Batalla en la cuna del cristianismo sirio
Ejército y rebeldes pugnan por dominar Malula, donde aún se habla arameo Ambos bandos dicen controlar la localidad, pero ninguno ha desalojado al otro
“¿Qué recuerdo del combate del sábado? Que les dimos fuerte. ¡Muy fuerte!”, contesta un joven soldado del Ejército sirio mientras mira de reojo a su compañero. Ambos están apostados a la entrada de Malula, donde milicianos rebeldes y fuerzas del régimen se enfrentan a sangre y fuego desde la semana pasada.
La explosión de un coche bomba conducido por un suicida se llevó por delante parte del arco de ladrillo color ocre cuyos restos están esparcidos por la calzada. Pero sigue intacto el cartel de “Welcome to Malula”, que recuerda el pasado turístico de esta localidad, conocida en todo el mundo porque sus habitantes se han transmitido de generación en generación el arameo, la lengua que hablaba Jesucristo.
El frente comienza nada más entrar en el pueblo. Los disparos de artillería del Ejército sirio se suceden sin tregua. Decenas de militares están apostados a ambos lados de la carretera, que la continua afluencia de carros de combate y blindados hace prácticamente intransitable. La insurgencia responde con francotiradores. Una bala hiere a un hombre vestido de paisano a pocos metros de la expedición. “Es un ejército extranjero con armas extranjeras, pero nosotros tenemos toda la fuerza de Siria”, exclama un soldado de 27 años entre maldiciones.
La aldea de Malula, con un 90% por población cristiana, se desliza por una colina rodeada de montañas de más de 1.500 metros de altitud. El pasado miércoles, las fuerzas rebeldes, entre las que se encontraban milicianos del grupo fundamentalista Al Nusra, vinculado a Al Qaeda, se hicieron con su control.
Desde entonces, el régimen de Bachar el Asad lucha por recuperarla con toda la potencia de fuego de su maquinaria bélica. Esta población, donde antes de los combates residían unas 3.000 personas, es ahora un pueblo fantasma, un esqueleto ennegrecido en un paisaje idílico, casi alpino.
El régimen llevó el domingo a Malula a un reducido grupo de periodistas extranjeros para que viesen con sus propios ojos que está “limpia de terroristas”, tras los encarnizados combates del sábado. Por su parte, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), una ONG con sede en Londres, aseguró que los rebeldes habían recuperado la localidad —de donde supuestamente se habrían retirado el jueves— y que los enfrentamientos dejaron 17 muertos en sus filas, decenas en las del Ejército, y cientos de heridos en una y otra parte.
“Las tropas del régimen han entrado en Malula pero los rebeldes han enviado refuerzos y han podido tomar el control de toda la localidad tras los violentos combates nocturnos. Los soldados se han replegado a los confines de la población”, declaró a la agencia France Presse el director de OSDH, Rami Abdel Rahmane.
Sin embargo, lo que el domingo por la mañana podía comprobarse sobre el terreno es que ninguno de los dos bandos estaba en condiciones de cantar victoria.
Los rebeldes siguen sólidamente atrincherados en Malula. Y no es extraño, pues las posiciones que ocupan les brindan una evidente ventaja orográfica: sus francotiradores están apostados en la parte alta de la aldea, por lo que los soldados de El Asad sufren una lluvia de disparos cada vez que intentan avanzar desde el valle. Los rebeldes conservan también un antiguo hotel abandonado en la cima de la colina y otra ventajosa, y simbólica, atalaya: el monasterio de Mar Sarkis o San Sergio.
Por su parte, las fuerzas del régimen han desplegado sus ametralladoras en la parte baja de la montaña y, con su poderosa artillería, golpean una y otra vez las posiciones rebeldes. El intercambio de fuego es incesante.
Es imposible saber quién va ganando. Unos y otros aseguran dominar la localidad, pero lo cierto es que nadie se aventura por sus calles desiertas, llenas de trincheras, ya que hacerlo es arriesgarse a recibir los disparos de cualquiera de las dos partes.
Tanto el régimen como la insurgencia se juegan mucho en Malula. El Asad quiere exhibir músculo ante la minoría cristiana, que hasta ahora ha buscado protección en su régimen. Malula es uno de sus santuarios, destino de peregrinación religiosa, con el convento greco-ortodoxo de Mar Taqla, donde se guardan los restos de Santa Tecla, y la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que debería celebrarse el próximo sábado. La presencia de milicianos de Al Nusra entre los atacantes no hace sino agitar los fantasmas de la guerra sectaria.
Pero la importancia de Malula no es solo simbólica, sino estratégica. Hacerse con su control permitiría a los rebeldes abrir un corredor hasta la frontera de Líbano, a solo 15 kilómetros, por el que nutrirse de armamento, y dominar la carretera del norte, que une la capital con Homs.
Cuando salimos de Malula, los soldados de El Asad corean: “¡Por tí nos sacrificaremos y daremos nuestra alma y nuestra sangre!”. Los 50 kilómetros que nos separan de la capital los hacemos en silencio. Tardamos más de tres horas. No solo por los continuos check points del Ejército. Los combates que se libran en los suburbios del noreste de la capital (Duma, Harasta y Berse) obligan a dar un largo rodeo. Imposible acercarse a Guta, donde el pasado 21 de agosto se produjo el presunto ataque con armas químicas que puede cambiar el curso de la guerra y hacer irrelevante quién gane la batalla de Malula.
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