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Ankara aparca su sueño europeo

Erdogan, acuciado por las protestas internas y el proceso de paz con los kurdos, responde con indiferencia al ninguneo comunitario de sus aspiraciones

El Gobierno turco parece haber aparcado por un tiempo sus ambiciones de convertirse en miembro de la Unión Europea tras la decisión esta semana de Bruselas de posponer durante al menos cuatro meses las negociaciones de acceso de Turquía a la unión.

Tras varios días de duras críticas y acusaciones entre Turquía y algunos países de la UE, que incluso llegaron a amenazar la candidatura turca, la situación se resolvió en lo que podría considerarse un empate que permite al Gobierno turco centrarse en otros frentes. Ankara lleva un mes intentando lidiar con una serie de protestas sin precedentes y, además, en los últimos días parece haberse complicado el proceso de paz entre el Estado y la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, en kurdo).

Fue precisamente la dura respuesta policial a las manifestaciones ciudadanas contra el “autoritarismo” del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, la que acabó provocando el retraso de las negociaciones entre Turquía y la UE. Estaba previsto que se reanudaran el pasado día 26 y que, por primera vez en tres años, se abriera la negociación del capítulo 22, que trata sobre las políticas regionales del país candidato. Sin embargo, los Gobiernos de Austria, Países Bajos y, especialmente, Alemania, se opusieron en represalia por la violencia policial contra los manifestantes turcos.

Al final, los ministros de Exteriores de la UE acordaron posponer su apertura hasta después del informe anual de la Comisión Europea sobre países candidatos, previsto para octubre, y solo si Los Veintiocho pactan por unanimidad seguir la negociación.

“Es un paso insuficiente pero en la dirección correcta en las relaciones con la UE, que han pasado por un periodo complicado debido a un largo tiempo de inactividad (…) Espero que no volvamos a pasar por una crisis similar”, declaró entonces el titular de Exteriores turco, Ahmed Davutoglu, tras una comida con los embajadores de la UE en Ankara.

“Es lo que esperábamos”, se limitó a comentar por su parte el primer ministro Erdogan, quien también dijo que Turquía no tenía por qué escuchar las críticas del Parlamento Europeo sobre la violencia policial.

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El tono relativamente moderado de los dignatarios turcos contrasta con otras ocasiones en las que han respondido con más dureza a las críticas de Bruselas, en especial a las referidas a la situación en Turquía de los derechos humanos. Tras la publicación del último informe anual de la Comisión el pasado octubre, el más crítico desde 2005, el ministro turco para Asuntos de la UE y jefe negociador, Egemen Bagis, respondió que “la salud física y mental de la UE está dañada” y que “no puede ofrecer el tratamiento adecuado” para Turquía.

“La UE ha enviado un mensaje muy grande [a Turquía]”, analiza Cengiz Aktar, jefe del Departamento de Relaciones con la UE de la Universidad Bahcesehir en Estambul. “Ahora van a reconsiderar la apertura del capítulo 22 y lo más complicado es que los 28 países tendrán que ponerse de acuerdo, por lo que podría seguir pospuesto sine die”, añade Aktar.

Sin embargo, poco parece importar ahora mismo esta cuestión a los mandatarios turcos, que tras la decisión de retrasar las negociaciones parecen haberse olvidado del tema y se han centrado en otros asuntos. “Ocultas tras la sensibilidad de proteger el medio ambiente y el parque, las protestas estaban dirigidas a dañar nuestra economía, nuestra democracia y el proceso de solución [de la cuestión kurda], de las que depende nuestro futuro”, dijo en un discurso televisado Erdogan el viernes, en el que no aludió a la UE.

Lo que empezó el 27 de mayo como una sentada de activistas para evitar la demolición de un parque acabó en una serie de manifestaciones multitudinarias contra la violencia policial y el Gobierno de Erdogan. El primer ministro ha culpado a una conspiración entre poderes extranjeros y medios de comunicación de estar detrás de estas protestas, que aún continúan en algunas partes del país. “Este gran Estado, con su gran nación, tiene la voluntad de desbaratar cualquier ardid contra el país y de reaccionar contra esos actos maliciosos”, insistió Erdogan sobre las protestas.

Las manifestaciones han sido en su mayoría pacíficas y protagonizadas por jóvenes opuestos a lo que ven como una imposición de los valores conservadores del partido islamista moderado de Erdogan, que entre otras medidas ha restringido el consumo de alcohol y está dando más espacio público a la religión.

Mientras tanto, el proceso para poner fin al conflicto entre el Estado y el PKK, que desde 1984 ha dejado más de 40.000 muertos —la mayoría militantes kurdos y población civil—, parece estar en suspenso después de la ola de optimismo que hubo al inicio de las conversaciones de paz.

Tras una declaración unilateral de algo el fuego, los guerrilleros del PKK iniciaron su retirada del territorio turco hacia el norte de Irak en mayo, y ahora esperan pasos por parte del Gobierno. El Partido prokurdo para la Paz y la Democracia (BDP, en turco) asegura que un 80% de los milicianos han cruzado ya la frontera. “Por lo tanto, y para decir ‘Gobierno, da algún paso’, vamos a marchar ciudad por ciudad y plaza por plaza con todas las fuerzas que quieren democracia y una paz permanente”, anunció en un comunicado esta semana el BDP, que espera del Gobierno una serie de reformas legales encaminadas a dar mayor autonomía a la minoría kurda del país.

Sin embargo, Erdogan ha afirmado que solo entre el 10% y el 15% de los guerrilleros han abandonado Turquía y que el Gobierno no tiene planes para reducir del actual 10% el umbral electoral para que los partidos obtengan representación parlamentaria, así como tampoco para establecer escuelas totalmente en kurdo, dos exigencias clave del BDP. El viernes, soldados turcos mataron a un manifestante kurdo. Horas más tarde, el PKK secuestró presuntamente a uno de estos militares, en el capítulo más tenso desde el inicio del proceso de paz.

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