“Las protestas muestran que salir de la miseria es el inicio de otras demandas”
“Ningún otro país ha logrado el volumen de licitaciones que Brasil” “Si no soy exigente, no lograré entregar en cuatro años lo que debo entregar” “El Gobierno de EEUU estaba bastante avergonzado por el espionaje”
Casi al final de esta entrevista, que no fue una entrevista sino una conversación cuya duración, sin saber muy bien cómo, se acabó extendiendo más de lo previsto, la presidenta Dilma Rousseff me repitió, entre risas, una idea que ya había esbozado a mitad de la charla y que, según ella, explica extraordinariamente bien algunas paradojas brasileñas.
– No te olvides de que por aquí tienes que tener cuidado, porque te detienen por tener un perro y por no tenerlo.
Una de esas paradojas, quizá la más llamativa, se produjo hace unos meses. Brasil vivió en junio pasado una catarsis nacional. Centenares de miles de brasileños ocuparon las calles de las principales ciudades del país, las mayores protestas en una generación, cansados, según coincidieron numerosos analistas independientes, de las deficiencias crónicas de los servicios públicos, educación, sanidad, y la percepción de una clase política plagada por la corrupción y la desidia. Puesto que millones de personas han abandonado la pobreza en Brasil en los últimos años con las políticas primero de Luiz Inácio Lula da Silva y luego de la propia Rousseff, las motivaciones últimas de los manifestantes no resultaban obvias de inmediato. El movimiento sorprendió tanto al Gobierno como al resto del mundo, pese a que protestas aparentemente similares habían estallado también en otros países. Los inversores internacionales agudizaron los oídos, temerosos siempre de la estabilidad institucional. Cierta prensa internacional comenzó a dudar de Brasil como país de éxito. No pocos de los gobernantes cuestionados en otros países por sus ciudadanos, especialmente por los más jóvenes, se mostraban acorralados y desorientados. Rousseff fue la única en advertir de inmediato la importancia de lo que estaba sucediendo, la única en tomar la iniciativa política de escuchar a la calle y la única en remontar en pocos meses el desplome de popularidad que aconteció durante aquellos días extraordinarios. Así que comienzo la conversación preguntándole en qué momento preciso fue consciente de la gravedad de la situación y de la necesidad de reaccionar políticamente.
– Al inicio. Nos dimos cuenta de que había un aspecto importante en las manifestaciones, que era un descontento con la calidad de los servicios públicos. Nadie estaba en esas manifestaciones pidiendo una marcha atrás. Un retroceso. Lo que se pedía era que hubiese un avance.
Estamos sentados en un sofá del amplio y luminoso despacho de la presidenta en el vanguardista palacio de Planalto, en Brasilia, el lunes por la mañana, una visita con motivo de la aparición este martes de la edición de EL PAÍS en portugués para Brasil. Le enseño en el iPad las pruebas que la redacción en São Paulo está realizando.
Pero Rousseff insiste en que no vamos a mantener una entrevista formal –“no, no, yo hoy no voy a hablar; voy a decir la importancia que tiene para Brasil la llegada de EL PAÍS por su calidad editorial, por su posicionamiento internacional; creo que es un gran paso para nuestro país; puedes hacerme dos o tres preguntas, pero no voy a hacer una rueda de prensa hoy”–. Me promete una entrevista en profundidad en un futuro sin determinar, y accede a mantener una breve conversación sobre los dos o tres asuntos que más me interesan y por los que Brasil ha ocupado espacio este año en la prensa internacional: las protestas de junio, el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA, en sus siglas en inglés) y la desaceleración económica del país que, hasta que ocurrió, presentaba un crecimiento chino del 7,5% en 2010, la tasa más robusta en el último cuarto de siglo. El año pasado acabó con un crecimiento del 0,9%, que acaba de ser revisado al alza.
Democracia, crecimiento y protestas
Pero de momento, seguimos hablando de las protestas de junio. No pocos las descalificaron como un subproducto de grupos antisistema y aun otros aprovecharon para presentarlas como una desautorización de la presidenta, su Gobierno y sus políticas, aunque pronto quedó claro que era la inmensa clase media de este país de dimensiones continentales, o más bien sus vástagos, comprendidos y no pocas veces alentados por sus mayores, los que reivindicaban un nuevo contrato social pese al fortísimo crecimiento económico de los últimos años, o precisamente a causa de ello. Esta última idea es la que defiende Rousseff.
