Asedio al Parlamento Europeo
Con el ascenso del populismo y el euroescepticismo, hay tres escenarios que podrían materializarse tras las elecciones, los tres muy preocupantes
Con la crisis, las fuerzas populistas, especialmente las de extrema derecha xenófoba, están ganando fuerza. Este auge preocupa ante la perspectiva de que estos partidos aprovechen las elecciones europeas de mayo de 2014 para reforzarse políticamente en un momento sumamente delicado para la construcción europea. Alarman Francia y el Reino Unido, incluso Italia, pues entre los tres eligen un gran número de eurodiputados, pero también países medianos y pequeños, desde Holanda a Suecia, pasando por Grecia, Dinamarca, Austria, Finlandia o Bélgica, donde los radicales son cada vez más visibles.
Hasta la fecha, el principal problema del Parlamento Europeo ha venido de la incapacidad de frenar la continua caída en la participación, que en 2009 se quedó en un desolador 46%. Pero en esta ocasión lo que inquieta es si los euroescépticos aprovecharán la desmovilización de los europeístas para llenar el Parlamento Europeo de eurófobos, contribuyendo a paralizar o deslegitimar la institución. Hay tres escenarios que podrían materializarse, los tres muy preocupantes.
Un Parlamento que se odie a sí mismo
El más grave sería un Parlamento dominado por los euroescépticos, no tanto porque con su número lograran ser mayoritarios, lo cual es muy improbable, sino porque logren condicionar las acciones de los demás partidos, bien obligándoles a adoptar políticas coincidentes con sus intereses o bien haciendo imposible que los demás avancen y aprueben legislación en temas cruciales. No hablamos de hipótesis sino de fenómenos que ya venimos observando: la reducción constante del presupuesto europeo, el frenazo a los procesos de ampliación, las resistencias a introducir a Rumanía y Bulgaria en el acuerdo de Schengen y la decisión tomada después de la tragedia de Lampedusa de posponer cualquier medida sobre inmigración hasta después de las elecciones son medidas que hablan de la capacidad del populismo euroescéptico de fijar tanto la agenda como de influir en algunas políticas clave. Como ocurre con el Tea Party en EE UU, el resultado sería un Parlamento que se deslegitimara día a día a la vista de los ciudadanos y que, aunque ruidoso y hasta circense, en último extremo terminara por ser irrelevante.
Un Parlamento tecnocrático
El segundo escenario a temer sería el de un Parlamento tecnocrático, es decir, un Parlamento que en lugar de lograr hacer en Europa la política con mayúscula que cada vez es más difícil hacer en casa, se convirtiera en otra institución donde las élites europeístas renuncian a la competición entre ellas. ¿Cómo se podría llegar a una situación así? No sin mucha dificultad, pues los grandes grupos políticos europeos ya tienen una amplia tradición de pactos que les lleva a votar juntos en muchas ocasiones y a repartirse algunos de los cargos más importantes. Dada la fragmentación del sistema de partidos europeo y el umbral de mayoría absoluta requerido para la aprobación de las leyes más importantes, lo normal es que tanto centroderecha como centroizquierda y liberales busquen más el pacto que la confrontación. En sí mismo, esto no representaría un gran problema, pues la política europea necesita grandes dosis de consenso entre partidos. El problema es que esta vuelta a la normalidad, con un Parlamento más técnico que político, vendría después de unas elecciones en las que los partidos europeístas, para contrarrestar la agitación euroescéptica, habrían prometido a los votantes más competencia política, no menos, valiéndose para ello de la designación de candidatos a la Presidencia de la Comisión. Movilizar a los electores con el argumento de que esta vez van a ver un Parlamento más político y una Comisión Europea más partidista, para a continuación llegar a grandes acuerdos para cerrar el paso a los euroescépticos puede estar justificado, pero haría parecer a los europeístas, una vez más, como un cartel de élites. Precisamente porque los Estados han tendido a marginar a la Comisión y al Parlamento Europeo durante esta crisis, la UE necesita un Parlamento político, no otra institución gris y anodina.
La renacionalización del Parlamento
Un peligro adicional deriva de un escenario en el que, debido a la combinación de una nueva bajada en la participación y una fuerte subida de los euroescépticos, los Estados miembros decidieran recortar el poder el Parlamento. ¿Cómo lo harían? Poniendo en marcha una tercera cámara legislativa formada por parlamentarios nacionales que tendría como misión, primero, controlar que el Parlamento Europeo legislara solo sobre aquellos temas sobre los que estrictamente tuviera competencias la UE, y, segundo, se encargara de aprobar y barnizar de legitimidad democrática todas aquellas medidas que los Estados miembros consideran parte de la política nacional y sobre las que se resisten a ceder soberanía. El papel desempeñado por los parlamentos de Alemania, Finlandia, Austria o Países Bajos en la aprobación de los paquetes de rescate a Grecia, Portugal, Irlanda y España, ha abierto esta vía por el terreno de los hechos. Extraño sería que algunos no quisieran profundizar en esta línea con la excusa del auge del euroescepticismo.
Temiendo la formalización de este tercera cámara, y para evitar que los Parlamentos nacionales se conviertan en un actor con derecho de veto, algunos están proponiendo que dentro del Parlamento Europeo, los eurodiputados de países pertenecientes a la zona euro formen un miniparlamento con capacidad de legislar sobre el euro y así dar legitimidad ante la opinión pública a las decisiones que se tomen para la zona euro. Con ello se evitaría, como ocurre hoy, que los eurodiputados de países que ni están ni quieren estar en el euro (los británicos, por ejemplo), voten sobre cómo organizar la zona euro. El problema de esta propuesta es que, aunque aumentaría la legitimidad del Parlamento Europeo en los países de la zona euro, la destrozaría en los países de fuera de la zona euro y podría incluso abrir la vía a algo más peligroso aún: el abandono de la elección directa de los eurodiputados en elecciones europeas.
Es difícil pensar en un escenario en el que el Parlamento pudiera volver a la casilla de salida de 1979. También en un Parlamento completamente irrelevante. Como hasta ahora, es muy probable que el PE siga contando en el futuro con un buen número de eurodiputados que lucha denodadamente por prestigiar la institución, otro número importante de eurodiputados abúlicos y un grupo pequeño pero activo de eurófobos que lucha por capturar la agenda, la atención y los recursos para destruir al propio Parlamento.
El problema no es tanto el entusiasmo de los europeístas sino el constante retroceso electoral de las posiciones más europeístas en los Estados miembros, algo contra lo que el Parlamento poco puede hacer. El Parlamento Europeo es, pese a sus imperfecciones, la institución que verdaderamente representa a los ciudadanos europeos. Por eso, no deja de ser una paradoja cruel que se disponga a ser la víctima de unas dinámicas de las que no es responsable y que, al contrario, con los recursos adecuados, podría contrarrestar. Seguro que la UE comete muchos errores y necesita profundas reformas, pero precisamente por ello, salvar al Parlamento Europeo de la captura por los radicales, la irrelevancia o de la renacionalización, es una buena causa.
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