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La lucha sectaria devuelve Irak al caos

Los kurdos aprovechan la ofensiva yihadista para tomar la ciudad petrolera de Kirkuk

La violencia estalla con fuerza en Irak.Foto: reuters_live
Ángeles Espinosa

Tropas kurdas han tomado este jueves el control de la ciudad petrolera de Kirkuk ante la huida de soldados y policías iraquíes, temerosos del avance insurgente. Ese paso reaviva el riesgo de fragmentación de Irak, a la vez que pone de relieve la frágil estructura de seguridad sobre la que se asienta el Gobierno de Nuri al Maliki. Mientras, los milicianos del Estado Islámico en Irak y el Levante (EEIL), el grupo yihadista que lidera la lucha armada contra el Gobierno central, seguían presionando en varios frentes y alardeaban de que su objetivo era llegar hasta Kerbala y Nayaf. Aunque el Parlamento no logró el quórum necesario para aprobar el estado de emergencia, el Gobierno pasó a la ofensiva bombardeando posiciones rebeldes

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“Toda la ciudad de Kirkuk se encuentra bajo control de los Peshmerga. No queda Ejército iraquí en Kirkuk”, ha declarado Jabbar Yawar, un portavoz de esas fuerzas de la región autónoma del Kurdistán, citado por la agencia Reuters.

Los responsables kurdos han justificado esta medida sin precedentes ante el temor de que los milicianos del EIIL avanzaran sobre esa ciudad, situada a 240 kilómetros de Bagdad. Según su relato, los soldados regulares abandonaron sus bases, al igual que hicieran de antemano en Mosul, Tikrit y otras localidades en la que los rebeldes no parecen haber encontrado una resistencia significativa. Se trata sin embargo de una decisión de doble filo.

Controlar Kirkuk, supone controlar sus reservas de petróleo, las segundas más importantes del país, un sueño por el que el Gobierno regional kurdo se ha peleado con Bagdad desde que Estados Unidos derrocara a Saddam Husein en 2003 y empezara a diseñar el nuevo Irak. Además, los kurdos reclaman esa ciudad como su capital histórica y nunca han aceptado que quedara fuera de su autonomía. De hecho, lograron arrancar la promesa de un referéndum y, hasta ahora, habían compartido la seguridad con fuerzas árabes y turcomanas, las otras dos grandes comunidades de la villa.

El ajuste de cuentas contigo [en referencia al primer ministro chií Nuri al Maliki] no va a ser en Samarra o Bagdad, sino en las impuras Kerbala y Nayaf Portavoz del EIIL

La rápida maniobra para negar la ciudad a los yihadistas plantea una situación de hecho que será complicado de revertir. De consolidarse, rompería el frágil equilibrio que ha mantenido unido Irak en esta última década. Los kurdos, que ya venían autogobernándose desde varios años antes, han logrado una estabilidad y un desarrollo que el resto de los iraquíes envidian. El acceso al petróleo de Kirkuk podría eliminar su incentivo para seguir formando parte del país de los dos ríos.

“Es la única solución. Que cada comunidad vaya por su camino. Si no podemos vivir todos juntos, lo mejor es que nos dividamos”, confía a EL PAÍS un diplomático iraquí de origen kurdo.

El interlocutor tampoco se explica la actuación del Ejército.

“Es muy raro. Da la impresión de que los militares estuvieran compinchados [con los yihadistas]. Si no, no se entiende”, asegura, aunque admite que el hecho de no sentirse apoyados por la población local tiene que haber pesado también.

El propio Al Maliki se ha referido a la caída de Mosul como una “conspiración” y prometido castigar a quienes abandonaron sus puestos. Las imágenes de columnas enteras de vehículos militares replegándose hacia Bagdad desde el norte del país, sin disparar un tiro, ponen en entredicho un Ejército en cuyo entrenamiento EEUU invirtió cerca de 25.000 millones de dólares (unos 18.500 millones de euros). Pero por encima de su preparación y medios, existe un problema de moral que entra de lleno en la fractura confesional subyacente a la crisis actual.