– Esas manifestaciones fueron fruto de dos procesos: la democratización y el crecimiento. El crecimiento del salario, del empleo, del crecimiento de las políticas sociales que elevaron a la clase media a millones de personas. Esas personas que salieron de la miseria tenían reivindicaciones relacionadas con cuestiones de salud, de educación, de movilidad urbana.
– Usted diría que básicamente se trataba de la clase media.
– ¿La que hizo las manifestaciones? Nuestra clase media no tiene los mismos patrones de renta que puede tener la estadounidense, ¿no?. Hablamos de la nueva clase media. Porque hay una cosa interesante en Brasil. Si sumas la clase media que hoy es mayoritaria en Brasil en términos porcentuales, con las clases alta y media alta, tienes un 60% del país. Nosotros nos centramos mucho en las clases más pobres. Pero también tenemos que tener una política para las clases medias en lo que se refiere a la calidad de los servicios públicos.
– ¿Y qué aprendió usted, como gobernante, de aquellas protestas?
– Dos cosas. Primero, aprendemos que las personas, siempre, cuando tienen democracia quieren más democracia. Cuando tienen inclusión social, quieren más inclusión social. O sea, que en política y en la acción de Gobierno, cuando obtienes una meta, solo es el principio. Salir de la miseria solo es el principio. Es el principio de otras reivindicaciones. Eso es que las protestas muestran. Segundo, que un Gobierno tiene que escuchar la voz de las calles. Un Gobierno no puede quedarse aislado escuchándose a sí mismo. Ser capaz de convivir con manifestaciones es intrínseco a la democracia. No es un episodio fortuito, o un punto fuera de la curva: es la curva.
Rousseff abandona por un momento el aire de seriedad extrema que ha empleado desde que arrancó la conversación. No sé si se dispone a poner fin al encuentro, pero con la idea de la curva sonríe abiertamente mientras se acerca al borde del sillón, parece animarse, y comienzo a albergar esperanzas de que la charla tenga más recorrido del que la presidenta le auguró en el arranque. Mientras, ella continúa de forma decidida.
– Es la curva. Y esa es una cuestión importante. ¿Por qué? Porque el Estado tiene poder represor y de coerción. Entonces, si no sabe tratar con las manifestaciones, cae en un equívoco político serio. Fueron manifestaciones pacíficas. ¿Que hubo grupos infiltrados que eran violentos? Los hubo. Ahora, esos grupos no pueden ser la razón para descalificar las manifestaciones. Hoy hay en Brasil la conciencia de que esa violencia no tiene nada que ver con la democracia. Esa gente de caras tapadas que destruye propiedades públicas y privadas y hiere a las personas no está ejerciendo la democracia: está ejerciendo la barbarie. Eso es una cosa. Ahora, las manifestaciones pacíficas... ¿sabes lo que hacen? Rejuvenecer al país. Hacen que el país sea más capaz de tratar con sus características, con su diversidad, con sus diferencias… Y ser capaz de tratar con las diferencias, lo quiera o no la gente, es intrínseco a la democracia. Entonces, mirar a las manifestaciones como algo que tienes que escuchar y no reprimir es fundamental.
El ‘shock’ de la violencia policial
Fundamental o no, lo cierto es que la policía actuó con una cierta violencia no justificada por el transcurso de las manifestaciones, que las imágenes de los agentes golpeando a grupos de jóvenes sorprendieron e irritaron a amplias capas de la población, y contribuyeron a reforzar el movimiento de protesta. No por los hechos en sí, seguramente, sobre todo en un país donde la policía se emplea a fondo y no siempre con la forma debida en las favelas y otras zonas desfavorecidas, sino porque por primera vez muchos ciudadanos veían cómo las víctimas esta vez eran jóvenes de las clases medias urbanas. Eso supuso un shock no menor para muchos, le digo a Rousseff.
– Sí. Hubo, de hecho, momentos de exageración en la represión policial, principalmente al comienzo, ¿no? Hubo también violencia por parte de las manifestaciones. Pero como te he dicho, creo que a partir de un determinado momento, todos intentaron evitar la confrontación. Hubo momentos equivocados, al principio, pero después todo el mundo aprendió.
