de cualquier actividad o propaganda del Estado Islámico en suelo alemán. “Tenemos que impedir que los islamistas radicales traigan su yihad a nuestras ciudades”, aseguró el ministro.
Expertos en islam como Mathias Rohe, profesor de la Universidad de Erlangen, subrayan la importancia de no adoptar medidas improvisadas para responder a un movimiento que se nutre de jóvenes que se echan en brazos del islamismo porque sienten que no tienen futuro. "Son pocos, pero eso no quiere decir que no sean peligrosos. Pero es muy importante no confundir a los radicales con los musulmanes, que forman parte de nuestra sociedad", añade Rohe.
En las inmediaciones de la mezquita Masjid Darul Arqan, lo único anormal este viernes era la hostilidad de unos vecinos hartos de visitas de policías y periodistas. “¡Basta ya de este teatro. Desde que empezó todo esto se ha espantado a mis clientes y todo el mundo me pregunta por los islamistas!”, protestaba el empleado de un taller cercano. En la mezquita de los radicales, solo había un hombre que se lavaba los pies antes de empezar el rezo. Desde su aparición de la semana pasada, la policía no ha detectado nuevas actividades sospechosas. Pero las autoridades prometen estar alerta.
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