Tregua en la batalla de Hamburgo
Una rebelión de manifestantes de ultraizquierda en la ciudad alemana llevó a la policía a limitar las libertades civiles en un área con 80.000 habitantes
Nadie espera a los cascos azules que demanda con guasa una gran pancarta en la Paulinenplatz para pacificar Hamburgo. Las autoridades policiales redujeron este viernes la gran zona que han declarado de peligro en el corazón de la metrópoli hanseática. Degradada ahora a tres islas en torno a sendas comisarías, el área de peligro abarcó desde el 4 de enero una porción de Hamburgo con unos 80.000 habitantes.
La ciudad-Estado impuso la zona de peligro tras denunciar, el pasado 29 de diciembre, un ataque de entre 30 y 40 personas embozadas a la Davidwache, la célebre comisaría del barrio chino de Hamburgo. El primer relato policial pintó un asedio planificado y semimarcial en el que un agente sufrió graves fracturas en el rostro. Ocho cristales de la Davidwache siguen rotos, pero el vistoso edificio de ladrillo rojo tiene obvias propiedades de fortín que obligaban a admirarse ante el candor de un policía veterano de 45 años que lo abandonó a cara descubierta "con un puñado de compañeros" para enfrentarse a la turbamulta.
Cientos de vecinos de los barrios afectados protestan por la medida
Una ley regional de 2005 permite a la policía responder a situaciones extremas demarcando zonas en las que se concede a sí misma poderes excepcionales, como dar discrecionalmente el alto y exigir la identificación o controlar mochilas y efectos personales de los viandantes. Nunca antes una zona de peligro, propia de eventos como partidos de fútbol, había sido tan amplia ni tan prolongada. Cientos de habitantes de los barrios afectados se han manifestado contra una medida que consideran abusiva, con el apoyo de la oposición de centroizquierda (Die Linke y Los Verdes) al Gobierno regional del socialdemócrata Olaf Scholz (SPD).
Es un descontento político organizado Portavoz de la Policía
Las protestas encontraron un inopinado símbolo en las escobillas de baño, después de que la policía se incautara de una de ellas —arma de cuerpo a cuerpo— al registrar la mochila. Cientos de jóvenes de Hamburgo como Anna S., una estudiante de 24 años, llevan ahora escobillas —blancas— de baño en la mochila como "burla a la arbitrariedad policial" y en protesta por el "constante engorro, los cacheos y los controles" en los barrios con mayor presencia de grupos alternativos e izquierdistas en Hamburgo. Anna no quiere dar su apellido porque, explica, está "harta y amedrentada" y cree que "esto puede estallar". De momento puede constatarse la carestía de escobillas de baño blancas en las tiendas de la popular zona de Hamburgo conocida como Schanzenviertel.
El portavoz policial Mirko Streiber admite ahora que su colega no fue herido en ese ataque, sino cuando patrullaba a cientos de metros de distancia. Con la credibilidad del ataque en solfa, Streiber aseguraba ayer que la “zona de peligro” no se debió “solamente” al episodio: “Los enfrentamientos se recrudecieron desde la gran manifestación de la izquierda radical el 21 de diciembre”. La zona de peligro ha “contribuido a reducirlos” y por eso, dice, la han acotado. Un éxito.
El abogado Andreas Beuth se reía por la tarde: "Cada vez dicen una cosa". Mientras se liaba un cigarro con los dedos amarillos, el letrado denunciaba a mediodía que "han reducido la zona, pero sigue siendo muy considerable". Controlan, aclara, "a los que quieren". Resguardándose de la lluvia fina en un soportal frente a la famosa institución okupa de Hamburgo Rote Flora, el letrado explicó que tiene testigos de que el ataque a la comisaría Davidwache no fue tal. Sugiere Beuth que la supuesta batalla debía servir a la policía para "pedir nuevo armamento y mejores sueldos". También para proponer más medidas represivas ante el auge de las protestas de izquierda. También el portavoz policíal Streiber reconocía la "repolitización" de las protestas en Hamburgo: "Hace unos años deteníamos a muchos jóvenes apolíticos, turistas de algarada, en muchas manifestaciones; ahora vemos un descontento político organizado".
En la Rote Flora es difícil dar con alguien, un centro cultural okupa tiene sus propias rutinas o falta de ellas, como reía el proveedor de bebidas que la aprovisionaba de cerveza para la tarde de ayer. El viejo teatro en pleno centro tiene una gran sala que sirve "para todo tipo de actividades: teatro, bar o centro de reuniones y conferencias". Rolf Müller, un hombre menudo de 37 años que trabaja a dos manzanas de allí, sonreía al deletrear su apellido —entre los más comunes del país— para que no cupiera duda de que es un nombre falso. Colabora en una organización próxima a la Rote Flora asesorando a militantes de la izquierda radical con problemas con la policía. Está de acuerdo con las autoridades en el "trasfondo claramente político" de los enfrentamientos recientes. También coincide con Streiber al señalar tres temas principales en la discusión política de la izquierda extraparlamentaria: "La exclusión por la subida de los alquileres, la política de refugiados del Gobierno regional y la amenaza repetida de que desalojen la Rote Flora".
La portavoz del Gobierno regional de Hamburgo Swantje Glismann descartaba que el centro okupa vaya a ser desalojado, tal y como pide su propietario. Rote Flora "va a seguir igual", dijo. Pero a unas manzanas de la comisaría Davidwache se levanta otro símbolo de la protesta, un edificio a punto de ser demolido para dejar paso a viviendas nuevas y más caras. El transportista Peter Alert expresaba su enfado al caer la tarde: "La gente se tiene que ir a la periferia, los inversores dejan desmoronarse edificios enteros para obtener permisos de derribo y nueva construcción".
Bajando de allí hacia el puerto que hizo de Hamburgo una de las primeras capitales comerciales del mundo se atisba la inconclusa Filarmónica del Elba, trituradora de millones públicos que costará el 1.000% de lo presupuestado en 2007: 800 millones de euros para conciertos. También puede olerse el Elba desde los ocho contenedores blancos que acogen en el jardín embarrado de la iglesia de St. Pauli a 24 refugiados que, como el gambiano Ansumana Nfati, sobrevivieron a la travesía entre África y la isla italiana de Lampedusa huyendo de la guerra y el hambre. "Son estas cosas", decía el falso Rolf Müller con una sonrisa suave, "las que están politizando a la gente".
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