La que más aprendió fue, sin duda, la propia presidenta, que remontó de forma extraordinaria en la apreciación popular por su reacción ante los acontecimientos de junio y a quien la última encuesta publicada le otorga, ahora mismo, el triunfo en las próximas elecciones presidenciales ya en la primera vuelta. Una capacidad de reacción que a estas alturas de su mandato ya no debería sorprender a nadie, si es que alguna vez alguien dudó, al principio, de las capacidades políticas de Rousseff, que durante años ejerció de eficaz funcionaria pública sin mostrar deseo alguno, al contrario de tantos otros, de lanzarse a una carrera política por el primer sillón de la República.
La oportunidad de las reformas
Al hilo de las protestas, la presidenta propuso al país cinco grandes reformas con la intención de utilizar el clima político generado en el país para sacar adelante su ambiciosa agenda en temas sociales, sanidad, infraestructuras de transporte, así como cambios políticos tendentes a frenar la corrupción, endémica, y favorecer la transparencia. En un sistema político como el brasileño, con una multiplicidad de pequeños partidos (solo la coalición que sostiene a la presidenta, lo que se conoce como la base, cuenta con diez formaciones), cualquier intento de reforma tiene asegurado, para empezar, la oposición de muchos, si no de casi todos. Pero Rousseff no iba a desaprovechar la oportunidad. ¿Se puede arreglar el malestar ciudadano tal como se expresó en junio con estas cinco grandes reformas?, le pregunto.
– Creo que sí. Contribuyó a que hubiera una salida, institucional, a esas manifestaciones. En el caso de la salud, nosotros hicimos el programa Más Médicos. Todo lo que nosotros prometimos en los cinco pactos lo hemos cumplido. Prometimos una mejora considerable en la cuestión de la salud pública. No solo inversiones en centros de salud, puestos de urgencia, atención en hospitales, pero también en médicos. En Brasil teníamos una cantidad inmensa de zonas sin atención médica: las periferias de las grandes regiones metropolitanas, las ciudades del interior... Y en las más lejanas era peor: las situadas en las fronteras, y en el norte y noreste del país. También escaseaban los médicos para determinadas poblaciones: la población indígena, y población quilombola [núcleos rurales formados en el siglo XIX por esclavos negros huidos]. Por el lado de los servicios públicos: el Pacto por la Movilidad Urbana resultó en una inversión de 143.000 millones de reales (45.000 millones de euros) en transporte urbano: metro, VLT [tranvía], BRT [sistema rápido de autobuses, como el Transmilenio de Bogotá], y carriles exclusivos para autobuses. Es la primera vez que un Gobierno federal hace ese volumen de inversiones. Es bueno recordar que en Brasil no se consideraba adecuado invertir en metro en la década de los noventa. ¿Por qué no? Porque se decía lo siguiente: el país no tiene renta suficiente para invertir en metro. [Más] el pacto de educación. Y el pacto por la reforma política, que hemos enviado al Congreso, y que creo que es fundamental, porque implica una reforma electoral que trate de todo: de financiación de campañas, pero también, como consecuencia, una mejora sistemática en la cuestión ética que es la corrupción. Ahora bien, la condición de esos pactos es la estabilidad fiscal.
– ¿Y eso está asegurado?
– La semana pasada, la base de apoyo político que el Gobierno tiene en el Congreso, que es mayoritaria, propuso un pacto por la responsabilidad fiscal, de tal manera que no va a haber ni aumento de gastos ni reducción de ingresos. Todos ellos han firmado un documento.
Disciplina y socios parlamentarios
El compromiso de los socios parlamentarios de la presidenta de no aumentar el gasto es importante, lo que no evita, sin embargo, que afloren las críticas sobre la idoneidad y el equilibrio entre las distintas partidas del presupuesto. Brasil recauda un 36% del PIB en impuestos, pero los servicios que ofrece a sus ciudadanos no son los europeos, al menos en infraestructuras. En pensiones, por el contrario, gasta en proporción igual que algunos países de Europa del sur, en los que la proporción de ancianos es tres veces mayor. En determinados casos, se pueden lograr pensiones elevadas a edades relativamente tempranas, mientras todos los agentes económicos coinciden en la necesidad de invertir más en infraestructuras.
– No debe ser fácil asegurarse la disciplina, con una coalición de gobierno tan amplia y tan dispar.
– Mi base está muy tranquila. Nunca una coalición fue tan activa y proactiva.
– ¿Cómo lo ha logrado?
– Porque nos quedamos afónicos de tanto escuchar y discutir. Yo hoy tengo una reunión a las seis de la tarde, y puede durar hasta las 10 de la noche, el tiempo que sea necesario. Nunca un Gobierno ha conseguido de los parlamentarios en esta época del año, que es cuando más se gasta, una firma colectiva [de compromiso para no gastar].
