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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Brasil rompe un tabú

Quizás salga cada vez menos gente a la calle porque el cerco policial será más estrecho y duro pero los brasileños seguirán protestando

Juan Arias

El Día de la Independencia de este 2013 ha marcado un hito en Brasil, al haberse quebrado el todo un tabú y haber acabado con el miedo a protestar por parte de la gente. Ese tabú empezó a resquebrajarse en junio pasado con las primeras grandes manifestaciones populares que desconcertaron al mundo político por lo inesperado. Hoy ha acabado de hacerse añicos, a pesar de que las manifestaciones no fueron tan multitudinarias por miedo a las dos violencias: la policial y la de los grupos extremistas.

Las primeras pancartas enarboladas en el mes de junio ya anunciaban lo que vendría después: “Un pueblo mudo, no muda”, estaba escrito en un pedazo de cartón. Hasta aquel momento, durante por lo menos doce años, los brasileños habían estado en silencio, como adormecidos o anestesiados, acunados por los vientos de unas inesperadas mejoras sociales que despertaban nuevas esperanzas en los más pobres, acostumbrados a vivir sin más ilusión que asegurarse el pan de cada día.

Brasil se sintió de repente admirado y envidiado por el mundo: consiguió de una vez el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos. Y treinta millones de personas dejaron el desierto de la miseria para empezar a respirar como ciudadanos con dignidad. Y el gigante se adormeció. “Éramos infelices felices y no lo sabíamos”, rezaba otra pancarta. ¿Qué significaba? Que los brasileños se sentían más felices de lo que eran porque no conseguían concebir que podrían estar mejor aún.

En junio, de repente, sin que nadie lo esperara, la gente comenzó a perder el miedo a protestar. Y se echó a la calle ante el espanto y el susto del mundo político que se sentía ya inmune a las críticas, sobretodo porque la oposición política también había sido anestesiada por el nuevo Brasil que estaba surgiendo, más próspero, mientras el motor del primer mundo, admirado de esta parte del Atlántico empezaba a renquear.

Este sábado, fiesta de la Independencia de Brasil, un día en el que la gente, sobretodo la más sencilla, salía a aplaudir a las fuerzas militares, el tabú acabó de quebrarse. Fue otro tipo de protesta. Por primera vez, los desfiles tradicionales aparecieron sin brillo. Fueron desmitificados. Algunos fueron cancelados por miedo a las manifestaciones anunciadas en todo el país. Los que se llevaron a cabo fueron más cortos. Muchos políticos no aparecieron en las tribunas, incluso en ciudades clave como Río, donde los manifestantes consiguieron romper el cordón policial e invadir el desfile militar, desacralizándolo por primera vez.

La cita de Brasilia, a la que también acudieron menos de la mitad de las personas convidadas, tuvo que ser blindada por miles de miembros de las fuerzas militares, que no dejaron acercarse a los manifestantes. Y, por primera vez en algunos de esos desfiles, aparecieron carteles de protestas y reivindicaciones sociales, algo inconcebible en el pasado en una conmemoración de ese tipo. Además, no asistieron, ni el presidente del Congreso ni el del Senado por miedo a ser hostigados.

El tabú se ha roto. Los brasileños han perdido el miedo a manifestar no sólo sus insatisfacciones sino también sus deseos de mejorar. Es un incendio que ya no se apaga. Quizás en adelante salga cada vez menos gente a la calle porque el cerco policial será cada vez más estrecho y duro, pero los brasileños han perdido el miedo.

No había gritos en la manifestación de este sábado contra el Estado, ni siquiera contra la Presidenta Dilma Rousseff. No se pedía un cambio institucional. Los manifestantes solo quieren políticos menos corruptos, con menos impunidad, más cercanos a la gente, con menos privilegios. Quieren gobernantes que sirvan al Estado antes que a su propio partido. Quieren políticos que no justifiquen la corrupción alegando que los "fines justifican los medios". Quieren mejor calidad de vida. Que Brasil sea el país que fuera se piensa que ya es. Y lo quieren como se les ha prometido que puede ser. Quieren un país que acabe con las sombras que aún lo nublan de desigualdades sociales, con la vieja política patrimonialista. Quieren un país moderno, con servicios públicos modernos, porque hasta la presidenta ha confesado que “infelizmente son aún servicios de baja calidad”.

Ese fin del miedo a protestar ha empezado a dar sus frutos. Incluso Rousseff se ha sumado. Ella misma se ha subido a esa ola y se fue a protestar ante el presidente Obama por haber sido objeto de espionaje por parte de la NSA. Y le exigió explicaciones.

A los ciudadanos les ofreció un plebiscito para opinar sobre la reforma política. Dedicó miles de millones a mejorar los transportes públicos y creó el programa Más Médicos para llevar profesionales extranjeros a los lugares donde no llegan los brasileños. Algunos podrán ver todo eso como una forma de proteger su popularidad dañada o un gesto electoralista. Pero lo cierto es que se ha movido. Y hssta ha apoyado las manifestaciones.

El Congreso retiró enseguida el proyecto de ley que impedía a los fiscales investigar y dejaba esa facultad sólo a la policía, lo que significaba la impunidad para los crímenes de corrupción de políticos y de cuello blanco. También acabó con el voto secreto y prepara una reforma política que estaba parada desde hace 20 años. Además, los 25 condenados del escándalo del mensalão están a punto de entrar en la cárcel.

Todo se ha empezado a mover como un terremoto. Y lo más importante es que, quebrado el tabú, a partir de ahora los políticos no podrán ya dormir sueños tranquilos. El grito de la gente exigiendo un Brasil mejor les despertaría de nuevo.

A pesar de algunas acciones violentas y provocaciones de grupos de exaltados, ese despertar para exigir mejoras sigue siendo aprobado por el 88% de la población. De todo ello sólo puede surgir un Brasil mejor.

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