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La desesperación inflama Bosnia

Las protestas contra la corrupción y la pobreza en Bosnia ponen en jaque el edificio institucional surgido tras la guerra, que consume la mitad del PIB

María Antonia Sánchez-Vallejo

Un cúmulo de descontento popular, fruto de dos décadas de desgobierno y de la crisis económica (44% de paro, hasta el 58% el juvenil; 20% de la población bajo el umbral de pobreza); un tsunami de cólera y frustración ciudadanas. Las protestas que sacuden Bosnia desde el miércoles –originadas en la práctica por una manifestación de obreros de fábricas privatizadas en Tuzla (noreste)- atraviesan las líneas sectarias, las clases sociales y las generaciones; también pulverizan la política. Sin líderes, tan espontáneas como la comunicación a través de las redes sociales, han sacado a la calle a miles de personas y han puesto patas arriba algunos símbolos de esa maraña de instituciones que, en virtud de los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra (1992-1995), condena al país a una esclerosis administrativa. Los edificios de la presidencia en Sarajevo y el archivo nacional ardiendo, el viernes –imposible no recordar el crepitar salvaje del papel en el incendio de la Biblioteca, en 1994- son ya la imagen de marca de lo que muchos denominan “primavera bosnia”. Una oleada de indignación popular que de momento se ha llevado por delante a tres jefes de gobierno cantonales y al mando policial de Sarajevo.

EL PAÍS

“Lo nunca visto, jamás había habido tantas dimisiones de golpe. Nos ha quedado claro que por las buenas no se logra nada, y eso que soy contraria a toda forma de violencia. Pero llevábamos meses protestando sin resultado”, explicaba ayer en Sarajevo Tiana H., abogada de una ONG de derechos humanos. Como ella, un millar de personas se concentró pacíficamente ante la fiscalía para pedir la puesta en libertad de los 37 detenidos el viernes (“es la cifra oficial, pueden ser muchos más, y algunos son menores”, apunta la activista) y luego bloqueó varias calles contiguas. Como en Tuzla, los policías que teóricamente debían reprimir la marcha se cruzaron en ocasiones de brazos, los escudos inermes, mientras la llovizna subrayaba la tristeza de una ciudad con decenas de tumbas en los parques.

“Estas protestas responden a la desesperación. En Sarajevo hay gente que pasa hambre; las sobras de comida que tiro a la basura duran minutos en el cubo, y si esto sucede en la capital, qué no pasará en otras partes. La situación no ha dejado de deteriorarse en los últimos años, pero los políticos miran para otro lado, ocupados en proteger sus intereses y los de su camarilla. Si Europa supiera lo que ocurre verdaderamente aquí… pero tal vez ni siquiera le interese saberlo”, concluye la activista.

Las palabras nepotismo y corrupción –y sus trasuntos: burocracia y atraso- invaden todas las conversaciones. Bosnia emplea cerca de la mitad de su PIB en sostener la estructura diseñada en Dayton: una nación formada por dos entidades autónomas, la República Serbia de Bosnia y la federación croata-bosniaca, esta última dividida a su vez en diez cantones, más los correspondientes gobiernos locales. Es decir, la mitad de la riqueza nacional –de uno de los países más pobres de Europa- se la traga un edificio disfuncional y que la revuelta de estos días hace tambalearse.

Una economía dependiente del exterior

Nadie parece mirar a Bruselas hoy en Sarajevo, y si lo hace, es con una mezcla de incomprensión y reproche. Pero la UE sí observa sin disimulo a Bosnia, el fracaso de la reforma constitucional en 2006 y la parálisis instalada en el poder desde los comicios de 2010.

La falta de avances en la agenda de reformas —mejorar la capacidad y la eficiencia de las administraciones y del sistema judicial; la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, etcétera— empujó a Bruselas a suspender en 2013 una ayuda de 47 millones de los llamados fondos IPA (para precandidatos a la adhesión), y a congelar la aprobación de un nuevo paquete para 2014-2020; en el periodo comprendido entre 2007 y 2013, destinó 660 millones para las transformaciones en curso en la antigua república yugoslava.

Además, el tramo de un préstamo de 385 millones del Fondo Monetario Internacional, que interrumpió su presencia en el país de 2009 a 2012 por la falta de reformas, pende de un hilo por el bloqueo parlamentario de los presupuestos para 2014: las distintas administraciones no se ponen de acuerdo en qué gastar el dinero.

La exánime economía bosnia depende en gran medida de la exportación de manufacturas metalúrgicas (un sector industrial que está siendo desmantelado por completo, como demuestran las protestas de obreros en Tuzla); las remesas que envía el millón largo de bosnios de la diáspora, y de la ayuda internacional. Si falla una de las patas, todo se tambalea. “Nadie puede imaginar fuera de Bosnia lo importantes que son para nuestra economía las remesas de los emigrados. Pero los lazos se van perdiendo, porque van muriendo los padres y los abuelos de quienes se han ido, y ese flujo de dinero escasea cada vez más”, lamenta la economista Azra Dzigal.

La protesta de los obreros de Tuzla fue solo la gota que colmó el vaso del hartazgo. Según un sondeo reciente, el 60% de los jóvenes bosnios se plantea emigrar, pero la intención no es en absoluto nueva. “Muchos amigos míos empezaron a irse en 2008; tenemos una generación perdida, gente muy preparada que ha emigrado, y otros que se quedaron y no encuentran trabajo. Conozco licenciados universitarios que llevan diez años en paro. El pasado es una herida que sangra, y el futuro es muy negro”, cuenta la economista Azra Dzigal. Tercia en la conversación Alen Halilovic, universitario: “Este país no nos da nada de lo mucho que nos quita; las cotizaciones están entre las más altas del mundo, pero cuando vas al médico tienes que pagarle un soborno para que te atienda bien; y no se ve como un soborno, sino como algo normal. Así que las protestas no deberían extrañar a nadie. Lo llamativo es que hayan tardado tanto. Hemos sido demasiado tolerantes y demasiado pasivos ante la corrupción; nunca hemos exigido responsabilidades”, dice Halilovic.

Ante las elecciones generales del próximo octubre –que podrían adelantarse si la situación se deteriora- los políticos aprovechan la coyuntura para, como de costumbre, echar la culpa al contrario: el Gobierno –los gobiernos- a la oposición, y viceversa. Pero lo cierto es que las manifestaciones han tenido lugar en una treintena de ciudades gobernadas por partidos de muy distinto signo (incluso Belgrado se sumará este lunes con una concentración solidaria). “No nos importan las elecciones. Esta revuelta es ajena a la política porque sabemos cómo es: ya han estado en el poder los nacionalistas y los socialistas, y son todos iguales”, opina Dzigal. “La revuelta no tiene líderes, y eso es bueno pero también malo para vehicular las demandas”, recuerda Tiana, que admite su temor a que la oleada de protestas acabe siendo engullida, y neutralizada, por el sistema.

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