– Y respecto a las críticas de que con un 36% del PIB de carga fiscal no alcanza para las necesidades más imperiosas, ¿en qué se va el dinero, presidenta?
– No es lo que pasa ahora. Porque ahora, a nosotros se nos critica por haber bajado los impuestos. No sé si usted lo sabe.
– Lo sé.
– Entonces, ellos deben resolver si nos detienen por tener un perro o por no tenerlo. Por las dos cosas no se puede [la presidenta ríe abiertamente]. Tienen que resolver si nos critican por reducir los impuestos o por no reducirlos. Aquí en Brasil es complicado.
— Eso del lado de los ingresos. ¿Y del lado de los gastos, hay algo en lo que deba recortar? Pensiones, funcionarios públicos…
– Nosotros no estamos en esa fase, no tenemos una deuda como la de España. Tenemos un 35% de deuda neta [el 58%, según la metodología internacionalmente aceptada]. Tenemos superávit primario. La discusión en Brasil es si el superávit primario será del 1,8%, 1,9% o 2%. Esa es la discusión. No es si aumentamos la deuda. Es diferente, aquí. Yo quiero tener un paro del 5,2%. Y no lo quiero aumentar. Y me dicen que hay que aumentarlo. ¡Que lo aumenten ellos! Nosotros seguiremos evitando que crezca el desempleo. Por eso hemos desgravado las nóminas [las cotizaciones a la Seguridad Social han pasado de retirarse de las nóminas a retenerse de los ingresos brutos de las empresas]. No hemos reducido los derechos sociales. La renta está creciendo. Aquí es así.
– Aunque ahora han pasado unos años de bajo crecimiento, no ve riesgos.
– Esta semana han recalculado el PIB. Y el crecimiento del PIB del año pasado, que era del 0,9%, ha pasado a ser de un 1,5%. Y nosotros sabíamos que no era del 0,9%. Que estaba subestimado. Y eso pasa en otros países también. En Estados Unidos siempre están revisando su PIB. Nosotros este año vamos a crecer bastante más del 1,5%.
Nadie discute que Brasil es una historia de éxito y que se trata de una historia de éxito que dispone todavía de mucho recorrido, lo que no quita para que también se escuchen voces de alerta, o de queja, o peticiones de reformas profundas en el complejo sistema burocrático del país, asuntos todos que en conjunto pueden restar atractivo a la afluencia de capital externo, imprescindible para afrontar las enormes obras de infraestructura necesarias para asegurar en el futuro próximo tasas elevadas de crecimiento y riqueza. Un informe del banco central calcula que una empresa promedio necesita unas 2.600 horas al año para calcular el pago de sus impuestos, cinco veces más que la media en América Latina y diez veces más que la media mundial. Por otra parte, basta pasar unos días en el país para comprobar el elevado nivel de precios en las grandes ciudades, en las que los alquileres de oficinas en las mejores zonas no tienen rival en todo el continente, incluido Estados Unidos. Según la revista The Economist, Brasil es el segundo mercado, después de Japón, donde más cuesta encontrar mano de obra cualificada por la enorme demanda, y donde, en las escalas más altas de las empresas, las multinacionales a veces acaban pagando más a los ejecutivos brasileños que a sus jefes en Londres o Nueva York. Antes, hablando de las protestas de junio pasado, la presidenta me aseguró que no cree que el real esté excesivamente sobrevaluado.
Quejas, fundadas o no
Ahora le pregunto por los temores sobre la seguridad jurídica, por la excesiva burocracia o por las condiciones draconianas de algunas licitaciones que airean determinadas empresas extranjeras, que por otra parte ven la inmensa oportunidad de negocio que suponen las decenas de miles de millones de dólares que Brasil va a licitar en obras públicas para los próximos años para asegurarse crecimiento económico y progreso social.
