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Obama inicia un nuevo capítulo en la guerra contra el terrorismo

El presidente de Estados Unidos embarca al país en una estrategia militar que perpetua su presencia en Oriente Próximo

Yolanda Monge
Barack Obama, durante el acto conmemorativo del 11-S en el Pentágono.
Barack Obama, durante el acto conmemorativo del 11-S en el Pentágono. JIM WATSON (AFP)

Si había un discurso presidencial que Barack Obama pensó que nunca tendría que dar fue el del miércoles por la noche, cuando el hombre que esta primavera informaba a los cadetes recién salidos de West Point que ellos eran la primera promoción desde el 11-S que podría no ser enviada a combatir en Irak o Afganistán tuvo que comparecer ante sus conciudadanos para de forma tácita renunciar a lo que quería que hubiera sido su legado.

Obama ya no abandonará la Casa Blanca dejando al país en paz, libre de contiendas. Al igual que su sucesor hiciera con él, el presidente pasará al siguiente Comandante en Jefe de EEUU el relevo tóxico de una guerra sin definir en uno de los conflictos más fraticida y atávicos del globo. Con su discurso a la nación, Obama abría para Estados Unidos un nuevo capítulo en la guerra contra el terrorismo que hasta ese momento había intentado concluir. No en vano, la mayoría de sus otros discursos presidenciales –muy pocos- versaron sobre los reveses al terror que conducían a la paz, entre ellos el anuncio de la muerte de Osama Bin Laden.

A falta de un día para que se cumplieran 13 años desde que varios aviones pilotados por terroristas de Al Qaeda acabaran para siempre con la falsa sensación de seguridad total en la que creían vivir los norteamericanos, el presidente que posee el Nobel de la Paz se rendía a las encuestas y la presión política y anunciaba una nueva campaña militar de incierto final y sin fecha de caducidad.

El presidente pasará al siguiente Comandante en Jefe el relevo tóxico de una guerra sin definir en uno de los conflictos más fraticida y atávicos del globo

Poco importó que en su retórica no hubiera tambores de guerra explícitos; que insistiera en que la campaña que se iniciaba no era “otro Irak o Afganistán”; que no diera fecha, lugar y hora del ataque que fueran recogidos para los grandes titulares de prensa del día siguiente. El presidente que hace poco más de un año decía en una alocución en la Universidad de la Defensa Nacional de Washington que “esta guerra [la guerra global contra el terrorismo], como todas las guerras, tiene que terminar, eso es lo que nos dice la historia, eso es lo que nuestra democracia nos demanda” escenificaba sin estridencias la triste concesión de la capitulación a una realidad a la que no ha logrado escapar.

Menos de un año después de asumido el poder por primera vez, antes de las navidades, Obama daba un importante golpe de timón e incrementaba notablemente (30.000 efectivos) las tropas desplegadas en Afganistán con el fin de concluir la guerra en un plazo determinado. En el otoño de 2011, el presidente declaraba –desde la modesta sala de prensa de la Casa Blanca y sin las estridencias de la “Misión Cumplida” de su antecesor en el cargo- la retirada total de Irak y por tanto el final de la contienda que se cobró más de 4.400 vidas norteamericanas y más de un billón de dólares.

Mientras salían las botas de combate de los soldados norteamericanos del terreno ganaba peso en la lucha contra el terrorismo –aunque no prestigio- el empleo de los drones o aviones no tripulados para eliminar a los enemigos de EEUU desde la cómoda distancia de una despacho en Langley (sede de la CIA en Virginia) pagando solo el precio de los daños colaterales locales. En paralelo, se dedicaban recursos a unidades de operaciones especiales. Con una conjunción de las dos estrategias antes enunciadas se acababa a principios de mes con la vida del líder del grupo extremista somalí Al Shabah, uno de los ocho terroristas más buscados por EEUU y al que se atribuía la matanza en un centro comercial de Nairobi.

En la noche del miércoles, un presidente barrido por los sondeos de opinión que dicen que los norteamericanos aprueban una política de mano dura -tras contemplar las brutales imágenes de la decapitación de dos periodistas norteamericanos, la historia más seguida por el público de EEUU en los últimos cinco años- pero que no les gusta quien la ejerce se dejó la piel en repetir hasta ocho veces en un discurso de 14 minutos la palabra “socio”, al insistir en que Estados Unidos no pensaba en esta ocasión actuar de forma unilateral sino de la mano de aliados y países amigos.

Obama pronunció hasta 8 veces en un discurso de 14 minutos la palabra "socio" para enfatizar la necesidad de una coalición frente al EI

“Tomará tiempo erradicar un cáncer” como el del Estado Islámico, declaró Obama en su discurso, alargando así el ciclo de lo que el presidente sólo calificó como “amplia campaña contra el terrorismo” y no definió como guerra. Breve como pocas veces, Obama expuso un plan sobre el que existen muchas dudas de su efectividad y que deja en el aire otras tantas preguntas, ya que una vez que comiencen los ataques aéreos en territorio sirio se desencadenarán acontecimientos que nadie puede prever, algo que se asumía aprendido de las aventuras bélicas de Irak y Afganistán.

¿Cómo se sabrá cuando ha llegado el tiempo de cantar victoria? ¿Puede incluso esa victoria ser definida? ¿Cómo es posible pretender ganar un conflicto sin tropas sobre el terreno y sin esperar bajas? ¿Con tropas extranjeras? ¿Cuál será la escalada si los yihadistas deciden decapitar a otro norteamericano? Al fin y al cabo, lo que busca el terror es una respuesta que alimente ese terror y eso parece haberse conseguido.

Por los pasillos de la Casa Blanca ha flotado desde el primer mandato de Obama una máxima no escrita y que se ha vuelto en contra del presidente durante su supuesta parálisis estival: “no hacer nunca nada estúpido”, en referencia a las guerras iniciadas por el anterior presidente. Puede que en lo que le queda de presidencia, Obama se repita a sí mismo la frase que acuñó y que no respetó. Con una vez que lo haga ya serán muchas.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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