Tensión en el mar de China
La retórica nacionalista con fines electorales es un factor de riesgo mayor que una disputa marítima
Escribo desde Tokio, atraído por el giro en política de seguridad que ha adoptado el Gobierno de Shinzo Abe. Muchas guerras han comenzado porque un ejército pensó que el enemigo le estaba disparando cuando en realidad no lo hacía o porque sin saberlo era él el que estaba disparando al enemigo. Por eso, antes de devolver un primer disparo e iniciar un conflicto por error es esencial que un comandante sobre el terreno pueda comunicarse directamente con su enemigo.
China y Japón mantienen desde hace años un contencioso a costa de las islas Senkaku, que China reclama. Las tensiones se han disparado en los últimos meses ante la presión de la Marina china, que en una táctica ya ensayada con otros islotes del mar de China meridional, envía primero buques pesqueros, luego trae a la guardia costera con la excusa de proteger a los pescadores y, finalmente, con la excusa de proteger a los guardacostas, ocupa el peñón (si les interesa el tema, en el blog Café Steiner discuto la estrategia china con respecto a la llamada "primera cadena de islas").
Para que esas tensiones no se desborden son clave dos elementos, uno micro y otro macro. El micro son las medidas de confianza entre chinos y japoneses. Los acuerdos que permitirían una comunicación rápida y efectiva entre las Marinas de Guerra de los dos países ya han sido concluidos, dicen los diplomáticos nipones. Sin embargo, China mantiene congelada la aplicación de ese acuerdo. Se deba esto a razones de índole burocrática (los diplomáticos chinos no están al mando de la política de seguridad, dicen, sino los militares) o políticas (el presidente chino Xi Jinping necesita mantener una línea dura para ganarse a los militares), la falta de aplicación de estos acuerdos es un factor de riesgo de primer orden.
El factor macro es la credibilidad de la garantía de defensa estadounidense. Estamos ante un juego sumamente complicado pues, paradójicamente, el razonamiento de que nadie en su sano juicio querría ir a una guerra por unas islas deshabitadas en mitad del mar de China Oriental sirve tanto para disuadir como para animar a China. Dada la interdependencia económica entre EEUU, China, Japón y, en general, todo el sureste asiático, un conflicto bélico, por limitado que fuera, tendría consecuencias económicas de gran calado. Pero el argumento puede funcionar en dos direcciones: quizá los chinos puedan pensar, máxime teniendo en cuenta la inacción occidental en Crimea, que el hecho de que nadie quiera ir a la guerra por un peñasco es una buena razón para ocuparlo. Por eso, desde Tokio se ve como absolutamente esencial que EEUU deje bien claro que, por pequeñas y deshabitadas que sean las Senkaku, no va a permitir que China se haga con ellas por la fuerza. Si EEUU no cumpliera su compromiso, la seguridad de todo el sureste asiático quedaría comprometida. Pero si lo cumpliera, las consecuencias de un conflicto naval con China serían devastadoras.
¿Cómo evitar llegar a ese punto? Mediante una milenaria técnica negociadora llamada diplomacia que parece estar cayendo en desuso. Solo una diplomacia efectiva puede descargar las tensiones en la zona y crear un marco de cooperación regional que alivie las tensiones. Para ello es esencial que los gobiernos de la zona dejen de utilizar la política exterior y los legados del pasado con fines electorales. La retórica nacionalista del Gobierno chino, pero también del coreano y japonés, empeñados en agitar el nacionalismo con fines electorales, es en realidad el primer factor riesgo en la zona, más aún que cualquier disputa marítima.
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