– Pues sí, pero las condiciones se han revelado bastante atractivas. Y mira, no voy a hablar de las [licitaciones] pasadas. Ya habíamos licitado cuatro aeropuertos. Voy a hablar sólo de las más recientes. Nosotros hemos licitado una carretera; el mayor campo de petróleo que jamás ha tenido Brasil, el de Libra, con una participación muy significativa de empresas como Shell, Total y las dos mayores chinas, la CNOOC y la CNPC. Enseguida hemos licitado otros dos aeropuertos [en Río de Janeiro y Belo Horizonte]. Todas las empresas que participaron eran de primer nivel en gestión aeroportuaria. De España, Ferrovial; la que ganó fue una de Singapur, Changi, con la [brasileña] Odebrecht, y la CCR con los aeropuertos de Múnich y Zúrich. Y además estaban Aéroports de Paris, Schiphol [Holanda], Fraport [que opera el aeropuerto de Fráncfort]… En fin, las mayores operadoras del mundo. Nosotros consideramos que tuvimos mucho éxito, fue un resultado muy bueno. Para solo un aeropuerto, 19.000 millones (de reales, 6.090 millones de euros), un 243% o 245% sobre el precio inicial. Entonces, las condiciones de rentabilidad no eran tan malas. ¿Cómo alguien paga un 243%, 245% por encima del precio inicial? La puja mínima estaba en 4.000 millones [de reales, 1.280 millones de euros] y ganó quien pagó 19.000, y entre los cuatro mil y los 19.000, hubo [pujas por] 13.000, 14.000, 16.000 millones. ¿Está bien la historia, no?
–Sí está bien, sí.
–Esta semana tenemos [licitaciones de] carreteras, y campos de gas. En los campos de gas, si no me equivoco, 12 empresas ya han pagado la garantía para participar. Y el de las carreteras, no estaba cerrado, pero creo que hasta hace poco ya había siete grandes grupos interesados. Y creemos que durante diciembre habrá varias subastas. Vamos a terminar este año con un balance muy positivo en las licitaciones. No creo que haya otro país que haya hecho esto. Quisiera saber dónde se han sacado adelante tantas licitaciones. Y eso que no he hablado de las licitaciones de las líneas de transmisión eléctrica, que se subastaron en la semana anterior a la pasada, ni las licitaciones de generación de energía, que siempre ocurren en esta época del año.
– ¿Cómo es en general su relación con los empresarios?
– Yo considero que es muy buena, porque he hablado con la gran mayoría de los que han participado [en las licitaciones].
– Digo con los brasileños.
– ¡Pero si todos los [empresarios] brasileños están en esto!
– ¿Puede que ellos, pese a todo, se llevaran mejor con el presidente Lula que con la presidenta Rousseff? ¿Es usted más exigente?
– No creo que sea así. Creo que hay un poco de leyenda.
EE UU y sus espionajes
El 1 de septiembre pasado, un canal de televisión reveló, basándose en documentos del ex analista de la NSA Edward Snowden, que Estados Unidos había espiado el teléfono móvil particular de la presidenta Rousseff. Dos meses antes, en julio, el diario O Globo ya había detallado la magnitud del espionaje de los estadounidenses en Brasil. La reacción de la presidenta fue contundente, hizo saber su malestar en público, exigió explicaciones y disculpas a Washington y canceló una visita al poderoso vecino del norte. Pasado un tiempo, y calmadas las aguas, le pregunto a Rousseff si el espionaje afectará a medio plazo a sus relaciones con EE UU.
–Esta es una cuestión hoy global. Es evidente que el grado de espionaje hecho por Estados Unidos fue bastante variado y diverso. Nosotros no consideramos que por causa de ese espionaje haya un problema en la relación económica y comercial o de inversiones. No lo vemos así.
La presidenta endurece ahora el tono.
–Creemos que es importante cada vez más la concienciación de que eso no es posible. Una relación como la de Brasil y Estados Unidos, que los dos países quieren que sea estratégica, no puede tener como característica una violación, ni de los derechos civiles de mi población ni de mi soberanía. Lo que nosotros dijimos al Gobierno estadounidense fue justamente eso: que no cabía, en ese momento, una visita. Primero, porque ellos no sabían qué datos tenía Snowden. Ni mucho menos nosotros. Porque nosotros no tenemos la más mínima capacidad de tener esa información. Como ellos no la tenían…
–¿Usted supo del espionaje solo cuando se publicó?
–Nosotros no lo sabíamos.
–No tuvo un informe de sus servicios secretos advirtiéndole…
– No, no. Creo también que en el caso de Angela Merkel debe haber pasado lo mismo, en el caso de Francia, debe haber sucedido lo mismo, no sé lo que pasó en España. Entonces, ¿qué ha ocurrido? Ha pasado en cualquier momento, sobre cualquier cosa, puede aparecer otra denuncia. ¿Y qué pedimos al Gobierno de Estados Unidos? Primero, una petición de disculpas formal, y segundo, una declaración de que no volvería pasar. Ellos estaban, te voy a decir, ellos estaban bastante avergonzados, lo lamentaron mucho, no hubo ninguna actitud, diría así, que faltase al respeto de ninguna norma diplomática. Al contrario, hubo una manifestación del Gobierno estadounidense diciendo que lo lamentaba, pero no estaban condiciones de resolver el problema solo con Brasil, ya que el problema afectaba a otros amigos.
