Centroamérica, una carrera de obstáculos para las mercancías
La inseguridad y la burocracia abundan a lo largo de los 1500 kilómetros de ruta terrestre que los transportistas recorren a una velocidad promedio de 16 kilómetros por hora
Llega un hombre con jeans recortado y un machete en la mano. Se acerca al chofer del camión cargado con repuestos de autos y le ofrece cuidar la mercancía durante las siete horas que, como mínimo, tardará en pasar la frontera de El Amatillo, entre Honduras y Nicaragua. Pese a la apariencia del custodio, o por ella, el transportista le acepta el servicio de vigilancia, ahora que ya no trae los custodios armados que lo acompañaron para cruzar territorio hondureño. Los trámites en la aduana tampoco le permiten salirse de la fila. Debe pasar ahí la noche y al día siguiente podrá seguir la ruta hacia el sur, pero habrán pasado 14 horas y habrá tenido que pagar dinero a unos tramitadores informales para que sobornen a algún oficial y lo adelanten. Nada de qué sorprenderse, dirá después el camionero; eso estaba presupuestado.
La escena ocurrió hace algunos meses, pero puede suceder en cualquier momento actual en cualquiera de los puestos fronterizos de Centroamérica, escenarios de burocracia, tardanza y peligros que elevan los costos de comerciar dentro de los seis países de esta región que en suma no llega al tamaño de España. Aquí van los camiones recorriendo el istmo a una promedio de velocidad de 16 kilómetros por hora por carreteras no siempre aptas, en medio de cuerpos policiales que facilitan el camino si reciben algo de dinero.
Y que no se haga de noche. Las empresas transportistas han decidido reducir al mínimo movilizarse de noche para evitar los asaltos. No es raro ver vehículos al atardecer a toda velocidad para llegar a los aparcamientos fronterizos antes de que la oscuridad saque a la calzada los peligros para los choferes y para las millonarias mercaderías que van de norte a sur y de sur a norte, evidencia de un comercio intrarregional que crece un 13 % cada año después del 2003 a 2012, de acuerdo con el centro Solución Integrada del Comercio Internacional (WITS, en inglés).
Productos manufacturados y agroalimentarios son las mercancías más comunes que transitan a lo largo de los casi 1.500 kilómetros desde Panamá hasta Guatemala, pasando por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y, en pocas ocasiones, Belice.
No hay puestos fronterizos que se salven de los reclamos de los transportistas. En medio de las ventas de frutas y tortillas, los cambistas (cada país tiene su propia moneda) y los pillos de turno, los ‘tramitadores’ son los reyes de la escena. Al más astuto de ellos, en El Amatillo, le dicen ‘Mano negra’. Se saben cada esquina de los trámites y conocen por nombre al funcionario de cada ventanilla; tienen claro a quien pedir ayuda para acortar las esperas y cómo solucionarlo. “Deme 200 lempiras (10 dólares) que me está cobrando la mujer que pone los sellos”, dijo otro de los tramitadores a los transportistas registrados en un diario de viaje publicado en el diario La Nación, de San José.
En las paredes de las ventanillas hay afiches que piden a los usuarios no pagar sobornos. Dicho fácil, piden someterse con paciencia a las horas que sean necesarias para poder cruzar. Cada minuto es dinero. Cada “ahorita vuelvo” va subiendo la factura de los exportadores e importadores hasta el punto de convertir a Centroamérica en una región tres veces más cara que las zonas más desarrolladas del mundo, para el transporte transfronterizo terrestre. Supera también a las zonas empobrecidas de África, según un informe del Banco Mundial presentado a los gobiernos en 2013 y hecho público este jueves en San José.
Este informe pone en el papel las vivencias de más de 240 empresas encuestadas sobre sus peripecias para cruzar el istmo. Se tarda en promedio 72 horas para ir de San José a Guatemala, se queja Marjorie Lizano, portavoz del gremio de transportistas en Costa Rica. Ella critica el “doble discurso” de las autoridades, que dicen estar reduciendo la inseguridad, mejorando la infraestructura y trabajando decididamente en la armonización de normas aduaneras.
Pero la realidad muestra otro mundo. Basta llegar en Guatemala a Tecún Umán, primer puesto fronterizo de norte a sur en Centroamérica, colindante con México. Un tramitador se comunica con otro en la frontera con El Salvador, llamada La Hachadura, y reporta los sucesos de la última noche. “Mataron a un camionero en Chiquimulillas”, informa antes de recomendar detener los camiones en Mazatenango, a mitad de territorio guatemalteco. “Ahí esperen y pasan la noche seguros”. A las cuatro de la tarde habrá que apagar los motores de los camiones en un hotel cuya tarifa se irá colando entre los costos de la logística de comercio, como tantos otros gastos del camino. Los precios de algunos bienes pueden aumentar hasta un 50 % para el consumidor final por las circunstancias de estos viajes, reporta el Banco Mundial.
Al llegar al puesto en El Salvador, habiendo “ayudado” a algunos policías con dinero para evitar retrasos, los custodios armados ofrecen sus servicios a ambos lados de la calle con la misma naturalidad de los vendedores de tortillas o de frutas. Son muchachos flacos con uniforme y fusiles largos. Sus patronos pueden cobrar hasta 100 dólares por subir a uno de estos vigilantes en un camión desconocido, aunque la mayoría de unidades llevan también sistemas de monitoreo satelitales. Si el transportista quiere una escolta con tres guardaespaldas, la tarifa puede alcanzar los 1000 dólares, pero irá seguro de que lo protegerán “si hay vergueo”, como contó uno de los custodios.
De estas aduanas hablaban las autoridades europeas cuando negociaban con Centroamérica y exigían la unión aduanera. Los países van avanzando, pero a una velocidad casi tan lenta como las filas en La Hachadura (El Salvador-Honduras). Ha faltado voluntad de los gobiernos, señaló esta semana el director del Banco Mundial para Centroamérica, Felipe Jaramillo, durante la presentación del informe.
Esta es la integración centroamericana vista desde los transportistas, o desde los comerciantes que pagan los costos, si no es que los transmiten a los consumidores finales de una región donde la mitad de la gente vive en la pobreza, según el informe Estado de la Región. Esta también se exhibe ante los ojos de los camioneros.
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