Tormenta política en Holanda por un desaire al líder antimusulmán Wilders
El presidente de la Cámara Alta dimite por haber arrinconado al jefe de la extrema derecha durante la entronización del rey Guillermo
Duelo de alta política en Holanda. Fred de Graaf, presidente del Senado y una de las figuras intachables de la escena nacional, ha dejado su cargo por desairar al líder antimusulmán, Geert Wilders. El gesto tuvo lugar durante la entronización del nuevo rey, Guillermo Alejandro, el pasado 30 de abril, pero se ha sabido ahora. Durante los preparativos de una ceremonia impecable, De Graaf elaboró una lista de candidatos a escoltar al monarca en su juramento de fidelidad a la Constitución. Una especie de guardia de honor civil que le acompañaría en la Iglesia Nueva de Ámsterdam, escenario del acto. En el selecto grupo debían figurar los políticos —sin distinción de ideología o género— que más años hubieran ostentado un escaño en el país.
Wilders, liberal en origen y ahora jefe de su propio Partido de la Libertad, era uno de ellos. Sin discusión. Sin embargo, sus críticas constantes contra la monarquía y la polémica desatada por su ideología extremista le convierten en una figura de difícil encaje. Tanto, que el presidente del Senado creyó que le robaría protagonismo al propio rey Guillermo. Evitarlo suponía apartarle del estrado y sentarlo entre los demás políticos Y así fue. Una decisión fatal, que le ha costado el cargo a De Graaf. “Marchar le honra. No podía hacer otra cosa. El presidente del Senado debe ser imparcial y esta vez no ha sido así”, ha dicho Wilders, al conocer la dimisión.
El apaño ha sido destapado por el rotativo De Volkskrant, y De Graaf ha intentado explicar que nunca pretendió arrinconar a Wilders. Solo “reunir un grupo equilibrado de representantes de la sociedad holandesa”, asegura. Ha reconocido, eso sí, que la presencia del político, de prominente perfil también fuera del país, resultaba cuando menos inquietante. En unas horas, el asunto ha generado un tumulto nacional, con el Parlamento en pleno pidiendo explicaciones por lo ocurrido. Porque Wilders genera sentimientos encontrados entre sus colegas, que suelen criticarle sin reparos en el Congreso. Pero siempre ha contado con su apoyo cuando recibe amenazas por sus ideas radicales. O bien cuando le ha sido negada la entrada en otros países por el mismo motivo. En un gesto que les honra, sus rivales más acérrimos hacen piña a su alrededor para defender sus derechos políticos.
Por su parte, De Graaf, de 63 años, conservará su sillón de senador. Volverá casi al anonimato tras una lustrosa carrera en las filas liberales, iniciada en 1978. En cuatro años escasos, ha pasado de ser el antiguo alcalde de Appeldoorn, que supo calmar los ánimos tras el atentado sufrido en 2009 por la entonces reina Beatriz (saldado con siete muertes), a un expresidente del Senado marcado.
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