–¿Y cómo se siente usted al saber que su teléfono personal había sido espiado?
–Yo, como persona, no tengo lo que los estadounidenses llaman bad feelings, pero como presidenta tengo que indignarme. Porque no se trata de una invasión de mi privacidad; se trata de una invasión de la privacidad de la presidenta de la República. Ahí, el indignarme es una cuestión de honrar a mi país, porque es una violación de derechos personales míos, pero sobre todo de la soberanía de mi país. Eso es algo que no se admite. Que no se puede admitir.
Dura y exigente, con matices
Los 25 minutos acordados han finalizado. Aun así, convenzo a la presidenta, cuyos gestos indican que la conversación ha llegado a su fin, de que aclare una última cuestión. Rousseff tiene fama de exigente con sus subordinados, de que las reuniones con los funcionarios son de una extraordinaria dureza, de que alguno salió de cierta sesión de trabajo con las orejas gachas e incluso con lágrimas en los ojos. En una entrevista hace años, cuando aún era ministra, le preguntaron si era cierto que sus broncas a los ministros eran legendarias, incluso al entonces presidente Lula.
– No, al presidente, no, contestó ella.
Esa capacidad de imponerse con inflexibilidad cuando considera que el trabajo no se ha hecho correctamente o cuando los resultados no son los que espera, se ha constituido, según algunos conocedores del gobierno, en una de las claves del éxito de su gestión, pero contrasta vivamente con la imagen relajada, sonriente, amable y cercana que Rousseff ha ofrecido a lo largo de la conversación. Naturalmente, no es lo mismo sentarse con un periodista que presidir una reunión de trabajo con funcionarios. Así que le pregunto directamente qué hay de cierto en la fama que la precede de ser implacable con sus funcionarios.
– Yo soy muy exigente, sí. Porque yo…
– ¿Porque lo es consigo misma también?
– No, no, no es por eso. Yo no estoy aquí para quedarme eternamente. Yo estoy aquí para hacer un trabajo y marcharme. Vivo en una democracia. Por lo tanto, si no soy exigente, no lograré cumplir en cuatro años lo que debo cumplir. Es una razón política. Y tiene también que ver con el hecho de que soy mujer. Antes se decía que yo era muy dura, no que era muy exigente. Y entonces dije una vez que era una mujer muy dura rodeada de hombres tiernos. Todos los hombres son tiernos.
– ¿Y entonces?
– Exigentes y duras son las mujeres. Tiernos y flexibles son los hombres.
– Pero, ¿es cierto o no que de reuniones que tuvo con funcionarios alguno salió llorando?
– Esa es una historia con [Sergio] Gabrielli…
– ¿Es una leyenda entonces?
– Decían que Gabrielli, que era presidente de Petrobras, fue a llorar al cuarto de baño, y después dijeron que era un señor soberbio. En la misma semana dijeron que fue a llorar al cuarto de baño, y que era un hombre muy soberbio. Y le empezamos a llamar el Soberbio Llorón [ríe abiertamente] ¿Conoces a Gabrielli?
– No.
– Pues fue con Gabrielli. Puedes comprobarlo. Al principio de la semana fue a llorar en el baño, y al final de la semana era un hombre soberbio. Y nosotros le llamábamos ¡Soberbio Llorón! Con su estatura! Y yo le preguntaba: ¿entonces, fuiste a llorar al baño? Se enfadaba mucho.
Y vuelve a reír. La historia es, pues, una leyenda. Pero, pese a los esfuerzos de la presidenta de difuminar con ironías las aristas de su carácter, ello no cambia mi percepción de que, pese al envoltorio, Dilma Rousseff lleva el Gobierno de su país con una determinación, un conocimiento del detalle y una energía que explican sin dificultad su triunfo en las urnas primero, y su sostenida popularidad en el tiempo en una era en la que los liderazgos se deshilachan con facilidad y los gobernantes tienen cada vez más difícil renovar sus mandatos y aun ejercer su poder. Nada de eso, sin embargo, parece estar sucediendo en Brasil en estos momentos.
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