Combates en la ciudad norteña de Kirkut.Foto: reuters_live

Razones no sólo demográficas sino de lealtad han distorsionado la composición del Ejército a favor de los árabes chiíes (60% de la población), comunidad a la que pertenece Al Maliki y que controla los resortes del poder. Cuando a partir de 2011, tras la salida del Ejercito de EEUU (que a pesar de todos los pesares ejercía de árbitro) y al hilo de la guerra civil en Siria, los extremistas suníes vuelven a agitar Al Anbar (el corazón de la insurgencia contra la ocupación norteamericana), el primer ministro no responde política sino militarmente. En consecuencia, los habitantes suníes de esa región ven a los soldados como una fuerza al servicio del Gobierno chií.

De ahí el simbolismo de que los propagandistas del EIIL hayan anunciado que su objetivo no es sólo marchar sobre Bagdad, sino alcanzar las ciudades santas chiíes de Nayaf y Kerbala. Para esos extremistas, los chiíes son herejes a quienes no reconocen como iguales.

Es altamente dudoso que la mayoría de los suníes de Irak simpaticen con el radicalismo y la brutalidad que exhiben los yihadistas. No obstante, los testimonios recogidos por los medios locales entre quienes huyen de las zonas en las que avanzan los rebeldes, hablan no sólo del temor a éstos, sino sobre todo del miedo a la posible respuesta gubernamental. Recelan del uso de la aviación como ocurriera en Faluya y Ramadi, que los insurgentes controlan desde principios de año. Anoche habían empezado los bombardeos contra Mosul y Tikrit.

En una clara denuncia a las políticas de Al Maliki, los diputados árabes suníes y kurdos han boicoteado hoy la reunión extraordinaria del Parlamento, lo que ha impedido el quórum necesario para votar la declaración de estado de emergencia que quiere el primer ministro. Mientras, los milicianos del EIIL seguían hostigando Baiji, sede de la mayor refinería del país a 225 kilómetros de Bagdad, y han llegado a ocupar varias localidades más pequeñas a apenas una hora de la capital. Las autoridades temen que corten la autopista que une ésta con el Norte.

Irán se compromete a asistir a su aliado para “combatir la violencia y el terrorismo”

Ángeles Espinosa

El avance yihadista de la última semana constituye, a decir de los observadores, la mayor amenaza a Irak desde la retirada estadounidense en 2011. Alarmado por la situación de caos en la que se está sumiendo su vecino y aliado, el presidente iraní, Hasan Rohaní, dijo ayer que va a “combatir la violencia y el terrorismo” en Irak. Pero Rohaní, que sabe que cualquier acción de su país es vista con recelo por EE UU y sus aliados, no especificó qué clase de ayuda tiene en mente.

La situación es tanto o más delicada cuanto que Irán se encuentra embarcado en una crucial negociación con Occidente sobre su programa nuclear. Cualquier paso en falso podría dar al traste con las expectativas de reintegrarse en la comunidad internacional y mejorar la economía de los iraníes.

Preguntado por Al Yazira, Mohammad Marandi, un profesor de la Universidad de Teherán con buenas conexiones con el régimen, descartó que las palabras del presidente impliquen desplegar tropas en Irak. “Se trata de apoyo político y asistencia”, aseguró sin llegar a especificar cómo va a concretarse. La víspera, el ministro de Exteriores iraní, Javad Zarif, subrayó la necesidad de respaldo internacional en una llamada a su homólogo iraquí, Hoshyar Zebari.

Salvo una improbable cooperación entre Irán y EE UU, es difícil ver cómo puede concretarse eso. Para los responsables iraníes, que atribuyen el terrorismo que plaga la región a la intervención estadounidense, el problema está en la ayuda de Arabia Saudí y otras petromonarquías árabes a los grupos yihadistas que han extendido una doctrina sectaria de intransigencia y odio.

Wayne White, un antiguo funcionario del Departamento de Estado norteamericano, sugiere una vía alternativa. Que las milicias kurdas, los peshmergas, ayuden a Al Maliki frente a los extremistas del EIIL. "Tienen buenas relaciones con Irán", señala en un blog. No aborda, sin embargo, el precio político que eso tendría para el primer ministro iraquí. En cualquier caso, menor que una intervención directa o menor que perder Bagdad.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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